Los personajes de Stranger Things siguen evolucionando. Los jóvenes, pese a las distintas amenazas, suelen salir bien librados de ellas. Solo algunos antagonistas se han quedado en el camino. Al menos así lo fue hasta la cuarta temporada, cuando uno de los personajes murió y otro terminó con muerte cerebral.

Puede que desde esa aura de invencibles, protegidos desde el guion, surja la idea de que la narrativa ha sido condescendiente. Hace falta más tensión, podría pensarse. Y una de las referencias que surge es Juego de Tronos y las muertes sorpresivas de personajes clave. La comparación llegó a los hermanos Duffer, Matt y Ross. Fue Ross quien dijo: “No somos Juego de Tronos. Esto es Hawkins, no es Westeros”. Aunque la declaración pueda resultar una respuesta sencilla, no le falta razón. La esencia de ambas narrativas son opuestas.

Eso no tiene por qué ser una mala noticia, sino todo lo contrario. Un detalle que enriquece la diversidad dentro de las opciones de streaming. Ya saben: "entre gustos y colores...".

Juego de tronos como paradigma

Es el fenómeno televisivo más importante de la historia contemporánea. Mientras se emitió, Juego de tronos reunió durante cada domingo a miles de personas que quería conocer cómo evolucionaba la historia y, también, evitar algún spoiler en relación con la muerte de los personajes. Desde un principio y hasta el final, la serie sentó las bases de su relato: cualquiera podía morir y, aun así, la narrativa iba a seguir su curso.

Juego de Tronos HBO
Ned Stark y Jaime Lannister se enfrentan durante la primera temporada de 'Juego de Tronos'.

Durante las primeras temporadas, ese vértigo en relación con la muerte de personajes clave se sostuvo de buena manera con las tensiones políticas, las negociaciones en las sombras, diálogos enriquecidos que, aún ambientados en una época lejana, incluso fantástica, podrían calzar con la actualidad más allá de la pantalla. Con el pasar de las temporadas, ese potencial se fue perdiendo en favor del entretenimiento, de combates memorables y puestas de escena impresionantes. 

De una y otra forma, Juego de tronos alteró distintas cuestiones dentro de la televisión y el cine contemporáneo porque, como quizá pocas producciones, trató con aires de gran pantalla a una producción pensada para otro formato. El salto de calidad fue evidente. Aquella historia que un principio comenzó siendo de nicho, quizá solo próxima a los lectores de los libros, se convirtió en un fenómeno pop en el que se aplaudía desde una línea de un diálogo hasta la espectacularidad de la muerte de uno de los protagonistas. 

Juego de tronos dejó planteada la idea de que cualquiera es susceptible de morir; lo hizo a escala global, pop, dentro de un contexto narrativo que se lo permitía: Westeros fue, de forma progresiva, convirtiéndose en un terreno sin ley. A su favor, desde la primera temporada se impuso esta idea, con la muerte de Ned Stark. Con base en eso, ninguno de los caracteres presentes quedaba ajeno a ese destino. Fue la manera que el relato encontró para sentar las bases de lo que luego desarrollaría sin remordimiento alguno.

El camino propio de Stranger Things

Pedir algo similar a Stranger Things es sugerir que el relato de Netflix se contradiga. O mute en algo sobre lo cual no hay una justificación inicial. ¿Acaso los relatos deben permanecer inalterables, apegados de forma férrea a su origen? No. Pero cuando se trata de transformaciones tan evidentes, conviene tener un poco más de cuidado para evitar deshacer todo el universo construido durante varios años en cuestión de unos pocos capítulos. 

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Netflix

Cerra historias de personajes de forma abrupta, sin un marco previa que las justifique, sería restarle peso al principal valor de Stranger Things: las relaciones entre sus personajes. A las pocas horas de estrenarse el Volumen II de la cuarta temporada, las redes sociales se llenaron de imágenes con los momentos compartidos entre distintos personajes. El espectador los ve crecer y, en ese viaje, se vuelve cómplice de sus chistes, de las anécdotas compartidas en una heladería, de sus penas y alegrías. 

Virar la atención del espectador hacia quiénes viven o mueren es dinamitar buena parte del relato, despreciando la opción de ver cómo esas relaciones, amistosas o amorosas, mutan por lo que ocurre con uno y otro; observar de qué manera la perspectiva de vida y los deseos de tal o cual personaje marcan su relación con aquellos que quizá no la acompañan.

En Stranger Things no importa tanto quien vive o muere. Lo relevante es reflejar un poco de la condición humana, de las ilusiones y miedos por los que el grueso de sus espectadores han pasado, pasan o pasarán. Por eso tiene sentido que los autores de la serie defiendan su idea: “Esto es Hawkins, no es Westeros”.

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