En la película de Netflix de Cuentos al caer la noche, de David Yarovesky, el terror es una excusa para reír. O todo lo contrario. La película se mueve entre ambos extremos y lo hace con una ligereza que asombra por ser convincente y atractiva. ¿Cuál es el truco para que una combinación tan improbable funcione bien? Sin duda, la capacidad del film para mirar lo terrorífico desde cierto aire conspirador, audaz y por completo refrescante. Por supuesto, no es la primera vez que un argumento semejante muestra ideas parecidas, pero sí es una de las pocas en que resulta exitoso.

En el 2020, la adaptación del libro Las Brujas de Roald Dahl dirigida Robert Zemeckis intentó el mismo experimentos, pero sin sus buenos resultados. Cuentos al caer la noche parece haber aprendido la lección y es mucho más densa, bien planteada y brillante de lo que fue el film de Zemeckis. 

Más cercana a Cuentos para contar en la oscuridad (2020) de André Øvredal, la película de Netflix de Yarovesky medita sobre lo macabro con cuidado. Lo hace con un despliegue de recursos que crean una atmósfera intuitiva y siniestra. Pero también se trata de un cuento de hadas macabro. Uno retorcido, extravagante e hilarante, que consigue encontrar su propia forma de narrar horrores sin caer en la caricatura. 

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Hay algo de El alucinante mundo de Norman de Chris Butler y Sam Fell en este recorrido por lo tenebroso. Muy alejada de la duología semi paródicas Escalofríos, el film de Yarovesky sabe que el terror en el centro de su argumento. Pero su aproximación tiene algo de sutil, consistente y sobre todo elaborada desde una cuidadosa versión del bien y del mal. Nada es lo que parece en esta caja de horrores que se sostiene sobre el tiempo, la complicidad y un cierto aire mitológico.

'Cuentos al caer la noche', en la búsqueda de las sombras

Por supuesto, Cuentos al caer la noche se trata de una película de terror para niños, por lo que las opciones son pocas. Si Fear Street, el éxito juvenil del verano en Netflix, trajo lo mejor de los Slashers, la nueva película de Netflix juega con algo distinto. Lo hace con la convicción meditada que lo que contará debe tener la ligereza de una historia de campamento y también cierta vitalidad interior. Para lograrlo, el director — que ya creó un monstruo infantil en Brightburn: hijo de la oscuridad — logra encontrar un punto medio ideal. ¿La forma? Narrar la pesadilla de cualquier adolescente de imaginación hiperactiva. 

Lo consigue sosteniendo la narración sobre la posibilidad que la verdadera oscuridad — la que no hace reír — está bajo la superficie. Pero en realidad no lo muestra, sino que lo anuncia. Mientras tanto, la trama avanza a buen ritmo. Alex (Winslow Fegley) es un niño talentoso cuyo mayor pasatiempo es contar historias de miedo. La inocencia del personaje recuerda de inmediato al Gordie Lachance de la clásica Cuenta conmigo. Alex cuenta las historias de terror que además son sustanciosas, interesantes y complejas. Y por eso, al comienzo de Cuentos al caer la noche, y bajo el temor de ser considerado una especie de rareza, decide abandonar lo que considera un pasatiempo. 

Se trata de un símbolo de la pérdida de la inocencia que Cuentos al caer la noche maneja con inteligencia y buen sentido de lo doloroso. Alex no está a punto de quemar solo sus cuentos, sino de cuestionar su talento. También de elaborar y hacerse preguntas consistentes sobre si esa pasión — irracional e irrefrenable — es algo más que un pasatiempo. Mientras todo esto ocurre, Alex resulta atraído a la casa encantada de Natacha (Krysten Ritter), una bruja que desea escuchar historias de terror. 

Se trata por supuesto de una reinvención de Sherezade y una que se construye a través del mismo sentido de la inevitable del clásico universal. Pero en este caso, las historias que se cuentan son de terror, son pequeños vericuetos y misterios que se anudan entre sí para contar algo más singular. Por supuesto, Natasha cumple con el estereotipo de la bruja y le agrega un tipo de belleza que sorprende por su buen gusto. 

Es el momento en el que Cuentos al caer la noche encuentra su verdadero sentido y la identidad que la hace una pequeña caja de misterios. La casa de Natasha es solo un símbolo de la magia en toda su esplendor, y rinde homenaje sin querer a Alicia en el País de las Maravillas. La noción sobre lo siniestro y lo absurdo de Lewis Carroll está en la gran biblioteca de Natasha y el espléndido jardín lleno de criaturas asombrosas. Por supuesto, como cuento de hadas macabro que es, de inmediato esta improbable combinación entre Sherezade y Hansel y Gretel encuentra su objetivo. Alex debe escapar al costo que sea y para eso necesitará la ayuda de Yasmin (Lidya Jewett), otra reclusa en esta casa maravillosa y siniestra. 

Los espejos silenciosos y el miedo secreto

Pero a pesar de su aire infantil, la película de Netflix es también un raro experimento del género de terror. Yarovesky utiliza la cámara subjetiva para elaborar, replantear y reconstruir los espacios y el resultado es un trayecto hacia algo oscuro. Puede parecer inocente, pero en realidad Cuentos al caer la noche es una búsqueda de lo inquietante. Es una muestra del terror que termina por transformarse en algo más y sostener con cuidado un diálogo sobre el bien y el mal. Lo que creemos, imaginamos y soñamos. 

Para la ocasión, hay momentos que recuerdan con claridad las imágenes más incómodas de Coraline e incluso el exquisito Frankenweenie de Burton. Pero sin llegar a ser una historia de horror a plenos derecho, Yarovesky logra que sea una mirada elegante a varias formas de oscuridad. Como la belleza inquietante de Natasha o los predios exquisitos de su casa de tentadora, Cuentos al Caer la noche es una provocación. Y una que sabe cómo crear el clima perfecto para convertir el mundo de lo terrorífico en una idea por completo distinta a la que podría suponerse. 

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