La tercera ola de coronavirus está superando incluso las expectativas de algunas de las personas que ya avisaban sobre su intensidad. En los países en los que se celebra la Navidad han tenido mucho que ver las reuniones y cenas entre amigos y familias. Pero ese no es el único factor. También debe tenerse en cuenta la presencia de nuevas variantes del coronavirus, no más graves pero sí mucho más contagiosas. Es el caso de la sudafricana o la japonesa, pero especialmente de la británica. Esta última parece estar detrás de muchos de los grandes eventos de contagio de Europa y Estados Unidos. En España, por ejemplo, ha generado una gran cantidad de casos en el campo de Gibraltar, por razones obvias. Los expertos ya avisan que para evitar estas situaciones lo máximo posible es vital secuenciar el coronavirus.

El protocolo general con un posible caso de COVID-19 es realizar una PCR, o test de antígenos si es sintomático. De este modo se puede saber si la persona en cuestión está infectada. Se localiza la presencia del SARS-CoV-2, pero no determina de qué variante se trata. Se podría decir que tenemos el nombre, pero nos falta el apellido. Y es algo muy necesario, ya que podría ayudar a centrar la atención en los más contagiosos.

Es por esto que la OMS hizo el viernes un llamamiento mundial para que se refuercen las medidas de secuenciación genética. Algunos países han empezado a ponerse las pilas al respecto, pero aún siguen muy lejos de Islandia, donde este protocolo lleva meses realizándose. Tanto, que han llegado a un punto en el que pueden secuenciar el coronavirus de todos y cada uno de sus casos positivos.

La importancia de secuenciar el coronavirus

Los virus, especialmente los de ARN, como el causante de la COVID-19, mutan continuamente. Afortunadamente, este no es de los que más mutan. Pero lo hace.

Estas mutaciones pueden ser muy pequeñas y no suponer apenas cambios a nivel infectivo. Otras sí que afectan más en este aspecto. Localizar dichas mutaciones puede ayudar a saber por dónde ha pasado el coronavirus. Es precisamente lo que se hizo inicialmente para intentar localizar el animal desde el que pudo saltar a los humanos. Aquel proceso consistía en secuenciar el coronavirus de diferentes especies y buscar cuáles eran las más emparentadas genéticamente con la humana.

Sin embargo, puede tener aplicaciones incluso dentro de una misma especie. Por ejemplo, si se da un evento masivo de contagio, en el que muchas personas se contagian a partir de una sola, la secuencia genética del virus que los ha infectado será la misma.

Por eso, el grupo biofarmacéutico islandés deCODE Genetics ha estado realizando esta tarea de forma masiva durante los últimos 10 meses.

Los resultados

A día de hoy, según han explicado científicos de la empresa en declaraciones a Agence France-Presse reproducidas por Science Alert, han llegado al punto de secuenciar el coronavirus de todos sus casos.

No es algo nuevo para ellos. En 2015, esta compañía llevó a cabo un estudio sobre factores genéticos del cáncer en el que se analizó el perfil genético de un tercio de la población islandesa. El genoma humano consta de 3.400 millones de pares de nucleótidos, que son los ladrillitos que componen el ADN o el ARN. En cambio, el del coronavirus tiene solo 30.000. Por ese motivo, la propia fundadora de la empresa, Kari Stefansson, reconoce que no ha sido tan difícil. Cabe destacar que es una población mucho menor que la de otros países, con muchos menos casos de COVID-19, algo menos de 6.000. Pero aun así ha sido todo un reto superado con nota.

Gracias a ello, han logrado localizar 41 personas con la variante británica del coronavirus. Todas ellas se interceptaron al realizarles una PCR en la frontera del país, por lo que se evitó que pudieran generar grandes brotes.

Otro de los beneficios que ha traído al país este protocolo ha sido localizar el origen de la que podría haber sido una gran ola en septiembre. Y es que, al secuenciar el coronavirus de los afectados por un gran pico de casos, se logró determinar un origen común en un pub del centro de Reykjavik. Esto llevó a cerrar bares y locales de ocio nocturno de la capital, frenando a tiempo, antes de que la ola se transformara en tsunami.

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