El primer capítulo de temporada de Westworld fue un detallado recorrido por el futuro del año 2058 y el mundo real. Para el segundo, volvemos al parque y a sus misterios, lo que no solo mejoró el ritmo de la serie sino que además le dotó de una asombrosa capacidad para abrir nuevos hilos narrativos en todas las direcciones imaginables.

‘Westworld’ 3×01: muchos disparos y poca fascinación

Maeve (Thandie Newton) está de regreso, pero desde que abrió los ojos en la escena poscréditos del episodio anterior, fue evidente que su paso por el WarWorld no es del todo casual y mucho menos, accidental. Muy pronto, descubrimos que la secuencia que ocurre dentro de los límites de la recreación de una escena de la Segunda Guerra Mundial, esconde más secretos de lo que podría suponerse y también, una pequeña conflagración a ciegas entre la realidad y la colosal ilusión que Westworld es por origen. La evolución de la primera robot en asumir la naturaleza de la realidad que le circunda y utilizarla como una forma de arma para batallar por su vida, esta vez rápida, precisa y concisa, además de una demostración que la serie sabe bien a dónde se dirige y qué desea construir a partir de sus medios apenas sugeridos.

‘Westworld’ 3×02: el placer de volver a los parques futuristas

El episodio, titulado “The Winter Line” se mueve de un lado a otro entre una simulación a gran escala a la vez, que intenta descifrar el lugar real en que se encuentra su identidad, memoria y sobre todo, el peso de su conciencia. El capítulo entero es una reorganización de los datos y suposiciones que sostuvieron al personaje durante la primera temporada. Maeve de inmediato puede descifrar el mundo que le rodea — tan falso y flojo como sus creadores, dice en una sonrisa de dientes apretados — y construye una elemental ecuación que le permite liberarse y además, descubrir los entresijos de la nueva trampa en que se encuentra atrapada. El capítulo conserva lo mejor y más elaborado de su celebrada primera temporada y es reconocible el juego de espejos que sostiene el discurso de la mente contra el cuerpo, la identidad y la percepción del poder de la voluntad sobre algo más complejo. Maeve, renacida y convertida otra vez en una pieza de un juego en el que conoce las reglas pero no tiene todas las de ganar, se sostiene con precariedad en una batalla que al final, gana a medias.

Un doble de espejos

Lo más inquietante del nuevo episodio de Westworld es la manera en que los personajes — a excepción de Maeve — son utilizados como una gran red de interconexiones que al final, son meros hilos narrativos falsos, sostenidos con dificultad sobre el mundo que le sobrepasa.

Mientras Bernard regresa al parque y descubre uno de los grandes secretos de argumento (sugerido ya durante buena parte de la segunda) y se une a Stubbs (Luke Hemsworth) en la búsqueda de Maeve en el parque semiderruido que Delos o cualquiera de sus asociados, intenta recuperar en medio de los escombros. Ambos recorren el parque mientras Bernard recuerda lo esencial de todo lo que vivió y sufrió en el territorio. Poco a poco es evidente que las insinuaciones del capítulo anterior sobre que Delos y otros inversionistas decidían si mantener o no el parque en funcionamiento es algo más que una amenaza: hay un aire destartalado y destruido en las antes impecables instalaciones. Incluso, hay un breve guiño asombroso que todos los fanáticos de Games of Thrones agradecerán. En medio de todo la serie de datos y pequeñas ramificaciones de información, Bernard atraviesa a Westworld con el cinismo del conocedor y la simple buena intención del idealista.

Lo más interesante de este capítulo tramposo, y preciso en su forma de narrar una historia compleja, es la aparición de Lee Sizemore (Simon Quarterman) que en un principio Maeve toma como real hasta que un error de programación le demuestra hasta que extremos llegó Delos — o quien sea esté detrás de la maniobra — para descubrir el tránsito entre lo último que Maeve recuerda (la gran conflagración a las puertas del Paraíso digital de Ford) y lo que ahora sabe, como único robot con conciencia propia en mitad del estropicio que un modelo a escala de la realidad oculta.

Cuando Maeve descubre que todo a su alrededor es falso es cuando en cuando en realidad comienza, el tramo más eficaz del capítulo, que enfoca toda su energía e inteligencia en tramar un ingenioso juego de dobles identidades para cubrir el rastro del mundo real y tratar de encontrar una forma de mezclar lo que Maeve percibe, de lo que en realidad ocurre. Al final, no lo logra, pero el experimento no resulta del todo fallido: Westworld vuelve a ser el mismo lugar peligroso en el que los hilos retorcidos del tiempo, el espacio y la percepción de lo verídico se entrecruzan entre sí para sostener algo más sorprendente y de hecho, esa cualidad impredecible que hizo a la primera temporada una pequeña pieza de arte brillante.

Y es Maeve, por supuesto, vestida de blanco y en mitad de una radiante escena campestre — a diferencia de la Dolores trajeada de negro y en medio de la noche — quien logra cruzar el plano de la realidad para encontrar al nuevo jugador en este amplio y complejo tablero: Engerraund Serac (Vincent Cassel), dueño y cerebro de Incite Inc., sonríe con una amabilidad forzada, casi dolorosa. “Nosotros trabajamos con el futuro”, dice con sus modales afectados, firmes pero certeros.

Serac desea que Maeve sea su peón, pero ella se resiste. E incluso, intenta ejercer su voluntad irrefrenable contra el nuevo rostro de control. Pero esta vez, nada resulta como lo espera, quizás como ha venido ocurriendo a través de todo el capítulo sin que ella lo comprenda del todo. Al final, Maeve está atrapada en su propia trampa. “Hemos comenzado con el pie equivocado”, dice Serac, mientras Maeve mira hacia adelante, con la cara horrorizada. “No pretendo ser descortés”, continúa, “pero habría sido un error de mi parte no tomar todas las precauciones”. Él le quita el cuchillo entre las manos “Quizás la próxima vez que hablemos pueda convencerte de que nuestros intereses están alineados”.

Westworld volvió a su punto de inicio después de un comienzo que deslumbró pero no resultó del todo impactante. Quizás, todavía hay esperanzas para la historia poderosa, extraña y retorcida que se adivina entre capítulos.

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