A veces, la vida te da una de cal y otra de arena. Dejando a un lado la eterna pregunta sobre cuál es la buena y cuál la mala, cabe destacar que esta es una afirmación muy válida en lo que a genética se refiere. Y es que una misma variante genética puede protegernos de una enfermedad, llegando incluso a salvarnos la vida, a la vez que nos condena a una mayor propensión a sufrir otra. Hay múltiples ejemplos y el gran problema es que, precisamente por esa protección inicial, dicha variante tiene una mayor probabilidad de perdurar en el tiempo.

Recientemente se ha descubierto que esto pudo ocurrir con la peste negra. Aquella gran epidemia que fulminó a casi la mitad de la población europea en solo cuatro años, pudo moldear el sistema inmunitario de los supervivientes. Quedarían protegidos de la enfermedad. Pero, curiosamente, ahora se ha visto que quienes heredaron su superpoder son mucho más propensos a enfermedades autoinmunes como la enfermedad de Crohn.

Y no es la primera pareja de enfermedades de este tipo que se conoce. También se han descubierto relaciones similares con la anemia falciforme y la malaria o con la fibrosis quística y el cólera. En definitiva, se trata de enfermedades genéticas que, de algún modo, protegen contra infecciones causantes de grandes epidemias. 

El caso de la peste negra y las enfermedades autoinmunes

La relación entre la peste negra y las enfermedades autoinmunes se ha mostrado recientemente en un estudio publicado en Nature. En él, se analiza ADN antiguo de restos de individuos de Inglaterra y Dinamarca que murieron en la edad Media, antes de la gran epidemia de peste negra, durante la misma o después. Es lógico pensar que quienes sobrevivieron podían tener alguna variante genética que les protegía de algún modo de la enfermedad. Por eso, cuando se centraron en aquellas relacionadas con el sistema inmunitario, hubo cuatro mayoritarias en ese grupo que llamaron su atención, todas asociadas a dos genes: ERAP2 y TICAM2.

El primero se activa en los macrófagos, que son unas células que acuden rápido frente a una infección, atacando al patógeno, digiriéndolo y presentando una parte de lo que queda de él al resto de células inmunitarias, para que sepan dónde atacar. 

En cuanto al segundo gen, lleva las instrucciones para la síntesis de una proteína que interviene en la detección de bacterias gram negativas, en cuyo grupo se encuentra Yersinia pestis, la causante de la peste negra. Parecía evidente que había una relación. Pero, para comprobarlo con más seguridad, tomaron sangre de personas con dichas variantes en la actualidad y expusieron sus macrófagos a aquella bacteria que asoló Europa en la Edad Media. Como cabía esperar, fueron mucho más eficientes eliminando a la bacteria que aquellos que no tenían esta variante genética.

Todo esto llevó a que con la epidemia se seleccionaran aquellas personas protegidas genéticamente frente a Y. pestis. Sin embargo, los autores de este estudio han visto que también hay una cara negativa en la historia. Y es que hoy en día las personas con dichas variantes parecen estar más predispuestas a padecer ciertas enfermedades autoinmunes

Estas son enfermedades muy habituales hoy en día, mientras que la peste, si bien no se ha erradicado, ya no está tan extendida. Además, la existencia de antibióticos hace más complicado que puedan darse grandes epidemias. Por eso, lo que en su día fue una bendición, hoy se convierte en una condena.

peste negra
Peter Kvetny (Unsplash)

La anemia falciforme y la malaria

La anemia falciforme es una enfermedad genética caracterizada por la presencia de glóbulos rojos con una forma anómala, como de media luna. El resultado de esta conformación es que dichas células se rompen fácilmente, disminuyendo así las reservas de hierro y provocando una gran anemia. 

Además, esa forma de los glóbulos rojos provoca que puedan obstruir vasos sanguíneos pequeños, como los capilares, produciéndose accidentes vasculo-oclusivos isquémicos. Todo esto puede ser muy grave en personas que heredan el gen afectado de sus dos progenitores. Sin embargo, en los que solo lo heredan de uno, los síntomas son muy leves o incluso imperceptibles. Esto se debe a que tienen glóbulos rojos con forma de media luna, pero también los redondos y chatos habituales. 

Por otro lado, el parásito causante de la malaria, Plasmodium falciparum, infecta precisamente los glóbulos rojos. Sin embargo, le resulta más complicado hacerlo en los que tienen forma de media luna, ya que se rompen en el proceso, por lo que es más complicado que se dé la enfermedad en estas personas. Eso ha llevado también a que en episodios de epidemias de malaria, sobre todo en ciertas regiones, se hayan seleccionado genéticamente los individuos portadores de la anemia falciforme. Desgraciadamente, al ser precisamente algo que ocurre sobre todo en zonas muy concretas, es más fácil que estos individuos acaben emparejándose y, finalmente, su descendencia porte las dos copias mutadas del gen y, por lo tanto, desarrollen gravemente la anemia falciforme. 

Más enfermedades: la fibrosis quística y el cólera

La fibrosis quística es una enfermedad genética caracterizada por mutaciones en un gen que contiene las instrucciones para la síntesis de un canal de cloro llamado CFTR. Los canales de cloro son proteínas que se encuentran incrustadas en las membranas de las células y actúan como puerta de paso de iones de cloro, abriéndose o cerrándose, según convenga. Estos iones y otros, como los de sodio o potasio, intervienen en un gran número de funciones. Algunos ejemplos son la excitación nerviosa, el control de la presión sanguínea o la proliferación celular

La presencia de esta mutación provoca, sobre todo, una acumulación excesiva de mucosidad en aquellos sistemas que normalmente la contienen, como el digestivo o el respiratorio. Llega a ser muy grave, sobre todo porque a veces los pacientes se ahogan con sus propias mucosidades o pueden desarrollar más infecciones. No obstante, al igual que ocurre con la anemia falciforme, los síntomas graves solo se dan en quienes heredan las dos copias mutadas. 

En cuanto al cólera, es una enfermedad infecciosa causada por la bacteria Vibrio cholerae. Cuando llegan al intestino, las toxinas de esta bacteria activa en exceso los canales de cloro CFTR, provocando un exceso de producción de líquidos para compensar ese aumento en la concentración de iones. Por este motivo, las deposiciones se vuelven muy acuosas, causando una diarrea tan intensa que puede generar rápidamente la muerte por deshidratación. 

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La curiosa relación entre ambas

Se ha visto que las personas portadoras del gen mutado que causa la fibrosis quística son más resistentes a los efectos del cólera. Y no está claro por qué. Sin embargo, se sospecha que puede deberse a que tienen parte de sus canales de calcio atrofiados. Esto no les generaría síntomas preocupantes, pero sí que dificultaría los efectos de las toxinas de la bacteria causante del cólera.

El cólera es especialmente habitual en lugares con un mal saneamiento del agua. Hoy en día se reduce a zonas con pocos recursos económicos o lugares en los que ha habido desastres naturales. Sin embargo, en el pasado era mucho más común. Por eso, los genes de los portadores de fibrosis quística tuvieron más ventajas para perdurar. Esto ocurrió hasta el punto de que se calcula que 1 de cada 25 personas es portadora de la enfermedad, por lo que no es improbable que dos acaben teniendo hijos que hereden las dos copias y desarrollen la enfermedad. Esa sería la cal. O la arena. Sea cual sea la mala de ellas. 

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