Es probable que hasta este artículo no conocieras el nombre de Corneliu Porumboiu, algo comprensible si tenemos en cuenta que el director rumano ha dedicado buena parte de su filmografía a los temas locales. Con una mirada cínica, dura y un humor negro muy singular, Porumboiu ha explorado durante la última década todos las aristas de la vida en su Bucarest natal, a la que retrata desde un aire levemente aburrido pero que al final resulta ser un engañoso señuelo para hablar de temas más duros e intrincados.

Al director le interesa la ética, la espiritualidad, la moral y la hipocresía, todo mezclado en una atractiva puesta en escena que recorre la identidad del hombre moderno como una broma cruel que no siempre se comprende del todo.

The Whistlers, su más reciente película y desde ya considerada una de las mejores de este atípico 2020, es por completo distinta. También es una experiencia histórica, pequeña y sarcástica sobre la vida moderna, pero en lugar de ocultarlo con un ritmo lento, melancólico y a menudo depresivo, el director optó por irse al otro extremo y crear algo más delirante: esta fábula sobre lo superficial es también una sarcástica mirada alegórica sobre la manera en que la época contemporánea asume el pesimismo.

Para Porumboiu se trata de una broma cruel. Una que además adereza con una puesta en escena radiante y de colores muy saturados y a la que añade, bromas pesadas y crueles sobre la vida moderna. ¿El resultado? Una comedia que no pretende serlo, pero que a pesar de eso te hará reír por su necesidad de recordar lo absurdos e ingenuos de solemnidad que puede ser cualquier hombre o mujer contemporáneo.

The Whistlers, la intriga de lo extravagante

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Con su cronología un tanto complicada — atención a los cambios temporales que pueden confundir — y su paleta de colores brillantes, la película de Porumboiu es un broma disparatada sobre la política y el crimen. Pero en especial sobre lo que asumimos es la moral en un mundo descreído y violento. Parece importarle de manera especial hacer énfasis en la abstracción de la maldad y la bondad: en su película no hay héroes ni villanos, sino un grupo de gángsters que intentan escapar de la ley por medio de un antiguo y simple sentido común, un policía sin muchos escrúpulos y una mujer fatal, que a la vez es el centro de una intriga extravagante.

La mezcla brinda a la película un ritmo trepidante, algo a lo que la banda sonora (con la inolvidable The Passenger de Iggy Pop a la cabeza) hace más emocional y delirante. Para Porumboiu la historia está al servicio del entorno urbano convertido en una caja de resonancia para las tropelías de un grupo de personajes marginales, que no saben que lo son. En realidad, los extraños vericuetos del guion sostienen no solo la ilusión de la película de contar una historia dentro de otra historia (cosa que hace, al menos en su primera hora), sino además enlazar ambas para un final inesperado y con un sólido pulso.

Por supuesto, para Porumboiu que ha dedicado buena parte de su carrera a burlarse de la ley, The Whistlers es la oportunidad de hacerlo con renovada energía y con un sarcasmo tan denso que en ocasiones resulta incómodo. Es notorio que para el director, la ley y quienes la imponen son poco menos que una excusa para un tipo de control del sistema, que no solo no acepta sino del cual se burla con una festiva crueldad.

Lo mejor de Rumanía

The whistlers

Con su elegante elenco de lo mejor del repertorio de actores rumanos — Vlad Ivanov sorprende de nuevo por su amplio registro para hacer reír y amedrentar casi en la misma escena — The Whistlers es mucho más que una crítica sobre los estamentos de poder moderno: es también una reflexión satírica sobre la inocencia de la cultura sobre los mecanismos legales, lo policíaco e incluso la connotación un poco abstracta sobre lo que hace funcionar a las sociedades en la actualidad.

¿Se trata nuestro orden social en un pacto entre idiotas, conformistas o solo ciegos? Parece preguntarse Porumboiu a medida que la película se hace más complicada y revela sus verdaderas intenciones. Para bien o para mal, la película es un recorrido brillante acerca de la opinión del sustrato que sostiene lo que creemos aceptable: el director se toma la rara atribución de poner en tela de juicio las instituciones de su país, y lo implícito que le permite funcionar a pesar de sus errores y traspiés.

Claro está, desde un punto de vista semejante, The Whistlers es una trampa bien planteada que termina por estallar en el momento menos pensado. Porumboiu es lo suficientemente hábil como para evitar que el humor sea una excusa simple para una crítica cada vez más dura y precisa de la pasividad, desidia y burocracia de su país. Y mientras convierte a su personaje central en un policía torpe que se deja llevar por circunstancias cada vez más estrambóticas, es evidente que también, hay un mensaje oculto bajo la concepción cada vez más elaborada sobre la consciencia, lo que consideramos justo y al final, un cuestionamiento directo a lo contemporáneo y su burda inocencia.

Existencialista, ambigua y al final, casi perversa The Whistlers evita con cuidado los lugares comunes sobre la comedia, el suspenso, lo eminentemente burlón para llegar a un ritmo — y un mensaje — por completo novedoso. Quizás su mayor logro.

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