Cada uno de los personajes de Bienvenidos a Utmark (Welcome to Utmark) podría estar en cualquier parte del mundo. Nueva York, Sao Paulo, Buenos Aires, Madrid, o al norte de Noruega. Pero ese detalle, la ubicación, los hace atractivos porque no es muy común saber sobre los escandinavos; mucho menos si están en un pueblo de la comunidad Sami olvidado por Dios. 

Por eso el proxeneta, el alcohólico, la señora de servicio o la profesora en esta serie de HBO (Europa) tienen un encanto particular: permiten compartir un pedazo de cultura. Como toda ficción, Bienvenidos a Utmark no debería entenderse como un ensayo antropológico ni social sobre esos habitantes. Pero arroja ideas en esa línea. Es entonces cuando la aspereza de las personalidades, su relación con la naturaleza o la forma de entender el amor tiene un contexto sobre el cual interpretarse. 

Ayuda el trabajo del guionista danés Kim Fupz Aakeson y el director islandés Dagur Kari. Ellos encabezan un equipo de producción que ofrece una experiencia visual y sonora muy grata a los sentidos, fiel a la tradición HBO; en especial, mediante la fotografía de Andreas Johannessen. Así, dieron forma a una trama que encuentra en el humor un contrapeso a tanta frialdad. Bienvenidos a Utmark es como varios de sus paisajes, dura y bella.  

'Bienvenidos a Utmark':
entre la tensión y el humor

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Finn, interpretado por el actor Tobias Santelmann. Fotografía de HBO.

Hay algunas secuencias y atmósferas que recuerdan, por la fotografía y la estética, a True Detective. La serie está lejos de ese clásico de HBO y no puede considerarse un policial. Pero los guiños, en especial durante las tomas abiertas en favor del paisaje y las pausas, se agradecen. Eso permite estimar cuán lejos está Utmark de mucho de lo que se conoce. El horizonte libre de edificios facilita el foco en la condición humana. 

Aakeson explicó en Variety que se inspiró en producciones como Fargo y Twin Peaks para construir su relato. Uno de los desafíos de Welcome to Utmark fue el balance de la narración. En principio se pensó como una película y luego derivó en esta serie de HBO: “El tono siempre es algo peligroso de equilibrar porque el humor puede devorar la seriedad y viceversa”, dijo. Esos factores los explota a través de personajes raros y llamativos, con la alegoría del lobo y las ovejas como una constante: ¿quién devora a quién? 

Así se podría explicar que, cuando una profesora voluntaria llega a la casa donde se quedará en Utmark, la reciba el administrador de una funeraria durmiendo dentro de la carroza fúnebre. O la historia de ese hombre que, en un momento de profunda soledad, le pide a una de sus prostitutas que se vista como su esposa muerta para que lo acompañe. ¿Qué se hace con el silencio de los otros? 

Welcome to Utmark es un drama trágico, lleno de tensión y risas, en el que se abordan diversos temas –como el racismo, la homofobia, la trata de personas, la violencia de género, el techo de cristal sobre las mujeres– en pequeña escala a través de 8 capítulos.

La ilusión de la infancia

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Marin y Bilzi, interpretados por Alma Günther y Stig Henrik Hoff. Fotografía de HBO.

Marin (Alma Günther) es la única persona cuerda en Bienvenidos a Utmark. Ella es una niña, hija de Siri (Marie Blokhus) y Finn (Tobias Santelmann) que se encuentra en constante pulso con su entorno.  La relación de los adultos con ella, en especial con su padre y su padrastro Bilzi (Stig Henrik Hoff) –quienes a ratos son más infantiles que la niña–, se basa en que ambos le enseñan a disparar con un rifle. 

Solo en esos instantes se reconoce algo parecido a una relación padre-hija. En otros, como cuando la profesora le pregunta acerca de qué es una utopía y ella responde que el matrimonio es una, se muestra cómo la dureza de su entorno influye en su pensamiento.  Aún así, el mensaje de la serie es claro: Marin, una niña, representa el sentido común y crítico que nadie más tiene. Como si eso solo se pudiera conservar durante la infancia.

Bienvenidos a Utmark es tan humana que puede incomodar y, a su vez, resultar reconfortante. Por eso, líneas como la de la madre de Bilzi, son un poco de calor entre tanto frío: “No puedo respirar, no puedo comer, no puedo cagar. Más allá de eso, estoy bien”.

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