Un equipo de investigadores del CSIC ha publicado hoy un informe sobre el posible contagio del coronavirus en la playa y la piscina. Es una pregunta que todos nos hemos hecho en las últimas semanas, especialmente desde que se anunciaron las diferentes fases del plan de desescalada. Está claro que este no va a ser un verano convencional. Al menos no debería serlo si queremos que todo salga bien y evitar repuntes en la medida de lo posible.

Sin embargo, quienes disfrutan de esta forma de pasar el periodo estival ya empiezan a cuestionarse si será posible darse un chapuzón sin poner la salud de nadie en peligro. Como en todo lo relacionado con el coronavirus, no hay una respuesta definitiva. Eso sí, en base a los estudios analizados por estos científicos, podríamos estar bastante tranquilos en algunos aspectos concretos. Siempre que sigamos siendo responsables, por supuesto.

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Depende del lugar

Para la realización de este informe, sus autores han analizado estudios anteriores relacionados con la posibilidad de contagio de patógenos en entornos acuáticos. Los hay ya centrados en el SARS-CoV-2, aunque muchos de ellos se basan en otros organismos y solo pueden extrapolarse.

Los entornos analizados son principalmente cinco: el agua de spas y saunas, el de las piscinas, el de ríos y lagos y la arena y el agua de la playa.

En primer lugar, es importante remarcar que los balnearios y spas desinfectan regularmente el agua de sus instalaciones. Por eso, gracias a los productos empleados para ello sería difícil que el coronavirus pudiera transmitirse a través de ella. Además, las altas temperaturas que suele haber en estos lugares serían un punto a favor para mantenerlo inactivo.

Ocurre algo similar en las piscinas, donde el cloro empleado para su desinfección ayudaría a mantener al virus a raya.

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Por desgracia, no pasa lo mismo en los ríos y lagos. Muchos de ellos también reúnen en verano a un gran número de personas, especialmente en las zonas de interior, en las que no hay otra forma de darse un baño en un entorno natural. Lamentablemente, se trata de aguas no tratadas, que tampoco cuentan con una elevada salinidad o cualquier otro factor que ayude a su desinfección. Por eso, son los lugares menos recomendables para refrescarse durante este verano.

Coronavirus en la playa

Sin duda, si hay un lugar con el que muchas personas ya sueñan de cara a la nueva normalidad veraniega ese es sin duda la playa. En este caso, es importante comprobar qué ocurriría con el coronavirus, tanto en el agua como en la arena.

En la primera hay dos factores esenciales: la salinidad y la dilución. No hay estudios concretos sobre cómo afectaría la alta concentración de sal al SARS-CoV-2. No obstante, los trabajos realizados con otros virus similares indican que parece afectar negativamente a su “supervivencia”. Además, el elevado volumen de agua favorecería que, en caso de liberarse en el mar, quedara suficientemente diluido como para que la carga viral complicase un posible contagio.

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En cuanto a la arena, hay dos motivos esenciales por los que también es difícil que se produzcan contagios directos. De nuevo, la presencia de sal entremezclada con ella podría ayudar a mantener el virus inactivo. Además, la radiación ultravioleta continuada ha mostrado ser efectiva. Y lo mismo ocurre con las temperaturas tan elevadas como la que normalmente se alcanza en la arena.

En este punto, los autores del estudio añaden que, en caso de querer realizarse una desinfección extra de la arena, debería hacerse con productos que no dañen el medio ambiente. Hacen referencia a esto unas semanas después de que se diera a conocer el caso de una playa gaditana, en la que se había intentado realizar una desinfección con lejía.

Distancia, distancia y más distancia

El principal problema del coronavirus en la playa y el resto de entornos acuáticos no es el agua en sí, ni tampoco la arena. En realidad, como ocurre en cualquier otro lugar, el problema es el contacto entre personas. Puede ser por el aire, desde las gotículas liberadas al toser, estornudar o hablar, pero también por fómites. Este nombre se utiliza para hacer referencia a los objetos inertes que, al contaminarse con un patógeno, pueden transmitir la enfermedad. Hablamos de pomos de puertas, barandillas, botones de ascensor y, ¿por qué no?, también neveras, balones hinchables o toallas.

En cualquier lugar es importante mantener la distancia de seguridad y no compartir objetos. De nada sirve la desinfección del agua en la piscina si dos niños pertenecientes a distintas familias comparten su balón. Tampoco será una ayuda la radiación ultravioleta en la arena, si nos encontramos a un viejo amigo y nos sentamos en su misma toalla para charlar sobre el tiempo.

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Algunos países han hecho ya sus propias propuestas para solucionar el problema planteado por el coronavirus en la playa. Italia, por ejemplo, ha hecho referencia al posible uso de cubículos de metacrilato. No obstante, además del calor que haría en el interior, no sería una buena idea por otras razones. Por ejemplo, recientemente el doctor en biología molecular Álvaro Carmona, más conocido como S de Siensia, y el ingeniero técnico mecánico Pedro Fuentes han desarrollado un modelo en el que se observa el flujo de aire que se formaría entre estas pantallas. En él, se puede ver que este pasaría de un habitáculo a otro, de modo que seguiría pudiendo producirse el contagio.

Por eso, no queda otra que apelar a la responsabilidad individual. Hemos escuchado mucho eso durante los últimos días. Puede parecernos ya algo cansado, pero es lo que hay. Puede que las temperaturas ayuden, aunque no tanto como nos gustaría. De cualquier modo, el virus seguirá con nosotros hasta que haya una vacuna. Por eso, durante las primeras etapas de esta “nueva normalidad” no nos queda otra que ser responsables. Lo fuimos en casa, ahora debemos serlo aún más fuera de ella.

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