En una de las escenas más singulares de Goliath, de Frédéric Tellier, Patrick (Giles Lellouche), abogado y activista, se preocupa por la influencia de las redes sociales y la posverdad. De pronto, el poder de los trolls y los bots se hace cercano, complicado, un tema a tener en cuenta. “Ya hablarán bien del veneno”, se queja el personaje. A pesar de que el caso en que está envuelto es, en realidad, un litigio difícil en cortes con poca relación con el mundo virtual. Pero el director deja claro que, en la segunda década del siglo XXI, la justicia debe atravesar caminos complicados para cumplirse.

El guion, del mismo director y Simon Moutairou, es cruel al admitir que, en nuestra época, la verdad es un matiz con múltiples interpretaciones. Lo hace en medio del desánimo de sus personajes al comprender que la ley no siempre es justa o que no lo será de inmediato. Goliath, de hecho, se mueve en todo momento en una ambigua y complicada región en la que las circunstancias deben enfrentarse a un análisis malicioso. Incluso en algo tan complicado y duro como la salud pública.

En un año en que películas como She Said, de Maria Schrader, llevaron de nuevo al cine los dramas políticos y éticos, Goliath es una reflexión poderosa. Particularmente cuando el guion abandona las medias tintas y se hace preguntas incómodas acerca de la posibilidad de que la verdad deba enfrentarse al poder. En qué condiciones puede hacerlo y las ocasiones en que puede triunfar en una batalla desigual.

Cuando un pequeño pueblo descubre que un pesticida podría estar provocando gravísimos cuadros médicos a sus habitantes, intentará luchar. Pero para lograr vencer, o en el mejor de los casos lograr algo cercano a la justicia, deberá comprender el terreno que pisa. Y ese es, por supuesto, el del cabildeo incómodo, las falsas pistas políticas y, sin duda, la batalla dentro y fuera del juzgado por la credibilidad.

Goliath poster

Goliath

En un año en que películas como She Said, de Maria Schrader, llevaron de nuevo al cine los dramas políticos y éticos, Goliath es una reflexión poderosa. Particularmente cuando el guion abandona las medias tintas y se hace preguntas incómodas acerca de la posibilidad de que la verdad deba enfrentarse al poder. En qué condiciones puede hacerlo y las ocasiones en que puede triunfar en una batalla desigual. Cuando un pequeño pueblo descubre que un pesticida podría estar provocando gravísimos cuadros médicos a sus habitantes, intentará luchar. Pero para lograr vencer, o en el mejor de los casos lograr algo cercano a la justicia, deberá comprender el terreno que pisa. Y ese es, por supuesto, el del cabildeo incómodo, las falsas pistas políticas y, sin duda, la batalla dentro y fuera del juzgado por la credibilidad.

Puntuación: 4.5 de 5.

Goliath y la balanza del bien y el mal en nuestra época

Tellier lleva a cabo un espléndido trabajo con respecto a la percepción actual sobre la honradez y la probidad. El guion de Goliath muestra poco a poco a sus personajes como centros de una batalla que se libra en la oscuridad. Patrick, por un lado, es un abogado con un sentido sobre lo legalmente viable que podría parecer idealista de no ser tan práctico. Al otro extremo, Matthias (Pierre Niney) es el símbolo del poder político que se inclina hacia el dinero y la influencia.

Claro está, no se trata una óptica novedosa. Aunque sí lo es la forma en que Tellier narra escenarios que se superponen entre sí. Desde la posibilidad de la verdad que se comprueba frente a un juez, hasta el lecho de un enfermo que se pregunta por la ética. Poco a poco, Goliath muestra las distintas batallas que se libran en un entorno hostil en el que la corrupción y la desesperanza se enlazan con el sentido del deber.

Goliath

El director no intenta mostrar la forma en que el bien y el mal se comprenden en la actualidad. Más bien, profundiza en sus matices. En lo que piensa el abogado incansable en sus momentos más duros, en las inquietudes del político en medio de decisiones morales que lo superan.

Goliath no es una mirada sobre cómo vencer a un enemigo gigantesco con pocas armas, aunque su nombre lo sugiera. En realidad, es un debate cada vez más incómodo a través del motivo por el cual se toman las decisiones personalísimas. También cómo eso afecta a las pequeñas y dolorosas luchas cotidianas. 

El dolor y el miedo como una búsqueda de ideales

El sistema legal francés se abre en varias direcciones distintas para mostrar sus complicadas dimensiones. Pero Goliath evita parecer en exceso local. De hecho, es mucho más una reflexión bien construida acerca de cuáles son los escenarios de las grandes batallas jurídicas en nuestra época.

Más allá, cuando el dinero y la influencia pueden ser la diferencia entre el éxito y la distorsión de lo creíble. Goliath, que evita emitir juicios directos, está mucho más interesada en explorar la posibilidad realista de vencer a grandes empresas y consorcios.

Goliath

Sin duda, Erin Brockovich, la mujer audaz de Steven Soderbergh, marcó el ritmo y el sentido de dramas semejantes. Pero Goliath, que está muy lejos de la espectacularidad de Hollywood, apuesta por la discreción de un mapa más íntimo.

“La justicia no nacerá de manera espontánea, hay que buscar su raíz”, dice Patrick, junto a la cama de un niño enfermo. Una imagen simple, pero que resume el poder de esta película, sostenida sobre sus símbolos y, más allá, sobre sus grandes lecciones silenciosas.

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