En 1942, los soldados de la 22ª Compañía de Suministros de Artillería del ejército polaco se encontraban viajando hasta el Líbano tras su liberación de un campo de concentración siberiano, cuando se encontraron con un pobre muchacho que les paró para pedirles comida. Conmovidos, decidieron detenerse y darle alguno de los alimentos que llevaban con ellos. Mientras el chico devoraba la lata de carne que le proporcionaron, comprobaron que llevaba con él un saco, cuyo contenido resultó ser un pequeño cachorro de oso pardo. El chaval les explicó que lo había encontrado en una cueva, en la que se había escondido después de que su madre falleciera a manos de un cazador.

La historia conmovió también a los soldados, que decidieron comprárselo al muchacho. Así fue cómo empezó la historia de Wojtek, uno de los personajes más peculiares de todos los que han pasado a la historia de la Segunda Guerra Mundial.

De mascota a soldado

El oso no tardó en convertirse en un miembro muy querido del grupo de soldados, quienes disfrutaron mucho de su compañía durante su estancia en Oriente Medio.

En un principio era una simple mascota, pero poco a poco se acabó convirtiendo en uno más de ellos. Dejó los biberones de leche, improvisados por los soldados con botellas de vodka, por cerveza y cigarrillos, caminaba la mayor parte del tiempo a dos patas e incluso se sentaba como una persona. Los hombres que lo conocían solían decir que el propio animal creía de sí mismo que era un ser humano.

Por desgracia, quienes no lo creyeron fueron los responsables del barco al que debieron subirse los miembros de la compañía en 1944, cuando el ejército polaco fue reclamado para combatir en Italia. Como era normal, Wojtek viajó con ellos hasta el Puerto de Alejandría, pero una vez allí se les comunicó que no podían subir animales a bordo. Solo había una opción para que pudiera viajar con ellos: alistarlo como soldado. Parecía algo realmente descabellado; pero, dado el vínculo que ya tenían con él, no dudaron en hacerlo.

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Ya en la contienda, el oso hizo gala de su recién inaugurada posición, ayudando a sus compañeros en todo lo que pudo. Su tarea más frecuente era la de transportar las cajas de munición. Tal era su empeño, que un dibujo suyo llevando un proyectil al hombro terminó convirtiéndose en la insignia de la compañía.

Finalizada esta batalla se desplazaron a Reino Unido. Esta vez no hubo problemas para que el animal viajara, pues ya era un soldado más. Permaneció junto a ellos hasta que finalizó la guerra. Había llegado el momento de que cada soldado volviera a casa, con sus familias; pero, desgraciadamente, Wojtek no tenía un hogar al que ir. Por eso, su retiro le llevó al Zoológico de Winfield Park. Previamente, sus compañeros habían decidido jubilarlo ya con el grado de sargento. Murió en este centro en 1963, cuando contaba con 22 años de edad.

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Para quienes le conocieron este oso no fue una simple mascota. Fue un amigo, un compañero. No obstante, a día de hoy sabemos que, por mucho que ellos creyeran estar obrando con la mejor de las intenciones, un animal salvaje nunca debería vivir en estas condiciones. La suya es una historia simpática, quizás acorde a la época en la que se dio. Pero hoy existen muchas formas de cuidar de un cachorro que ha perdido a su madre. Ninguna de ellas pasa por alistarlo como soldado, ni entrenarlo para realizar tareas propias de un ser humano. Y mucho menos darle cigarrillos o alcohol. Por eso, el adiestramiento de animales salvajes con fines bélicos jamás debería ser una opción. Y si no, que se lo digan a la pobre beluga espía que durante estos días vaga desnutrida y sola por los mares noruegos.

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