En 1868, Bertha Faber acababa de dar a luz a su segundo hijo cuando recibió un curioso regalo. Se trataba de una canción, compuesta especialmente para que pudiera dormir a su pequeño. Sin embargo, cuando la escuchó, aquella canción de cuna le resultó familiar. No era una nana cualquiera. De hecho, algunas de sus notas le recordaban a algo que había escuchado antes, mucho antes de ser madre.

Ayudarla a rememorar aquella época era el objetivo del autor de la obra, su amigo Johannes Brahms. Si bien solo mantenían una gran amistad, el músico había estado enamorado de ella durante toda su juventud. Por eso, decidió entremezclar en la obra, a modo de melodía oculta, una canción que solía cantarle en aquella época. La Canción de Cuna de Brahms escondía entre sus notas una historia de amor, pero su objetivo final fue ayudar a dormir al niño de Bertha. Y desde entonces, a otros millones de niños en todo el mundo.

Si bien la letra original era en alemán, se ha traducido a otros muchos idiomas. ¿Pero hubiese sido realmente necesario? Posiblemente para un padre español cantar a su hijo la canción en alemán hubiese sido un reto. Pero más allá de eso, el bebé posiblemente se calmaría igual. Esa es la conclusión de un estudio, que se acaba de publicar en Nature Human Behavior, de la mano de un equipo de investigadores del Laboratorio de Música de Harvard.

Psicología y una canción de cuna

El objetivo inicial de los autores de este estudio era comprobar si realmente el idioma era indispensable para que una canción de cuna relaje al bebé que la escucha.

En psicología a menudo se concibe que el efecto relajante de la música puede estar relacionado con la asociación a vivencias pasadas. Bajo esa premisa, los niños deberían calmarse al escuchar una canción que ya le habían cantado sus padres, preferentemente en el idioma en el que ellos normalmente les hablan. Pero era necesario comprobarlo.
Por eso, durante 2018 y 2019 llevaron a cabo un experimento consistente en medir el nivel de relajación de un grupo de bebés mientras escuchaban varias nanas.

Para hacer esta medición se centraron en varios parámetros: la dilatación de la pupila, el ritmo cardíaco, la dirección de la mirada, la frecuencia del parpadeo y la electrodérmica. Este último es un dato que se obtiene a partir de la resistencia eléctrica de la piel.

En cuanto a las melodías, para elegir cuáles podrían considerarse una canción de cuna, reclutaron también a un grupo de voluntarios adultos. Estos debían escuchar varios temas y clasificarlos como canción para dormir, para curar, para bailar o para enamorarse. Lo segundo obviamente no se trata de ningún tipo de pseudociencia, sino de canciones que tradicionalmente se cantan a los niños cuando están enfermos, como el típico Sana sana español.

Muchas culturas representadas

Todas las canciones que se expusieron a los voluntarios pertenecían a la Discografía de Historia Natural de la Canción e incluían temas procedentes de regiones tan diferentes como la Polinesia, América Central y el Medio Oriente. Además, había una amplia representación de idiomas diferentes. Así, se seleccionaron 16 temas, calificados como canción de cuna por los adultos. Antes de pasárselas a los bebés, los padres de cada niño también escucharon los temas y sirvieron como segundo filtro, al decidir de nuevo si creían que se trataba de nanas.

Solo quedaba que las escucharan los niños. Y aquí es donde entra la peculiaridad del experimento, pues todos se calmaron por igual con las canciones, independientemente del idioma. La mayoría experimentaron una disminución de la frecuencia cardíaca y la dilatación de la pupila, así como una atenuación de la actividad electrodérmica. Pero ocurrió con todas las melodías, independientemente de si la habían escuchado antes o si el idioma les resultaba familiar.

Cabe destacar que lo ideal hubiese sido reproducir varias melodías, tanto de las que habían sido calificadas como canción de cuna como de las que no, y comprobar cómo variaban los parámetros medidos. Sin embargo, la atención de un bebé es de unos cinco minutos, por lo que el procedimiento no podía ser tan exhaustivo.
De cualquier modo, es suficiente para indicar que es algo en las notas y el ritmo de las nanas lo que calma a los pequeños. No la letra ni la familiaridad con las palabras.

¿Y ahora qué?

Según han explicado los autores del estudio en un comunicado, aún queda mucho que investigar al respecto. Para empezar, esperan poder replicarlo con niños procedentes de otras culturas. Pero eso no es todo.
También esperan determinar “cuáles de los elementos acústicos específicos de una canción de cuna fomentan la relajación, cómo interactúa el canto con otras actividades y entornos para inducir la relajación y qué inferencias pueden hacer los bebés durante la escucha”.

Discernir estos datos puede ayudar a componer nanas aún más efectivas en un futuro. Aunque, ¿quién sabe?, quizás el truco sea simplemente escribir la canción por amor, como ya hizo Brahms en su día.