Salir a pasear en la playa, disfrutar un delicioso postre, tener una cita romántica con nuestra pareja, escuchar música, dormir hasta tarde en un día lluvioso, acariciar a un animal, ver una película que habíamos estado esperando mucho tiempo, contemplar algo hermoso y jugar un videojuego son claramente actividades muy distintas. Sin embargo, todas ellas tienen algo en común: son capaces de generar placer.

La llamada «enfermedad de la prisa» o el placer de estar ocupado

Dependiendo de nuestros gustos, unas pueden sonar mucho más atrayentes que otras. No obstante, es claro que todas se tratan de elementos que tendemos a añorar de un modo u otro ya que nos ofrecen una sensación de bienestar. Algo que, con solo pensarlo un segundo, se nos hace fácil reconocer.

Pero, si hay algo a lo que usualmente no prestamos tanta atención, es a los motivos por los cuales desarrollamos esta conducta orientada a la consecución del placer. Por ello, ahora nos dedicaremos a dar un paseo por lo que significa realmente esta sensación, de dónde proviene y por qué la necesitamos tanto.

La ciencia del placer

El placer puede llegar a ser explicado con palabras grandilocuentes y referirse a unas percepciones casi etéreas. No obstante, no es necesario irnos hasta la poesía para poder comprender el placer.

De hecho, este se puede ver reflejado como una simple respuesta biológica a elementos que nos producen bienestar, ya sea mental o físico. Lo que lo hace interesante, se tratan de todos los factores que intervienen para que este proceso se convierta en lo que nosotros experimentamos.

El dúo dinámico

Lo primero que hay que presentar cuando hablamos del placer, desde el punto de vista biológico, son los dos elementos que hacen que el mismo exista. En estos casos, nos referimos a un par de hormonas conocidas como Dopamina y Oxitocina.

La primera es la encargada principal de los sentimientos de recompensa y felicidad que llegan a nosotros con el placer. Por otro lado, la segunda llega justo después de que el evento placentero ha pasado e interactúa con nuestros sentimientos de apego. Motivo por el cual, luego de una experiencia placentera de cualquier tipo, ver una buena peli, comer un plato delicioso o incluso tener relaciones sexuales, sentimos un apego más fuerte por proveedor de dicho placer y tendemos a querer buscarlo de nuevo.

Esclavos de nuestros neurotransmisores

Todos estos placeres antes mencionados, se manejan con las mismas dos hormonas. Asimismo, ambas tienen efecto principalmente en lo que se conoce como el circuito de placer del prosencéfalo medial.

A través de este, según recientes investigaciones se ha registrado que se procesan todos los diferentes estímulos placenteros, desde los más mundanos hasta los más etéreos. Asimismo, se ha determinado que los pulsos eléctricos para todos estos son los mismos, por lo que, sin importar el tipo de placer, nuestro cerebro tiende a reaccionar de la misma manera.

Placer en tres pasos

cerebro
Kay in t Veen (Flickr)

Dicha forma de reaccionar se puede resumir muy fácilmente en tres etapas:

- Anhelo: ya para este momento la dopamina es liberada y nos llena con un sentimiento de anticipación y necesidad que hace que debamos buscar una forma de aliviarlo.
- Consecución: este es el pleno momento placentero, el acto en sí, donde los niveles de dopamina son más altos.
- Saciedad: finalmente, nos encontramos con el momento después donde dopamina y oxitocina conviven. Acá es donde la satisfacción del placer nos da una momentánea pero poderosa sensación de saciedad.

Una y otra vez, son estos tres pasos por los que se pasea nuestro cerebro para hacernos sentir placer. Son sencillos, pero a la vez altamente necesarios para nosotros como individuos.

¿El arte del placer o el placer del arte?

Una discusión que se ha mantenido activa sobre todo desde el último año ha sido si el placer de disfrutar de piezas de arte puede ser equiparable al de otros eventos placenteros como consumir azúcar. Por una parte, una facción se encuentra determinada en decir que no, que el arte estimula el cerebro de forma diferente.

La otra, por su parte, establece que el placer es placer siempre, sin importar su fuente, y que, por ende, el arte no provee un tipo de satisfacción más elevada o distinta a la de otras actividades. Para respaldar sus clamores, hacen hincapié en todo lo que hemos mencionado hasta ahora.

Por otro lado, quienes defienden que hay una diferencia, no niegan lo anterior, pero aseguran que debe haber más. Y que, aunque en un inicio el cerebro pueda verse estimulado de la misma forma, el arte por sí solo debe activar también otras áreas del mismo relacionadas con el pensamiento más analítico y reflexivo, así como la propia memoria.

La eterna búsqueda del placer

Para poder llegar a una mejor conclusión, es claro que es necesario que ambas partes hagan más investigaciones sobre las cuales construir nuevos argumentos y hacer comparaciones. Sin embargo, un punto en el que ambas partes debería concordar es que el ser humano, por naturaleza, se encuentra inclinado a la consecución del mismo –aunque los medios varíen.

Por los factores biológicos antes mencionados sabemos que el placer no solo genera un sentimiento agradable al momento, sino que interfiere en el organismo tanto antes como después de que el evento placentero haya ocurrido. Por lo que, este deja una marca profunda en nuestro sistema, una que, además, con la repetición aprendemos a perseguir.

¿Aprendido o heredado?

Ahora, esto nos lleva a preguntarnos nuevamente si el placer se trata de un elemento solo propio de nuestra naturaleza o si es también una conducta aprendida en la sociedad. La respuesta podría ser una mezcla de ambos clamores, decantada un poco más hacia la biología que a la sociedad.

Nuestro organismo por sí solo es capaz de detectar y disfrutar placeres como la comida y el sexo, sin que ello deba sernos enseñado. Sin embargo, las preferencias dentro de estas dos áreas sí pueden venir determinadas por nuestro entorno. Lo que, al final hace que algunos encuentren placer en áreas que otras personas no.

Por ende, la capacidad de sentir placer se trata de un elemento que viene tatuado en nuestro código genético. Sin embargo, los elementos, sensaciones, olores o momentos que nos hacen percibirlo, pueden ser muy diferentes ya que ellos si pueden ser influenciados por nuestro entorno.

El rol de la sociedad

Irónicamente, este mismo entorno es el que constantemente a través de elementos como el gobierno, la religión o las instituciones educativas buscan regular y coartar nuestra constante necesidad de buscar placer, diciéndonos qué está bien y qué deberíamos evitar. Mucho de esto puede hacerse debido a que la necesidad del mismo es tan poderosa que define nuestra conducta, por lo que, para mantener el orden es necesario establecer una estructura.

Claramente hay quienes se salen de estos moldes y pueden llegar a extremos que son dañinos tanto para ellos mismo como para su entorno. Sin embargo, llegada a cabo de manera responsable –y no necesariamente tan estricta como a veces la sociedad intenta hacer ver– la búsqueda y consecución del placer no es más que otro de nuestros procesos biológicos manifestándose.

Referencias:

- Pleasure junkies all around! Why it matters and why ‘the arts’ might be the answer: a biopsychological perspective
- The pleasure of art as a matter of fact
- Dynamic changes in accumbens dopamine correlate with learning during intracranial self-stimulation:

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