¿Alguna vez te has preguntado por qué las palabras hambriento y enfadado se parecen tanto en inglés? Vale, posiblemente no tenga absolutamente nada que ver. Pero sí que es cierto que las sensaciones de hambre y enfado suelen ir de la mano. Cuando llevamos tiempo sin comer estamos más gruñones e irritables y a menudo basta con comerse un buen cocido para que los nubarrones negros se disipen, aunque solo sea un poco. ¿Pero esto es solo una percepción o tiene una explicación científica?

Recientemente, se está hablando de un nuevo estudio en el que “la ciencia constata que tener hambre nos pone de mal humor”. Pero no es un estudio especialmente novedoso y, de hecho, no aporta demasiada información. En él han participado 64 personas a las que se ha preguntado 5 veces al día durante 21 días sobre sus niveles de hambre y sus emociones. Así, han realizado una correlación entre la necesidad de comer y algunas emociones como el enfado.

Los datos son autoinformados por los participantes, lo cual puede conllevar bastantes sesgos. Además, se trata de un número bastante reducido de personas. Básicamente, se hace un análisis estadístico (muy correcto, eso sí) de algo que ya sabíamos. Se introduce como novedad el hecho de que es el primer estudio que analiza situaciones fuera del laboratorio. Pero, aun así, no podemos dejar de lado otras investigaciones anteriores que llegaban a conclusiones similares. Ahora bien, la verdadera pregunta aquí es: ¿por qué sentimos enfado cuando tenemos hambre? Este nuevo estudio no da la respuesta, aunque la ciencia tiene algunas claves sobre ello.

Hambre, enfado y hormonas del estrés

Una de las primeras consecuencias de llevar mucho tiempo sin comer es que se reducen los niveles de glucosa en nuestra sangre. Esto, lógicamente, puede tener consecuencias muy negativas si se mantiene a largo plazo, ya que esta es una sustancia indispensable, que actúa como combustible para nuestras células.

Por eso, cuando sus niveles en sangre se reducen, se liberan otras sustancias que proceden a aumentarlos cuanto antes. Es el caso, por ejemplo, del cortisol y la adrenalina

Ambas son conocidas como las hormonas del estrés, puesto que también se secretan cuando el cuerpo percibe una amenaza, propiciando la activación necesaria para luchar o huir de ella. Este concepto de huir o luchar es más aplicable a nuestros ancestros, que a menudo tenían que vérselas con amenazas reales, como un gran león intentando atacarles. En la actualidad nos sirve para estar pendientes, por ejemplo cuando cruzamos la calle. Pero también se pueden generar ante otro tipo de situaciones estresantes, no necesariamente peligrosas, promoviendo los síntomas típicos de la ansiedad. En este caso deja de ser algo adaptativo y puede llegar a convertirse en un problema.

Pero dejando eso a un lado, lo que está claro es que estas son hormonas que están muy ligadas a sensaciones como el enfado. Si se liberan cuando tenemos hambre, es lógico que nos encontremos de mal humor.

Afortunadamente, cuando tenemos hambre se liberan en nuestro cerebro otras sustancias, como el neuropéptido Y, que tienen propiedades ansiolíticas. Por eso, el enfado y la ansiedad no llegan a desmadrarse demasiado. Pero el caso es que están ahí, nadie puede negarlo. Entender que no es más que una consecuencia del hambre puede ser una buena forma de lidiar con ellos. Una vez que comamos, el mal humor debe desaparecer. Por eso es necesario confirmar todas esas correlaciones que en un principio nos parecen tan obvias.

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