Este año sin duda ha sido la vuelta al cole más atípica que la mayoría de personas en España recordamos. A los nervios habituales de los niños por volver a ver a sus amigos tras las vacaciones se unía el miedo de sus padres por lo que eso podría suponer para su seguridad. Se ha intentado tranquilizar a las familias hablando de grupos burbuja, mascarillas, gel hidroalcohólico y ventanas abiertas, aunque llueva. También se ha intentado quitar gravedad al asunto recordando que los niños suelen pasar la enfermedad asintomática o con síntomas muy leves. Incluso se han citado algunos estudios que apuntan a que los pequeños de la casa podrían ser menos contagiadores que los adultos. ¿Pero qué pasa con los profesores en pandemia?

Desde marzo han estado haciendo tripas de corazón para seguir dando clase, a pesar del giro de circunstancias, transmitiendo a sus alumnos tanto los conocimientos como la calma que tanto necesitaban durante la cuarentena. Han estado al día de las nuevas tecnologías, aprendiendo a la velocidad del rayo las herramientas necesarias para dar las clases online y han fingido tranquilidad, a pesar de que en muchas ocasiones no la tenían.

Ahora, les toca volver a las aulas. De nuevo deben reflejar que todo va bien, para alterar lo mínimo posible el aprendizaje de los niños. Pero son humanos. También tienen miedo, especialmente si son personas de riesgo.

Profesores en pandemia: una vuelta al cole peligrosa

Santiago Vallejo es profesor de biología en un instituto de la Comunidad de Madrid. Padece una diabetes tipo 1 muy lábil, marcada por numerosas hiperglucemias e hipoglucemias.

Esto le convierte en un paciente de riesgo, que podría experimentar serias complicaciones en caso de infectarse por coronavirus. Por ese motivo, se ha convertido en uno de esos profesores en pandemia que han empezado el curso con un más que justificado temor.

Ya antes de empezar el curso, a finales de agosto, puso su caso en conocimiento del director de su centro. Así se comenzó con los requerimientos para discernir las medidas pertinentes. Una vez expedido el informe del médico que confirmaba la delicada situación de Santiago, se pidió la colaboración del Servicio de Prevención de Riesgos Laborales de la Comunidad de Madrid, encargado de evaluar los casos. Este decidió que “no procede actualmente la valoración como trabajador especialmente sensible al riesgo de contagio por COVID puesto que su puesto de trabajo no presenta riesgo de trato directo con casos COVID”.

Sin embargo, una vez que se empezaron las clases no tardaron en comenzar los casos de alumnos en cuarentena, habiendo cada vez más aulas en esta situación. Era necesario actuar.

Medidas en tiempos de crisis sanitaria

Dada la situación, Santiago comenzó a dar las clases continuando online durante las tres primeras semanas de curso. Más tarde, dado el informe de Riesgos Laborales, y a pesar de que no hubo ningún problema con esta modalidad, desde el centro decidieron que debía volver a la presencialidad y le propusieron la utilización de una “burbuja” desde la que pudiera dar clase aislado.

Esta opción podría parecer válida, pero presenta una serie de problemas añadidos para los profesores en pandemia, tanto para los que deben trabajar de este modo como para el resto del centro.

Para empezar, habría que asegurar que esté correctamente aislada y ventilada. Pero, incluso si fuera así, presenta inconvenientes adicionales, más allá del aislamiento del virus. “Desde la burbuja no puedo imponer orden en clase si la disciplina se altera”, explica Santiago. “Además, no puedo hacer guardias, pues implicaría tener que entrar a otras aulas que no estén habilitadas de esta forma”.

Por otro lado, la llegada de los alumnos al aula requeriría que un profesor de guardia les llevara hasta el aula para asegurar las medidas de seguridad, por lo que habría que disponer de este factor adicional.

Al hilo de esto, el profesor añade que, si no tiene libertad de acción para intervenir ante una alteración de la disciplina, alguien lo tiene que hacer, pero “no hay un botón de aviso en la burbuja para que venga corriendo un profesor de guardia”. Además, de haberlo, se alteraría notablemente la organización de las clases.

profesora con mascarilla
Pixabay

Efectos sobre la voz

Otros de los efectos poco beneficiosos que están experimentando los profesores en pandemia es el resentimiento de su voz.

Lo ha explicado a Hipertextual Verónica (nombre ficticio). Esta joven es maestra de primaria en un centro andaluz. Padece asma, por lo que teme los efectos que pudiera tener sobre su salud contraer la enfermedad.
Por eso, además de la mascarilla FFP2, utiliza pantallas protectoras. El problema es que, para que los alumnos les oigan, esto supone tener que gritar aún más de lo normal, con lo que ello supone para la voz. “Si normalmente podemos quedarnos afónicos, ahora es más fácil todavía”.

¿Hay soluciones?

Tanto estos como otros profesores en pandemia con situaciones que les conviertan en pacientes de riesgo esperan poder trabajar a distancia, como ya se hizo en marzo o como ya ha hecho Santiago durante las primeras semanas de curso. “Mis hijos no están yendo presencialmente a ninguna clase por convivir con una persona vulnerable”, señala Vallejo. “Y están metiendo a la persona vulnerable directamente en clase”.

Otra opción sería contratar a un profesor que se encargara de esa labor no docente que ellos no pueden llevar a cabo desde la burbuja. Pero eso implica unos recursos de los que los centros no disponen, al ser la contratación una competencia de las consejerías pertinentes. La situación es complicada en estos tiempos tan revueltos. Señalar culpables no tiene sentido, pero recordar quiénes son las víctimas sí. Los propios centros educativos, que a veces tienen que hacer malabares para adaptarse a la situación. También los profesores, especialmente los que presentan patologías o situaciones de riesgo. Y, por supuesto, lo niños. Sobre todo si ellos mismos tienen alguna enfermedad o conviven con alguna persona en esa situación. Son muchas las víctimas. Y es que esta pandemia es así. Azota a través de la enfermedad, pero también mediante la pobreza, la incertidumbre y el miedo. Todo eso también está dejando un reguero de víctimas.

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