Comenzó su compañía cuando emprender en España en el sector de la tecnología no estaba de moda. Tampoco en uno de los momento más voyantes para la economía del país, que ya se aproximaba a una crisis económica de contagio internacional y que terminó estallando en el país tres años después. Era 1990 y el bilbaíno Mikel Urizarbarrena fundaba Panda, una compañía de seguridad para internet en un momento en el que su uso no era masivo, pero sí comenzaba a despegar. Medio millón de las antiguas pesetas para fundar una empresa que 30 años después ha sido vendida a la firma internacional WatchGuard Technologies por, según apunta el sector, unos 200 millones de euros.

El anuncio se producía a medio día del lunes, sin mucho ruido como ya venía siendo costumbre para la firma de seguridad española. Tampoco sin muchos detalles del acuerdo entre ambas partes sobre las bases en las que se firmará la adquisición: ¿mantendrá la compañía sus empleados en Bilbao y, por lo tanto, su sede? Son casi 600 empleados los que gestiona la compañía en sus 180 países y 16 filiales. ¿Cuál será el futuro del negocio? A la espera de la autorización de competencia, la situación se mantiene a la espera.

Tampoco era una sorpresa para el ecosistema; ya desde principios de mes se señalaba a Panda bajo el cartel de "se vende". Buscaban, si es que por aquel momento no lo tenían ya, potenciales compradores principalmente en Estados Unidos. Dicho y hecho. Con una facturación de 60 millones de euros en 2018 –últimas cifras registradas– y una valoración que no supera los 300 millones de euros, ha sido una de las compañías más potentes del sector en Seattle la que se ha llevado el premio.

Emprendiendo bajo la cultura del funcionario

"Un ingeniero de Eurosoft me tuvo que explicar qué eran los virus", declaraba Urizarbarrena a Emprendedores hace unos años. De esa primera explicación a tener el ojo para fundar la primera y más exitosa compañía española de antivirus en España solo faltaron algunas nociones más. Solo tardó 10 años en conquistar el extranjero y la cuna de la informática, Estados Unidos, para posicionar su compañía.

Lo cierto es que los primeros años de Panda no dieron las grandes portadas que, visto desde 2020, podría alcanzar una compañía de ese calibre. Su primer antivirus Artemis no era tan interesante en una sociedad que vivía desconectada en las redes; sus versiones posteriores, hasta llegar a la propuesta nativa para el olvidado Windows 95, fueron creciendo en su propio ecosistema.

Luchaba contra lo que él comentaba en la entrega de los Premios Emprendedores 2004 –de la cual fue ganador– "la cultura del funcionariado" pero sin el aura actual de los grandes emprendedores.

Ya a principios del milenio, y con el estallido de la burbuja puntocom a cuestas –el mismo que se llevó a Terra y Jazztel por delante–, el debate de los primeros emprendedores suena –20 años después– como una eterna letanía. "Para innovar y triunfar no hace falta dinero, sino contundencia y valentía", recogía ABC de manos del fundador en la misma entre de los galardones. Hoy, esa frase, y con valoraciones a las startups que ya se consideran muy por encima de la realidad, sigue muy viva.

De la vieja escuela, pero también con el ojo puesto en los inversores

Decir que Panda no se codeó con los inversores, de la misma forma en la que ahora las grandes –y pequeñas– tecnológicas cierran rondas por valor de millones de euros, sería injusto para su historia.

A partir de 2005, con la sombra de grandes empresas internacionales abordando una ciberseguridad cada día más necesaria y el la crisis de credibilidad del sector tecnológico –que, pese a todo, tenía los mismos fallos que el resto de empresas tradicionales– comenzó a encontrarse con problemas para crecer. Eran pequeños y no tenían capital para enfrentarse a sus competidores.

¿Crecimiento orgánico o masivo vía inversores? Esta pregunta resonó en Panda durante dos años, hasta que en 2007, el fundador de la compañía ponía el 75% de la misma a disposición de dos fondos de inversión. Investindustrial y Gala Capital, por 100 millones de euros marcarían un antes y un después en el emprendimiento de Urizarbarrena.

En este momento comenzaría la era horribilis para Panda en lo que a gestión se refiere. Esa que le valió el apodo de la compañía maldita para los CEOs. Mientras Urizarbarrena disponía de un pequeño porcentaje en Panda y quedaba relegado a un puesto honorífico, Javier Dinarés tomada posición. Le siguió Juan Santana y, en 2011, José Sancho. Este estrenó su mandato en uno de los peores momentos de la compañía. Tras años sin cumplir objetivos y, de nuevo en mitad de una crisis económica internacional devastadora para España, Panda anunciaba un cambio de sede y el despido de 128 empleados bajo un Expediente de Regulación de Empleo (ERE); esos que tanto se replicaron en empresas de todos los sectores por aquellos años. Con una huelga general y un 28% de la caída de sus ventas, no fueron los primeros días de trabajo para el directivo. El cual también ha estado animado por

Sancho, en cualquier caso, no duró tanto en Panda. Le siguió Fernando García Checa y, en 2018, Juan Santamaría abordaría la última etapa de Panda enfocada al Internet de las Cosas, la nube y el crecimiento internacional, todo abonado con una nueva imagen renovada desde su creación. Los últimos en unirse a la familia de la compañía de seguridad en el nivel de asesores gozaban de un elevado posicionamiento –y una muestra del poder e influencia de Panda– en el ecosistema, el otrora Ministro de Hacienda Pedro Solves y que fuese presidente de Telefónica Luis Miguel Gilpérez.

Desde su sede en Bilbao, pero con 16 localizaciones, la que hace 30 años era una pequeña compañía de seguridad de internet, un desconocido por aquel entonces, ha logrado estar posicionada en el 4º puesto de EDR (Endpoint Detection and Response) y ocupar un 10% de la cuota de mercado mundial.

Ahora, su futuro pasa a estar en manos una compañía internacional en una de las ventas más relevantes de los últimos años, pero con apenas ruido.

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