Amelia (nombre ficticio) tenía 4 años cuando sus padres tuvieron que ir al colegio a hablar con su maestra. La niña llegaba a casa nerviosa y con ansiedad porque, según ella, la docente gritaba mucho en clase. En realidad, no lo hacía más que otras profesoras con un aula llena de niños pequeños, pero para ella era insoportable. Como también lo eran otros muchos sonidos cotidianos que, si bien a la mayoría de personas les pasaban casi desapercibidos, para ella se convertían en ruidos molestos: el clic de un ratón, el goteo de un grifo, el teclado de un ordenador… 

Hoy en día, más de 30 años después de aquella visita de sus padres al colegio, sabe que tiene hiperacusia. Y la cosa no ha mejorado. Para los últimos exámenes de su etapa académica tuvo que empezar a usar tapones para los oídos, un complemento que forma parte inevitable de su día a día. Los utiliza para dormir y a veces también para estar en casa, donde el sonido de los vehículos que pasan por una arqueta ubicada bajo su ventana ha llegado a provocarle migrañas. 

Como ella, el resto de personas con hiperacusia viven continuamente como si alguien le hubiese subido el volumen al mundo que les rodea. Y no se quedan atrás quienes tienen misofonía, un trastorno neurológico que provoca intolerancia a sonidos cotidianos producidos por el cuerpo de otras personas o por determinados objetos. Para ellos, la masticación, la respiración o ciertos movimientos repetitivos de los individuos con los que conviven se convierten también en ruidos molestos. 

Ambos fenómenos siguen siendo en parte un misterio para la ciencia. Aunque, por suerte, la investigación ha avanzado bastante en los últimos años. ¿Qué sabemos de ellos hasta ahora?

Rodeados de ruidos molestos

Aunque pueden parecer casos aislados, tanto la hiperacusia como la misofonía son bastante comunes. La primera se calcula que se da aproximadamente entre el 9% y el 15% de la población general. Para la misofonía no hay cifras claras, aunque algunos estudios apuntan a un 10%.

Para la hiperacusia hay un tratamiento, pero para la misofonía no

En cuanto a las causas, no se conocen del todo. En el caso de la hiperacusia, por ejemplo, se cree que puede asociarse a problemas de audición, ya que el cerebro intenta compensarla subiendo el volumen de los sonidos. No obstante, también puede relacionarse con otros síntomas, patologías o trastornos, como el síndrome de Asperger, la depresión o el hipotiroidismo. En el caso de Amelia, está relacionada con que es una Persona Altamente Sensible (PAS). “Es como si tuviera en el cerebro un altavoz que magnifica todos los estímulos, desde sentimientos y emociones, hasta el roce de la ropa y también los sonidos”, explica en conversación telefónica con Hipertextual. 

Está pendiente de una revisión por parte de un otorrino, derivada por su psiquiatra. Entonces, quizás le pauten el único tratamiento que se conoce a día de hoy para la hiperacusia. Este consiste en la exposición de los pacientes a grabaciones sonoras formadas por combinaciones de sonidos en bandas anchas. Se empieza por grabaciones casi inaudibles, durante un tiempo prolongado, y después se va aumentando la intensidad poco a poco, hasta desensibilizar el oído. Así, los ruidos molestos vuelven a ser simples sonidos cotidianos.

En cambio, la misofonía no tiene tratamiento. Y esto se debe, entre otros motivos, a que aún se conoce muy poco sobre ella. Eso sí, hace poco se publicó un estudio muy interesante, que arrojaba bastante luz sobre el asunto. 

Movimientos involuntarios

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Foto por Matt Seymour en Unsplash

Los sonidos cotidianos que se convierten en ruidos molestos para cada paciente con misofonía se denominan “sonidos gatillo”. Cada cual tiene los suyos, aunque hay algunos más comunes, especialmente relacionados con movimientos de la cara como masticar, respirar o hablar.

Recientemente, un equipo de científicos de la Universidad de Newcastle, el University College de Londres y la Universidad de Iowa realizó una investigación consistente en realizar una resonancia magnética del cerebro de un grupo de personas con misofonía, mientras se les exponía a esos sonidos gatillo.

Así, comprobaron que cuando los escuchaban aumentaba la actividad de las neuronas que conectan la corteza auditiva con la corteza motora orofacial, encargada de controlar el movimiento de la cara y la garganta. Por lo tanto, los ruidos molestos parecían deberse a que al escuchar este tipo de sonidos sentían que ellos mismos estaban realizando el movimiento que los provoca. Por ejemplo, al escuchar a alguien masticar, se activan las zonas del cerebro encargadas de que ellos mismos muevan su mandíbula cuando mastican. Al estar esto fuera de su control, les genera un intenso nerviosismo. Este hallazgo posiblemente pueda ayudar a desarrollar tratamientos para la misofonía en un futuro. Sin embargo, hasta ahora no hay ninguno.

El tormento de los músicos con hiperacusia

Curiosamente, uno de los grupos poblacionales en los que se han detectado más casos de hiperacusia es el de los músicos

De hecho, en 2018 se publicó un estudio en el que se analizaba la incidencia en este grupo profesional de síntomas o patologías como la hiperacusia, la pérdida de audición, la diplacusia y el tinnitus.

La diplacusia hace referencia al trastorno por el que algunas personas perciben sonidos diferentes en cada oído, a pesar de originarse con un solo estímulo. El tinnitus, en cambio, hace referencia a la percepción de pitidos o ruidos molestos en el oído que no proceden del exterior. Es muy frecuente en personas con hiperacusia y fue el más común de los fenómenos analizados en el estudio.

El tinnitus, muy relacionado con la hiperacusia, es bastante frecuente en músicos, según un estudio

Curiosamente, se observó una mayor prevalencia de la hiperacusia en músicos profesionales de pop-rock, en comparación con los que se dedican a la música clásica. Aunque no está clara la causa, los científicos creen que podría estar relacionado con los estados de ánimo. En el estudio citan que “los sujetos que escuchan música suave comúnmente reportan una mejoría en el estado de ánimo y una sensación de placer con aumento de los niveles de serotonina y disminución de los niveles de cortisol”.  Por el contrario, añaden que “los sonidos de alta intensidad y cortos se asocian con un aumento de la noradrenalina”. Esto parece estar relacionado con las causas cerebrales de la hiperacusia, aunque se necesita más investigación al respecto.

Por lo general, la mayoría de los músicos pueden convivir con esto, aunque algunos han debido dejar sus carreras profesionales, cuando los ruidos molestos se hacían tan insoportables que les impedían trabajar adecuadamente.

Y es que, aunque pueda parecer que la hiperacusia es un superpoder, escuchar más de lo que nos gustaría oír no siempre es una bendición, sobre todo cuando buscas concentración. “Cuando estaba estudiando para la Selectividad, me puse muy nerviosa porque no podía dejar de escuchar la flauta con la que ensayaba la hija de los vecinos, a tres dúplex de distancia”, nos cuenta Amelia desde el otro lado del teléfono. “Y a veces también oigo conversaciones de las que no me gustaría saber nada”.

Si hasta al mismísimo Clark Kent le costó controlar eso de oír todo lo que le rodea, imaginar lo que debe ser para simples humanos. Su propia kriptonita. 

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