Unsolved Mysteries ha tenido un largo y escarpado trayecto en la televisión: desde su estreno en 1988 en la NBC —y que resultó ser un considerable éxito de audiencia y crítica— el programa que analiza desde cierta objetividad científica crímenes sin resolver, lo inexplicable e incluso, lo directamente actividad paranormal, ha recorrido varios canales y audiencias convirtiéndose en casi un fenómeno cíclico.

En 1997, el show llegó a CBS por un confuso acuerdo entre cadenas. Después fue cancelado por razones poco claras. En 2001, Lifetime le trajo de vuelta solo para retirarlo de nuevo unos meses después. Retomado por Paramount Network en el 2008, volvió a ser cancelado dos años más tarde.

En todas las ocasiones, la serie no perdió audiencia, interés y siguió siendo objeto de culto para un nutrido grupo de fans, que siguió al programa de canal en canal e incluso entre horarios radicalmente distintos con una curiosa fidelidad.

Así que su regreso — esta vez de la mano de Netflix — es una confluencia afortunada entre la oportunidad y la capacidad de la plataforma para llevar al programa a una nueva dimensión. También una intrigante mirada a un programa tradicional de la televisión norteamericana que caló hondo en la cultura pop.

La belleza del realismo melodramático

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Con sus representaciones dramáticas —la mayoría artificiales y en algunos casos casi caricaturescas—, sus conclusiones que llevaban a múltiples preguntas y la capacidad de los diferentes argumentos para transitar en medio de un hilo entre la realidad y la suposición ficcionada, la serie fue la pionera de un tipo de televisión cuya base era el realismo melodramático, que sigue siendo atractivo aun hoy.

La versión de Unsolved Mysteries de Netflix recupera lo mejor de la serie original de 1988 y también logra construir una narrativa sólida, que se sostiene con buen pie sobre la estructura básica de la premisa: con sus seis sólidos y elocuentes episodios, la serie enfoca su atención sobre casos de desapariciones y asesinatos, sin conclusiones claras.

En un movimiento inteligente, la producción intenta remontar las versiones sucesivas a la exitosa temporada estrenada en el ’88 y logra construir una colección de historias dispares, que guardan una curiosa similitud con algunos de los casos que hicieron famoso el programa.

Por supuesto, el elemento escalofriante que hizo famoso al programa continúa allí, y también la condición de analizar la cualidad inclasificable de los hechos que el programa muestra.

Temas para todos los gustos

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¿Se trata de casos en los que faltan piezas para llegar a una conclusión clara? ¿Errores de la justicia? ¿O de situaciones más tenebrosas? O en el caso de circunstancias de índole sobrenatural ¿Qué hace que los escenarios carezcan de explicación en una época tan hipertecnificada como la nuestra?

El show no lo aclara y se toma el tiempo para mostrar las secuencias con un estilo preciso y profesional, casi policíaco, que utiliza la percepción sobre la distancia — la objetividad fría y descarnada — para comprender algo más concreto. Al final, Unsolved Mysteries se cuestiona la naturaleza de la justicia, la capacidad procedimental e incluso el trasfondo del método. Y lo hace desde una cuidadosa composición de ideas que se entremezclan entre sí para reflexionar la forma en que concebimos el hecho criminal.

Los casos, de la misma manera que las versiones más antiguas, son reales y se encuentran en medio un recorrido complicado hacia su resolución. Todos están unidos por el hecho de cierta cualidad inexplicable o al menos una reflexión coherente acerca del subtexto que los sostiene en medio de la evidencia.

El primero cuenta la historia de un hombre encontrado muerto en una sala de conferencias de un hotel, sin que sepa o haya indicios de cómo llegó allí o quién podría haberle asesinado.

Otro de los capítulos analiza la cualidad y el trasfondo de los crímenes de odio y lo hace con una sutileza que le aleja de proclamas políticas. Y uno de los más extraños reconstruye y analiza las circunstancias que rodearon la desaparición de un testigo de corte antes de testificar contra su madre. En conjunto, todas las historias apuntan a la idea de la posibilidad que incluso, los equipos policíacos más eficientes y precisos del mundo, cometen errores invisibles que resultan en casos inconclusos.

Abriéndose al mundo

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Una de las novedades del programa para su versión en Netflix es que no todos los casos son de origen norteamericano: la introducción de un escenario internacional brinda la oportunidad a la producción de hacer un recorrido intrigante por contextos legales y policíacos por completo nuevos. La combinación otorga un formato ágil y brillante, a pesar que su formato es más bien uniforme y hasta predecible. Cada capítulo comienza con una anécdota que contextualiza el misterio por venir con una secuencia que resume las situaciones inquietantes que hacen al caso especial, hasta llegar a la conocida reproducción, que como en sus predecesoras, es ligeramente ficcional aunque con un elemento de interés por la noción sobre la realidad que sostiene el subtexto.

El único episodio con contenido paranormal —el avistamiento de OVNIS en Berkshire, Massachusetts— incluso se toma el tiempo para reflexionar sobre lo histórico y lo sobrenatural, que envuelve a un hecho ocurrido en 1969 que incluso en la actualidad, provoca preguntas y desconcierto.

El desarrollo evita la especulación directa y trata de seguir el mismo procedimiento consecuente de mostrar, indagar y al final, dejar las conclusiones al espectador. El formato además, asimila el hecho de no tener conclusiones claras, desde la posibilidad que el espectador pueda crear sus propias opiniones sobre el tema. Podría parecer desordenado — en especial porque la producción de Netflix decidió prescindir del narrador y otorgar mayor importancia a los testigos — pero el hilo conductor continúa siendo una limpia ejecución de un guion bien pensado y en concreto, que tiene un profundo interés en su manera de intrigar y confrontar al televidente. Quizás su mayor atractivo.

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