Fauces de la noche llega en un momento complicado del género de vampiros. Uno el en que Cielo rojo sangre creó un concepto desconocido sobre el vampiro en medio de un escenario inquietante y brutal. El mismo año en que Son convirtió la sed de sangre en un dilema entre el amor, el desasosiego y la maternidad. Por si eso no fuera suficiente, también justo cuando Misa de medianoche dividió a los amantes del género con su singular propuesta.

De modo que la película de Adam Randall tiene la peculiar responsabilidad de replantear la premisa central del monstruo. Eso mientras se aleja de comparaciones y trata de encontrar su propio lugar en medio de la innovación. 

Eso lo logra a través de una improbable combinación entre el terror, la acción y cierto aire absurdo que el director plantea como un escenario irregular. Fauces de la noche parece intentar por todos los medios rebelarse contra los códigos del vampiro cinematográfico. Pero a la vez, no tiene la suficiente potencia para hacerlo y tampoco lo hace de forma incompleta. La película tiene un aire de autoparodia que quizás, en manos mucho más hábiles, podría resultar intrigante. En las de Randall son una confusa mezcla de pretensiones y condiciones sobre el vampiro en la pantalla grande. Todo eso mientras conecta su insustancial historia con la mitología usual del bebedor de sangre.

En paralelo a todas las demás propuestas del año, intentaron justo lo contrario. Adam Randall decide que su película sea un repaso al vampiro tradicional. Pero incluso esa pequeña rebeldía hacia la experimentación —que pudo crear una mirada íntima sobre el vampiro como fenómeno— sabe a poco. 

Ocurre en la medida en que Fauces de la noche no asume el humor como un elemento de interés, sino como alivio circunstancial. Y como si eso no fuera suficiente, también la acción. En medio de escenas frenéticas, de sangre derramada y risas forzadas, el film de Randall se desploma de forma incómoda. 

Sangre, humor y colmillos, la combinación improbable

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Por supuesto, que si alguna ventaja tiene Fauces de la noche, es que apela a la imaginaria colectiva para narrar su argumento. Es evidente que el mito del vampiro está tan integrado al lenguaje cinematográfico, que sus símbolos y códigos son inherentes a cualquier propuesta que los incluya. Adam Randall lo sabe y deja la mayor parte del trabajo del guion a ese supuesto. 

Como si se tratara de un universo alternativo en que el conocimiento sobre la naturaleza vampírica fuera obvio, su premisa es blanda por necesidad. No hay misterio, tampoco atmósfera, porque el director confía en lo obvio. Los vampiros temen la luz del Sol, beben sangre y desearán matarte a la menor oportunidad. Los de Fauces de la noche, por supuesto, se acogen a la premisa sin la menor alteración. Mucho menos sin tener la menor intención de jugar de manera imaginativa con ninguna mirada a la leyenda. El resultado es un cliché con aires bobalicones. Una extraña caricatura en que lo aterrador y lo burlón, no llegan a mostrar nada en especial en la combinación de ambas cosas.

En especial, es inevitable comparar a Fauces de la noche con intentos más inspirados de convertir lo monstruoso en algo satírico. Zombies Party (2004), de Edgar Wright, convirtió una matanza zombie en el momento idóneo para dirimir conflictos emocionales. Lo hace bien al permitir que el terror fuera un contexto rudimentario y potente sobre la naturaleza humana. 

Adam Randall intenta algo semejante con la circunstancia que rodea a Benny López. El personaje, un estudiante con una vida miserable, termina entrar en contacto casi por casualidad con el inframundo. Lo hace en mitad de lo que se anuncia como una especie de suceso definitivo y potente en el universo vampírico. 

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La premisa, por sí sola, se parece casi sin querer a Noche de miedo (1985) del director Tom Holland. Pero Holland logró que sus asustados adolescentes se enfrentaran a los clichés vampíricos con cierta gracia; Randall convierte a Fauces de la noche en un desatino. Lo es desde la forma en que Benny intenta comprender lo que ocurre frente a sus narices hasta en la puesta en escena desatinada. Pero también en cómo vincula a sus personajes sobrenaturales Blaire (Debby Ryan) y Zoe (Lucy Fry) con el mundo humano.

Hay un aire de disparate en las escenas exageradas, con un barroco sentido de la estética más interesadas en el glamour que en la historia. Pero más allá de eso, un descuido total en la solidez de la narración. 

La supuesta confrontación entre dos visiones del mal —uno más joven y contemporánea contra una más antigua— no tiene el menor sentido. O al menos el guion no logra elaborar una condición sobre lo temible o lo sarcástico a través de sus personajes. Resulta curioso la forma en cómo el argumento pierde la oportunidad de explorar en Blaire y Zoe, a quienes separa la inmortalidad de una manera curiosa. Pero Fauces de la noche parece más interesada en elaborar ideas visuales y estéticas banales que en lograr algo más denso. 

La película hace algunos intentos por profundizar en su historia. El hecho de establecer paralelismos entre el mundo del vampiro y la mafia criminal podría ser una ingeniosa manera de ver el mal. Sobre todo en un ámbito contemporáneo, matizado y menos obsoleto que la propuesta general del film. Pero Adam Randall carece de la capacidad para convertir su larga sucesión de escenas brillantes y sangrientas, en algo concreto. Para cuando el tercer tramo de la película llega, el supuesto gran desenlace es insustancial y desigual. Tal pareciera que el guion, que atravesó momentos de ridículo terror y de acción mal coreografiados, no sabe cómo ensamblar sus irregulares piezas.

'Fauces de la noche': vampiros, adolescentes y sangre

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Por supuesto, podría decirse que Randall no desea otra cosa que divertir y, además, cautivar visualmente. Logra ambas cosas, ya sea gracias a la cámara que va y viene en extraños giros o los chistes de ocasión. Quizás, lo más lamentable de Fauces de la noche es lo poco interesante de una propuesta con todos los elementos para serlo.

Sin encontrar un punto de equilibrio entre la comedia de horror, una película de acción u otra de género, Fauces de la noche termina por ser solo fragmentos. No hay la menor intención de crear un universo, sus reglas o incluso la idea de sostener una mirada inteligente sobre el vampiro. Una y otra vez, la sed de sangre, la violencia y las abundantes muertes parecen una colección de absurdos toques de efecto. 

Eso a pesar de las insinuaciones de convertir a esta historia de monstruos en Los Ángeles, en una alegoría sobre la codicia. Pero a la pregunta de quiénes son los verdaderos monstruos, Fauces de la noche se queda sin respuesta. Incluso, con dos cameos de considerable interés, la película no alcanza la ambición que insiste en mostrar sin profundizar. Su punto más bajo y decepcionante entre docenas de baches argumentales similares. 

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