El rey Viserys, primero de su nombre, ha muerto. Lo ha hecho durante la noche, al amparo de un cuarto vacío, y sus últimas palabras solo las escuchó su esposa. Con una mirada a la Fortaleza Roja solitaria y en medio de la semi penumbra matutina, comienza el penúltimo capítulo de La Casa del Dragón en HBO Max.

Con los Hightower en pleno dominio de lo que acontecerá a partir del fallecimiento del monarca, el poder se convierte en una tentación. Una tan implacable como para mover cada pieza en un amplio tablero de maquinaciones y estrategias para coronar al sucesor, el usurpador Aegon II.

Otto Hightower reacciona antes que nadie. El que fuera La Mano de dos reyes Targaryen sabe que su oportunidad para el dominio, que aguardó con infinita paciencia, llegó. De modo que la estrategia es clara: cercar a Rhaenyra, sentar a su nieto en el Trono de Hierro y arrasar con cualquier oposición. Por otro lado, Alicent se yergue con una rara integridad ante el vacío y la confusión. El temprano cisma muestra hasta qué punto la paz de los Siete Reinos pende de un hilo frágil. Tanto como para que padre e hija se enfrenten cara a cara por la posibilidad de sucesión.

La Casa del Dragón es la nueva serie del universo de Juego de Tronos

La Casa del Dragón y las piezas de la violencia

El consejo privado se reúne de emergencia y Alicent se enfrenta, por primera vez, al rostro más crudo del círculo de poder. La usurpación ya ha sido planteada y planeada. Tanto como para que su relato sobre las últimas palabras de Viserys I no sea tan importante. Lo realmente valioso es la posibilidad de ganar tiempo, de engañar y ocultar.

Que la información no llegue a Rocadragón ni tampoco a Marea Alta. “¿Han conspirado a mi espalda?”, se sorprende la futura reina madre en La Casa de Dragón. Otto la mira impasible. “Solo aseguramos la estabilidad del reino”, insiste, de nuevo, el hombre que movió los hilos con cuidado para lograr cristalizar una ambición cada vez más cruel. 

“¡Esto es una traición, es inadmisible!”, grita entonces Ser Beesbury, señor de Sotomiel. “He conocido a Viserys por más tiempo que cualquiera de ustedes y sé que jamás decidiría en contra de su hija”. El Consejero de la Moneda es la única voz discordante en la mesa. En la opinión en la que ya se da por descontado no solo la llegada al trono de Aegon, sino la muerte de Rhaenyra.

El plan, cuidadosamente trazado mientras el rey languidecía cada vez más débil, se descubre ahora en toda su brutalidad. Para Otto, es indispensable que la heredera sea sitiada y asesinada, que cada uno de sus partidarios desaparezcan a la vez. “Es inevitable”, dice en voz baja, con una malevolencia precisa. “De no hacerlo, dividirá al reino en dos”. 

Las dos caras de la moneda en la noche más aciaga de Poniente

“¿Quién puede decir que el rey ha muerto de forma natural?”, insiste Ser Beesbury. Es entonces cuando Ser Criston Cole demuestra, otra vez, su impecable lealtad a la reina. Con un único golpe a mano limpia asesina al noble y, después, se niega a entregar el arma. Por su lado, Ser Harrold Westerling se despoja de la capa blanca y se declara sin autoridad ni tampoco deberes. “Mi única responsabilidad es con el rey”, dice el caballero y sale de escena. Pero la tensión en el consejo privado aumenta. Alicent se resiste a una solución violenta. Para Otto no hay posibilidades de otra cosa

Pero, mientras todo acontece en el silencio de salones vacíos y murmullos, La Mano del Rey lleva una ventaja estratégica considerable en La Casa del Dragón. No solo hizo encerrar a Rhaenys Targaryen en sus habitaciones. También reunió a los nobles en Desembarco del Rey y se aseguró su lealtad. Voluntaria o forzosa, el antiguo consejero de Viserys se adelanta paso a paso a cualquier insurrección.

“El rey entró en razón y expresó su voluntad en el lecho de muerte”, vuelve a asegurar. Los líderes y cabezas visibles de Las Casas de Los Siete Reinos aceptan la realidad. No importa cuáles hayan sido los deseos de Viserys, ya está muerto. Con su muerte, Otto Hightower y la reina verde manejan los hilos del control con tanta frialdad como mano despiadada. 

El mapa del poder se transforma en La Casa del Dragón

El guion dedica los primeros veinte minutos del capítulo a mostrar, con una economía de recursos narrativos eficaz, el coste de la codicia en el continente. Desde el aislamiento de las criadas hasta la justicia abrupta y sin apelación del futuro Aegon II, ejercida por su abuelo sin piedad, el círculo de poder se cierra. Todavía el primer día desde la muerte del Viserys no ha transcurrido. Pero Otto sabe que el tiempo juega en su contra. Que cada paso asegura el futuro y cierra las opciones a cualquier movimiento de Rocadragón. 

Pero Alicent se resiste y es la actitud de la viuda de Viserys el equilibrio precario en un capítulo de La Casa del Dragón en el que la crueldad silenciosa lo es todo. Enfurecida, opone resistencia al padre que signó su vida en cada momento hasta llevarla a ser la mujer más poderosa del reino. Sin embargo, también la que está atrapada entre los finos hilos entretejidos a su alrededor.

“Aegon reinará y eso es todo lo que debemos asegurarnos”, insiste Otto ante los reclamos de su hija. “Mi marido no querría que su hija muriera de esta forma”, se horroriza la reina ante la llaneza feroz de su padre por controlar cualquier resquicio de subversión. “¿Eres tú la que deseas proteger a tu compañera de juegos de infancia?”, le recuerda Otto con frialdad directa. “Lo único que sé es que Aegon debe regir con clemencia”, insiste Alicent. 

Un rey que no desea serlo

No obstante, el objeto de todos los manejos en la Fortaleza Roja está lejos de querer llevar sobre sus hombros la responsabilidad que le espera en La Casa del Dragón. Tanto como para que la batalla entre Otto y Alicent comience, justamente, por encontrar el lugar en que se esconde. El que fuera consejero de Viserys envía a los gemelos Arryk y Erryk Cargyll, en busca del heredero impuesto a través de la ciudad. Al otro lado, la reina encomienda la misma tarea a Ser Criston y a su hijo menor, Aemond. El mensaje es claro: la facción Hightower que logre encontrar al príncipe será la que prevalezca. La que asegure las condiciones de la coronación y, quizás, incluso, la vida de Rhaenyra. 

No resulta sencillo. Aegon escapó del palacio y se oculta con habilidad. De inmediato, la búsqueda de su paradero lleva a los heraldos de La Mano y de la reina a los parajes más oscuros de Desembarco del Rey. Pero el futuro monarca no se encuentra en la calle de la Seda. Una de las prostitutas explica a Ser Criston que el futuro rey “ha dejado de ir” al famoso distrito de prostitutas. “Sus gustos no son tan refinados”, dice la mujer y sonríe con perversidad. De modo que, es obvio que el príncipe se encuentra en algún lugar más sórdido que nadie puede ubicar. 

Al menos, no los enviados de palacio, confundidos en medio de la muchedumbre y sus laberínticas calles. Es entonces cuando Lady Mysaria resurge de su largo silencio de años. La que fuera amante de Daemon Targaryen es la única capaz de indicar el paradero del heredero usurpador. Pero envía una emisaria a los gemelos Cargyll. No lo hará gratis ni tampoco ante vasallos. “Solo alguien de palacio debe responder”. 

Aemond y Criston intentan seguir la pista del príncipe por otros linderos. El segundo en sucesión con sangre Hightower confiesa, entonces, sus secretos más complejos. “Estudio filosofía e historia, soy disciplinado y monto al dragón más grande de Poniente. Sería un buen rey”, confiesa. Pero el desconfiado Cristian Cole no responde a la insinuación, tampoco a la posible oferta de traición. En lugar de eso, insiste en seguir la pista de Aegon entre los laberintos turbios de Desembarco del Rey. 

Al final, será la casualidad la que les conduzca a ambos a los lugares correctos. En medio de la muchedumbre de las calles, distinguen a Mysaria, que negocia con Otto la posible entrega de Aegon. “Cuando su nieto se siente en el Trono de Hierro, recuerde quien lo puso allí”, dice la antigua prostituta. Finalmente, la identidad del misterioso y célebre Gusano Blanco queda revelada con una sonrisa torcida de la mujer que todos llaman Miseria a sus espaldas. 

El coste del poder y el horror

En la Fortaleza Roja, los manejos de poder continúan siendo arduos. Ser Larys Strong ofrece su escucha e información a Otto Hightower. Pero, al final, la reina es la que recibe la retorcida atención del heredero de Harrenhal. Una tenebrosa promesa hecha desde el vínculo perverso y extraño que ambos comparten. “A la red de espías de su padre habrá que eliminarla desde la abeja reina”, dice el noble más peligroso de Poniente. Lo que marca el destino de la red de escuchas de Mysaria y, quizás, el de ella misma en La Casa del Dragón

Pero es en las calles de Desembarco del Rey en las que se decide el futuro de Poniente. Finalmente, son los Cargyll los que encuentran a Aegon, que profesa una oscura devoción por la violencia y llena los lupanares de la ciudad con sus bastardos. Para sorpresa de ambos caballeros, el príncipe se resiste, intenta escapar.

“¡No quiero ser rey!”, grita. Y es esa declaración la más trágica en medio del juego de poderes que aplasta Poniente. El príncipe por el que han muerto nobles y por la que se sacrificará la vida de Rhaenyra se resiste al trono. A la vida palaciega. Lo dice a su hermano, lo escupe con odio a la cara de Criston. “¡Nunca lo he deseado! ¡Tampoco mi padre lo quería!”, recuerda, y no por nobleza, sino por el profundo rencor de una Casa Real dividida. 

Quizás es la flagrante traición o la conciencia de la tragedia que se avecina para la heredera de Viserys lo que hace que Erryk tome una decisión. Mientras su hermano lucha por llevar al príncipe a la Fortaleza Roja en La Casa del Dragón, él desiste de luchar y corre hacia el palacio, pero con una decisión clara. La de evitar una traición que aplastará no solo los deseos del fallecido rey, sino también la vida de la sucesora legítima

La Reina roja vuela de nuevo en La Casa del Dragón

Rhaenys, “la reina que nunca fue”, prueba de nuevo la amargura de la derrota. Encerrada, aislada, probablemente viuda y despojada de Marea Alta solo aguarda la muerte o, quizás, la clemencia. La segunda opción es la que le ofrece Alicent, que trata de buscar su apoyo. “Han encerrado a mi dragón, a la Reina Roja”, dice la princesa, enfurecida. La reina viuda trata de convencer a la estoica Dama Velaryon sobre sus posibilidades. “Aegon será coronado y solo eso pasará. Mejor que lo sea sin sangre y con misericordia”, concluye con firmeza. 

La reina, que se ganó a pulso el derecho de decidir el futuro de su hijo y el reino, confronta a la mujer que pudo ocupar el Trono de Hierro. Ya lo hizo antes con su padre, al informarle de que Aegon estaba en sus manos. “Se hará con clemencia, sin asesinar, pero mi hijo reinará”. Lo mismo repite a Rhaenys, que la escucha con imperturbable paciencia. “Solo buscas crear una ventana para escapar de tu encierro”, le recuerda la dama Targaryen. Alicent no se deja convencer. “Cuando decidas apoyarme, toca la campana”, concluye sin mayor discusión. 

Es Ser Erryk el que toma la decisión por la princesa. El que toca su puerta y la libera. “No permitiré semejante traición”, dice, y la lleva a la calle. Pero el mecanismo de toma del poder de los Hightower, menos sangriento que el que ideó Otto, ya está en marcha. Los ciudadanos de Desembarco del Rey caminan hacia El Septo para jurar al rey. Para ser testigos del acto de traición que abrirá en dos la historia del reino. 

Fuego y sangre, el comienzo de la guerra civil

A pesar de su resistencia, Aegon camina hacia el altar para recibir la corona del reino. Lo hace de mano de Ser Criston Cole, cuya lealtad fue recompensada con un nuevo cargo. El ahora Comandante de Las Capas Doradas levanta la corona y, finalmente, la usurpación se consuma. El pueblo aplaude, la familia del estandarte Verde Esmeralda ve cumplida su ambición. “Viva el rey Aegon II, el que fue soñado para gobernar el continente”, grita el caballero con una devoción cercana al fanatismo. 

La explosión llega sin que nadie la espere ni tampoco comprenda, de inmediato, su naturaleza. Pero el fuego Targaryen se anuncia. La división ahora es un hecho real. Un dragón emerge en mitad del Septo, entre rugidos, y extiende las alas. Es la célebre Reina Roja, enorme y violenta, que amenaza a la familia real, empequeñecida por el miedo. En su grupa monta Rhaenys, implacable. Con la decisión del futuro en una sola palabra.

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Pero el “dracarys” que podría haber cambiado la historia jamás llega. Al final, solo echa a volar, como heraldo de los horrores que esperan a los Siete Reinos. La guerra civil que arrasará con los Targaryen ha comenzado. La línea de fuego y sangre que dividirá a la historia, el pueblo y la vida de Poniente se avizora en la forma de un dragón que vuela al mar. 

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