En total, once mujeres han obtenido el premio Nobel de Medicina. Sin embargo, la mayoría de ellas lo han hecho junto a al menos un hombre. Por eso, el caso de Barbara McClintock es muy especial, porque es la única científica que ha ganado este galardón en solitario.

Lo hizo gracias a un trabajo no exento de polémica, pues sus hallazgos fueron tan revolucionarios que en su día muchos científicos pensaron que estaban equivocados. Pero ella persistió, siguió investigando y demostró que estaba en lo cierto, ya sin ningún lugar a dudas.

Esto le valió el Premio Nobel en solitario en 1983, más de 30 años después del descubrimiento. Es algo habitual en estos galardones. De hecho, el Premio Nobel de Medicina anunciado en 2021 ha ido a parar a dos científicos cuyas investigaciones se desarrollaron hace más de dos décadas. Nunca es tarde, si la ciencia es buena. Y la de Barbara McClintock sin duda lo era.

Genes saltarines, el sorprendente hallazgo de Barbara McClintock

Desde su época de estudiante en la Universidad de Cornell Barbara McClintock centró su investigación en la planta del maíz. Concretamente, en aquellos años desarrolló un método para identificar cromosomas, que permitía determinar la dotación cromosómica de cada célula.

Comenzó a investigar en la genética del maíz siendo aún una estudiante

Usó esta herramienta durante toda su carrera investigadora, incluyendo la época en la que descubrió aquellos que tres décadas después le valdría el Premio Nobel de Medicina: los transposones.

Estas estructuras se conocen más popularmente como “genes saltarines”, porque son precisamente eso. Genes que saltan fuera de su lugar.

Los descubrió mientras estudiaba los cambios de color en los granos de las mazorcas de maíz. Había comprobado que había algunas más claras, otras más oscuras y algunas en las que se mezclaban ambas coloraciones, de grano en grano. Gracias a varias técnicas, como la que ella misma implementó siendo estudiante, pudo relacionar esas coloraciones con la dotación genética de la planta, observando que no obedecían a los patrones establecidos por las leyes de la genética.

En realidad, parecía ser que había genes que estaban cambiando de posición. Eso contradecía todo lo que se sabía hasta el momento sobre el ADN, pues se demostraba que las secuencias genéticas no son estáticas, sino que pueden moverse obedeciendo a diferentes circunstancias. Al menos algunos fragmentos de ellas. De hecho, comprobó que cuando los transposones se desplazaban actuaban sobre otros genes, favoreciendo que se expresaran o silenciándolos. A grandes rasgos, se podría decir que esos genes saltarines se convierten en interruptores de otros genes, encendiendo o apagando la función que codifican en el organismo.

El Premio Nobel que se hizo esperar

En un inicio el trabajo de Barbara McClintock no se tomó en serio. En primer lugar porque era algo difícil de comprender. Pero, seamos honestos, también porque era una mujer. ¿Cómo iba una mujer a contradecir las leyes de la genética?

Los transposones están implicados en mecanismos como la resistencia a antibióticos

Sin embargo, llegó un momento en que era imposible negar lo que ella había descubierto. En 1950 la científica logró publicar sus resultados en PNAS y el panorama científico tuvo que rendirse ante la evidencia.

Aun así, no ganó ese año el Premio Nobel de Medicina. Tampoco en los años posteriores más cercanos. Tuvo que esperar hasta 1983.

Pero en ese tiempo lo que ella había descubierto no hizo más que crecer. Los científicos que se unieron a sus investigaciones descubrieron que los transposones están implicados en mecanismos tan importantes de entender como la resistencia a antibióticos o la proliferación de tumores. Además, son responsables en parte de multitud de enfermedades genéticas. Por eso, aquel descubrimiento que tantos quisieron negar puede ayudar a salvar vidas.

Porque para vencer al enemigo es necesario conocerlo. Y con lo que Barbara McClintock nos enseñó podemos conocer a algunos de nuestros peores enemigos. Eso merecía incluso mucho más que un Premio Nobel.

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