En The Humans todo comienza por una reunión familiar como cualquier otra. Una a la que todos los miembros asisten porque no tienen otro remedio y que, sin duda, preferirían evitar. Pero al final, se sientan a la mesa —o en el peor de los casos, se confrontan— en medio de un ambiente enrarecido. 

Durante la primera media hora, la película de Stephen Karam juega con la idea de la convivencia forzosa de virtuales desconocidos unidos por un vínculo consanguíneo. Una premisa que, por supuesto, forma parte de un tipo de historia que explora las relaciones humanas.

Pero el realizador— que dirige la adaptación de su obra de teatro ganadora del Tony en el 2016 —  está interesado en un punto más duro. En hacerse preguntas sobre si toda la rabia contenida, la frustración, el miedo y la violencia sugerida, pueden transformarse en amenaza.  

The Humans

The Humans podría ser obvia o, en cualquier caso, evitar exigir al espectador la paciencia de descifrar sus símbolos. Pero el director toma el riesgo de crear un mapa complicado de una singular tensión sin explicación, que sostiene su argumento con eficacia. El film logra llegar al terror  a través de una progresión de situaciones. Para cuando el tercer tramo llega, es evidente que el guion logró usar con habilidad sus hilos argumentales. Conectarlos en un escenario desconocido y contar una connotación nueva sobre una penumbra perniciosa inmersa en los hechos cotidianos.

Puntuación: 4.5 de 5.

Una familia como cualquier otra, que se topa con una situación perversa

La familia Blake parece responder a todos los estereotipos de narraciones basadas en emociones conflictivas. Brigid (Beanie Feldstein) y su novio Richard (Steven Yeun) sostienen una relación que agoniza. Tan al borde de la ruptura que, durante las primeras secuencias, la angustia contenida es palpable e incómoda.

Quizás, solo se trate del hecho de que, como otros tantos habitantes de Nueva York, son sobrevivientes al cercano —en la película— 11 de septiembre del 2001. Sin importar el motivo, ambos parecen atrapados en una borrosa sensación de pesadumbre.

Es en el piso semi vacío que comparten, al que la familia de ella acudirá a regañadientes a una cena de Acción de Gracias. Su madre Deidre (Jayne Houdyshell), su padre Erik (Richard Jenkins), hermana Aimee (Amy Schumer) y abuela Momo (June Squibb) son invitados inevitables. Tan odiosos como para que la velada se convierta con rapidez en un intercambio de insultos velados y recuerdos venenosos. La premisa deja claro que la tensión en el ambiente llevará a un estallido. Lo que nunca revela, hasta su espléndido tramo final, es que lo que ocurre es algo mucho más tenebroso que lo podría suponerse

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Es entonces cuando The Humans toma el riesgo de volverse espeluznante sin revelar la verdadera naturaleza de su historia. ¿Se trata de terror, drama? ¿Una mezcla entre ambas cosas? No hay respuestas claras en un relato que por momentos se hace asfixiante.

Monstruos con rostro humano

Sorprende que cada uno de los personajes desarrolla un espacio propio en el que lo desagradable se manifiesta hasta volverse insoportable. Deidre es una madre controladora y cruel. Erik se esconde en una tensión interior que está punto de estallar en algo temible. Aimee, que brinda la oportunidad a Amy Schumer de mostrar un nuevo registro, sufre el rechazo familiar por su orientación. Poco a poco, este cuadro familiar disfuncional se desploma a pedazos para mostrar las cicatrices mal curadas de algo más venenoso.  

The Humans

Pero Karam, que juega con el concepto del odio como manifestación de un mal mayor, conduce el enfrentamiento hacia lugares inusuales y cada vez más oscuros. Pronto, Richard —cuya herencia como coreano estadounidense se convierte en un punto de importancia— enfrenta a la familia de Brigid. Todos miembros de una creencia ultraderechista con raíces católicas.

De hecho, el miedo (al menos, en la forma en que Karam lo concibe), se relaciona con el poder del rechazo y el prejuicio. La cámara va y viene entre las conversaciones y pronto, es evidente que hay algo antinatural en esta cápsula sofocante de agresiones pasivo agresivas. 

No solo se trata de los secretos que parecen revelarse o de la demostración cada vez más abrumadora de un elemento discordante a la periferia. The Humans deja claro que lo maligno — cualquiera sea su significado — se encarna en la naturaleza de sus personajes.

El cómo se manifiesta es una pregunta siniestra que se formula desde ángulos distintos y que, cuando recibe respuesta, resulta terrorífico. Para el argumento, lo que pasa frente a las cámaras es, apenas, una fracción de lo que se oculta fuera de la historia. Lo cual hace que la sensación de un misterio dentro de un misterio, sea cada vez más agobiante.

Lo que se esconde bajo una escena cotidiana en The Humans

¿El conflicto que el guion narra es un misterio complejo? El largometraje no se prodiga en dar explicaciones y ese es su mayor atributo. Poco a poco, muestra que lo se esconde entre las discusiones, antipatía y franca animadversión, es un elemento más oscuro del que podría suponerse.

The Humans podría ser obvia o, en cualquier caso, evitar exigir al espectador la paciencia de descifrar sus símbolos. Pero el director toma el riesgo de crear un mapa complicado, de una singular tensión sin explicación, que sostiene su historia con eficacia.

The Humans

La película logra llegar al terror — al descarnado y angustioso — a través de una progresión de situaciones sin aparente relación entre sí. Un personaje agrede a otro con un insulto susurrado. Otro se encierra en uno de los baños para esperar noticias de un hecho que no se revela. Para cuando el tercer tramo llega, es evidente que el guion logró usar con habilidad sus hilos argumentales supuestamente independientes. Conectarlos en un escenario desconocido para contar una penumbra perniciosa, inmersa en los hechos cotidianos. 

Una familia tenebrosa y voraz, el peor enemigo

Uno de los puntos más altos de The Humans es cómo detalla el miedo sin mostrar su causa. No hay una maldición, monstruo o un terror sobrenatural o, al menos, no uno identificable a primera vista. Pero la anomalía está en medio del mapa de las conversaciones, las discusiones en voz baja y en especial, en la sensación que todo ocurre en un estrato antinatural. 

Cada uno de los personajes tiene secretos que guardar. Peor aún, son manifestaciones de algo retorcidas que sobrepasan la mera antipatía mutua. Desde los padres brutales hasta la hija lesbiana, centro de ataques discretos pero dolorosos. La cena familiar se convierte en un escenario grotesco. 

El director convierte al piso de Brigid y Richard en algo más que un espacio. La luz entra con dificultad, hay manchas de humedad en las paredes. La sensación inequívoca que es más grande de lo que aparente. Pasillos que se curvan hacia lugares incómodos, puertas cerradas y ventanas demasiado pequeñas. Todo conspira para brindar proporciones claustrofóbicas a la casa.

The Humans

¿Se trata de una ilusión óptica? ¿De un intento de los personajes de escapar a su realidad? Las esquinas gotean y rezuman humedad con aspecto tétrico, los azulejos del baño se cuartean en forma de venas gruesas. Cada pequeño detalle se hace más repugnante a medida que las discusiones aumentan de tono y crueldad. ¿Influye lo que ocurre en la cena familiar en la realidad física de la casa?

Las sombras alargadas, la sensación perversa que cada cosa que pasa está predestinada a suceder e implosionar hacia direcciones inexplicables. El director de fotografía, Lol Crawley, crea un escenario de tensión irrespirable que referencia en cierto modo a la serie Servant de M. Night Shyamalan. De la misma forma que la producción de Apple TV+, The Humans pondera acerca de como un espacio puede ser centro del miedo. 

Las respuestas, los terrores, las puertas cerradas en The Humans 

En todo este ámbito retorcido, la familia Blake son presencias casi espectrales. El hecho que el guion se base en mayor medida el punto de vista de Richard, permite que la decisión acerca de lo que sucede quede en manos del espectador. El terror es real, pero no tópico. Tampoco directo. Está basado en las sombras interiores que convierten a situaciones ordinarias en algo repulsivo y al final, voraz.

Para Karam, los monstruos no pertenecen a otros planos, dimensiones o planetas. Son aquellos que saben los secretos capaces de hacer daño, de convertir las palabras en armas y destrozar. Que el director haya utilizado esa premisa para convertir lo que podría ser un drama en un argumento de terror psicológico, es toda una proeza. También, su elocuente mirada de la naturaleza humana. Quizás, la criatura más violenta, implacable y sangrienta de todas. 

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