En España, la edad de oro de la televisión llegó muy tarde. A nuestros creativos les costó enterarse de que ya no se podían escribir guiones y rodarlos con la sencillez que años antes. Ni ofrecernos montajes sin complejidad. Y no parece disparatado insistir en que, hasta el estreno de La casa de papel, no se produjo una serie moderna en el país. Pero, sin duda alguna, el caso de Aquí no hay quien viva es distinto.

Si queremos pensar en las comedias de situación, prima el modelo estadounidense, con decorados habituales, pocas escenas exteriores y sus tradicionales risas enlatadas. A lo Seinfeld o Friends. En España se reprodujo, sobre todo, en la muy exitosa Siete vidas y su spin-off, Aída. Pero, si las collejas de Soledad Huete se conservan bastante mal, las del número 21 de la madrileña calle Desengaño se mantienen frescas como el primer día. Y sin risas enlatadas.

Hay quien apuntará que no podemos olvidarnos de que ahí estaba la dramática Crematorio. Pero no es una obra con la plenitud actual. Y la traslación de la perspectiva cinematográfica a las ficciones televisivas se produjo a partir de Twin Peaks y The X-Files, dos décadas antes. Sin embargo, Aquí no hay quien viva es una aportación propia.

El gran éxito de Aquí no hay quien viva antes y ahora

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Esta serie, creada por los hermanos Alberto y Laura Caballero con Iñaki Ariztimuño, narra la vida de una problemática comunidad de vecinos en el centro de Madrid. A lo 13, Rue del Percebe, la historieta de Francisco Ibáñez. Y constituyó un triunfo colosal para la crítica especializada y los televidentes españoles, que la convirtieron en la producción nacional más vista durante la primera década del siglo XXI. Por muy buenas razones, sin discusión.

La media de cuota de pantalla de sus noventa capítulos fue de casi un 34 % durante la emisión de sus primeras cinco temporadas en Antena 3. Y, desde octubre de 2021, se cuela a menudo en el top diez de Netflix. Aunque también está en el catálogo de Amazon Prime Video, HBO Max y Atresplayer. Los televidentes que vieron cada capítulo en el mundo analógico la revisitan ahora en streaming. Y las nuevas generaciones que la han descubierto ahí hacen posible asimismo su renovada fama.

Según el barómetro elaborado por el Gabinete de Estudios de Comunicación Audiovisual, consultora integrada en el Grupo Globomedia, sobre el conjunto de las plataformas, Aquí no hay quien viva ha sido la sexta serie con más visionados en el primer trimestre de 2022. Cerca del 22 % de los españoles que consumen vídeo bajo demanda, en seis de cada decena de hogares aproximadamente, la han escogido para gastar su tiempo.

El disfrute interminable

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Uno de los motivos por los que no nos cansamos de volver a los enredos de esta comunidad de vecinos se halla en lo que Paolo Vasile, consejero delegado de Mediaset, denomina “el efecto karaoke”. Uno recuerda perfectamente los detalles de la trama e incluso los diálogos de los episodios. Y, por ello y lo agradable que le resulta la experiencia, repite y se los embaula una y otra vez sin sentir aburrimiento ninguno.

Otro tanto nos ocurre con la época buena de Los Simpson. Y con la mencionada Friends. También, con The Big Bang Theory y las excéntricas ideas de Sheldon Cooper. A aquellos espectadores a los que nos gustan, claro. Y así podemos verlas desde el principio hasta el final en múltiples ocasiones, o capítulos sueltos, y no hartarnos nunca.

No es solo el efecto karaoke

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No obstante, hay algo básico en ellas que nos empuja a ese comportamiento insistente. Un aspecto fundamental que las diferencia, por ejemplo, de Farmacia de guardiaSiete vidas. Y es que el ingenio de su humor no envejece. Igual que en La que se avecina, hermana gemela pero un poco más descontrolada de Aquí no hay quien viva, hasta que se le empezó a notar cierto agotamiento de la fórmula y una caída de su ritmo.

Los líos y las desventuras de la obra coral de los Hermanos Caballero, que beben en la energía cómica de sus puestas en escena de lo mejor que nos regalaron Billy Wilder, Luis García Berlanga o la tradición dramatúrgica española, pertenecen a las risas imperecederas del séptimo arte. Y sus personajes protagonistas y sus actores, emparentados con los de las sátiras de la generación de José Luis López Vázquez, se revelan muy reconocibles e icónicos. Tanto como para permanecer en nuestras pantallas aunque pasen los años.

Tras las exageraciones de su personalidad particular, los ocurrentes diálogos que salen por sus bocas y las situaciones disparatadas en las que intervienen, creeríamos sin problemas que los vecinos agotadores de Aquí no hay quien viva existen como personas reales. Y en el edificio de al lado. No los podemos considerar, de ninguna manera, seres de ficción impostados porque están vivos. Y eso entraña el valor de lo que refleja el mundo. Una virtud anterior a la edad de oro de la tele.

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