Autor: Sergio Ferrer

En el estrado, una niña. Frente a ella, representantes de todos los países del mundo, periodistas, políticos y empresarios. Comienza a hablar: “[Vengo] a deciros que los adultos debéis cambiar vuestros modos. No tengo una agenda oculta. Estoy luchando por mi futuro. […] Todo esto está pasando delante de vuestros ojos y aun así actuamos como si tuviéramos todo el tiempo que quisiéramos. […] Los adultos decís que nos queréis, pero os reto, por favor, a que vuestras acciones reflejen vuestras palabras. Gracias”.

Si ha imaginado a Greta Thunberg pronunciando estas palabras en algún congreso sobre el clima, se equivoca. Este duro discurso fue pronunciado por la activista Severn Cullis-Suzuki, de entonces doce años, durante la Cumbre de la Tierra de Río de Janeiro (Brasil) de 1992. La joven canadiense, sin embargo, no sufrió las críticas que hoy recibe su homóloga sueca. Si no ha oído hablar de su intervención es porque, como mucho, fue ignorada.

Cierto es que Cullis-Suzuki, al contrario que Greta, vivía en un mundo sin internet. Aun así cabe preguntarse por qué la sueca cosecha, a sus 16 años, ataques feroces que superan a los recibidos por Al Gore hace más de un decenio. En el caso de Thunberg, muchas de las críticas van más allá de su discurso, llegan al terreno personal e incluso hacen diana en su condición de asperger. “La mascota internacional del alarmismo climático”, “mentalmente inestable”, “niña petulante” y “mesías profundamente perturbada” son solo algunos ejemplos.

Los principales sospechosos de tanta tirria son los negacionistas, que rechazan que el cambio climático tenga lugar o que sea debido a la acción del ser humano. Se trata de una postura con poco apoyo entre los españoles —que están entre los ciudadanos más preocupados por este tema—, pero con bastantes adeptos en países como Estados Unidos, Reino Unido y Noruega.

El perfil del negacionista: hombre y conservador

“Desquicia a los negacionistas, sobre todo hombres de EE UU, porque sus tácticas no funcionan con ella, que pasa de lo que dicen los demás”, explica a SINC el divulgador ambiental Andreu Escrivà.

No son pocos los estudios y encuestas que han intentado trazar un “perfil del negacionista climático”, que tiende a ser hombre y conservador. Esto ha llevado a algunos investigadores a analizar la posible relación entre negacionismo y misoginia. El sociólogo de la Universidad Chalmers (Suecia) Martin Hultman es uno de ellos.

“Hay tres grupos de negacionistas climáticos: CEO de industrias extractivas, políticos financiados por ellas y hombres conservadores”, resume Hultman a SINC. “Cuando una mujer presenta resultados que implican que estos individuos, negocios, ideologías y estructuras necesitan cambiar, no es de extrañar que intenten matar al mensajero”.

Hultman se refiere a un tipo de mentalidad que “no ve la naturaleza como algo vulnerable que puede ser destruido” sino como algo a explotar porque “el crecimiento económico es más importante que la supervivencia de la humanidad”.

Las encuestas muestran, explica Hultman, que esta forma de pensar es más frecuente en hombres conservadores, que aceptan los argumentos negacionistas con mayor frecuencia. De hecho, un estudio de 2016 señaló que un motivo por el que ellos son menos respetuosos con el medioambiente es porque perciben su defensa como una actitud femenina.

“Muchos ven a Greta como una evangelizadora que te dice cómo tienes que vivir tú, un señor de 40 años de un país desarrollado, y no habla de China o India, que tienen un crecimiento brutal en emisiones de CO2”, comenta Escrivà, que reflexiona: “¿De verdad pensamos que una adolescente tiene que dar todos los discursos para todas las cuestiones? Ya hace bastante con dar un toque de atención a los que vivimos en una sociedad occidental”.

Adultos vs. niños

Negacionistas y misóginos aparte, Escrivà considera que los 16 años de Greta suponen un choque generacional que puede ser contraproducente para transmitir su mensaje. “Me parece positivo revindicar el futuro, pero se les dice a los mayores que son culpables, cuando hay mucha gente que no lo es, y eso te galvaniza contra el mensaje. Una cosa es que dé lecciones a un rapero que va en avión privado y otra, que le diga qué hacer a gente cuya vida ya es difícil”.

La psicoterapeuta de la Universidad de Bath (Reino Unido) Caroline Hickman ha analizado por qué algunos adultos denostan a la juventud activista. “Muchos proyectan sus propios miedos y ansiedades en ella, y la rechazan de manera insconsciente como una forma de librarse de ellos”, dice.

Considera que es un ejemplo de niños que se comportan como adultos y adultos que lo hacen como niños: “Estos ataques son rabietas infantiles de adultos que no tienen la madurez psicológica necesaria para contener sus respuestas emocionales. En cuanto a los que insultan a Greta, cree que “hacen bullying para intentar recuperar un poder que sienten que han perdido”.

En defensa de la neurodiversidad

“Parece una niña muy feliz”, se burló el presidente de los Estados Unidos Donald Trump a través de Twitter tras el discurso de Greta en la ONU. El político hacía caso omiso al hecho de que la joven activista se expresa de forma normal para una persona con síndrome de Asperger, quien respondió añadiendo dicha descripción a su perfil.

El neurobiólogo de la Universidad de Salamanca especializado en autismo José Ramón Alonso considera que uno de los motivos del rechazo a Greta puede ser nuestra falta de costumbre a ver pacientes con trastorno del espectro autista (TEA) en la esfera pública.

“Son personas que tienen problemas para transmitir emociones con el lenguaje corporal y el tono de voz, y les cuesta mucho adaptarse a situaciones distintas”, explica Alonso. “No estamos acostumbrados a que alguien tenga expresiones poco ajustadas a una situación, y es injusto que se lo pidamos a ella”.

El investigador considera que su popularidad puede ser positiva para visibilizar no solo la crisis climática, sino también “la aportación que pueden hacer a nuestro mundo las personas con TEA”. Esto siempre y cuando vaya acompañada de una “educación”. “Si no, volveremos a la discriminación y los prejuicios, y a decirle a las familias que sus hijos están mal educados”.

¿Puede ser el síndrome de Asperger, tal y como Greta afirma, un “superpoder” en la lucha contra el cambio climático? “Es verdad que [las personas asperger] se centran en un tema que para ellos es de importancia suma y a veces no saben transmitirlo o sacarle partido. Su atención a los detalles es clave, aunque luego tengan mayores dificultades en la interacción social”.

A esto añade el hecho de que los demás adolescentes suelen estar “muy pendientes de las jerarquías”. “[Los asperger] eso lo entienden menos y dicen las cosas con una crudeza y sinceridad que en muchos casos es un valor positivo”.

En este sentido, parte de las críticas a Greta recaen en sus padres por permitir que una adolescente con síndrome de Asperger se convierta en activista. “Conozco a una madre que decía que su hijo iba a ser un ‘autista moderno’”, dice Alonso, “en vez de recortar sus posibilidades”.

Por todo ello defiende que debemos ser mejores con ellos y darles su espacio. “Hay personas diferentes y la solución no puede ser la talla única. Es responsabilidad nuestra hacerles un sitio, valorarlos y entenderlos.”.

Una verdad incómoda

Por muchos factores que puedan contribuir al rechazo de Greta, solo sirven de excusa para repudiar su mensaje. Este aboga por cambios en nuestro modo de vida y en el propio sistema y, encima, con emergencia. “Dice que hay que ponerse las pilas y que cada uno debe hacer lo que pueda para frenar esto. Eso a mucha gente no le gusta porque nadie quiere cambiar sus hábitos”, explica el catedrático de Física Aplicada en la Universidad de Alcalá Antonio Ruiz de Elvira Serra.

“Cuando confrontas a la gente con decisiones reales que tiene al alcance de su mano para luchar contra el cambio climático, la incomodas muchísimo”, dice Escrivà. “Me impactó cuando Greta fue a _The Daily Show_, dijo una parrafada muy bien dicha y el público empezó a aplaudir”, recuerda. “Pensé que si fueran capaces de traducir sus palabras a un nivel de recorte de emisiones en su vida diaria no iban a aplaudir, y menos en EE UU, que es el país con una mayor huella ecológica por persona”.

Un estudio de 2017 exploró cómo las recomendaciones para reducir las emisiones suelen obviar las acciones más efectivas. “Reciclar, mantener la temperatura justa e instalar LED es lo que menos cuenta. Lo que más es la energía renovable, disminuir el consumo de carne y dejar el coche y el avión”, explica el divulgador. “Son cosas que pican mucho más y la gente, cuando entiende eso, alucina”.

“Aislar la casa y dejar el coche es complicado y no todos pueden, pero podemos demostrar a políticos y empresas que se han apuntado a patrocinar la COP25 que no les compramos sus productos si no cambian”, dice Ruiz de Elvira. “Esto es un mensaje que les llega… ¡no veas cómo!”, añade sobre los motivos por los que el mensaje de Greta “pincha” a tantos.

Cuidado con las soluciones mágicas

Escrivà tiene clara su principal crítica a Greta: “Perpetúa una cosmovisión en la que hay una solución mágica que los políticos no están aplicando, pero que podrían hacerlo si escucharan a los científicos”.

El divulgador considera que presuponer que la actuación contra el cambio climático no despega por culpa de la falta de información es “muy simplista” y defiende que los políticos “llevan mucho tiempo escuchando a los científicos”. Asegura que la inacción política “responde a intereses, cortoplacismo, inercias, miedo a asumir el coste político, dificultades para cambiar nuestro modo de vida y a que la ciudadanía no quiere”.

“Estamos con Greta, pero externalizamos nuestro activismo ambiental a base de likes a ella y pensamos que con eso ya somos verdes”. Esto “nos desapega de los cambios reales que debemos incorporar y promover, porque la acción debe ser colectiva, no solo de los políticos”.

Escrivà lamenta que la joven activista no ejemplifique ese cambio de valores, ya que lleva a cabo acciones difícilmente imitables por el resto de la población, que no puede depender de que los Grimaldi le dejen un barco para ir desde Reino Unido a Nueva York, ni de que unos navegantes la lleven en catamarán desde Salt Ponds hasta Lisboa.

“El cambio real no es venir de cualquier forma a España. Es preguntarse: ¿necesito ir a Madrid? ¿No doy mejor ejemplo a mucha gente si voy a una reunión tan importante como la COP25 por videoconferencia?”.

Por eso, teme que esa hiperperfección lleve a mucha gente, incapaz de prescindir de los plásticos o el coche de la noche a la mañana, a tirar la toalla. “Me importa más que el 80% de la población occidental reduzca un 50% el uso de plásticos o los vuelos que una pequeña élite del 5% lo haga todo bien, porque eso desmoraliza”.

También teme que gritar “que viene el lobo” cause rechazo contra la causa cuando, en diez años, “no se haya acabado” el mundo. “Habrá más sequías, huracanes y alguna especie invasora más, pero no será Mad Max. En cuarenta años ya veremos”.

El nuevo negacionismo es no hacer nada

“Chirría que una adolescente con una calidad de vida extraordinaria diga que le han robado el futuro. No nos han robado el futuro: nos han dejado un mundo destrozado, hay que reconstruirlo y exigir responsabilidades, pero a millones de niños les están robando el presente”, asegura Escrivà.

“No todo es cambio climático, el mundo es complejo y me parece peligroso cualquier mensaje que tienda a simplificarlo”, añade en referencia a las empresas que se “suben al carro” de la sostenibilidad pero “no al de los derechos de los trabajadores”.

La consecuencia de dichas soluciones mágicas y de, en palabras de Escrivà, pensar que las empresas son malas per se, es caer en el nuevo negacionismo: el negacionismo de soluciones. En otras palabras, no hacer nada hasta que lo hagan los gobiernos y las corporaciones.

“Las cien empresas que producen el 70 % de los gases de efecto invernadero del mundo no lo hacen porque tengan un botón que emite CO2, sino porque fabrican el cemento y acero de tu casa y el petróleo de tu coche”.

El problema, según el divulgador, es que “si todo el mundo espera a que alguien haga algo, entonces nadie hace nada”. Considera que “siempre vamos a encontrar vías para autojustificarnos y no bajar nuestro consumo”, y por eso “debemos darnos el menor número de excusas” para mantener la inacción. “Si en tu esquema mental tú eres el bueno y los otros los malos, para qué vas a hacer algo”.

Por todo ello, Escrivà ve a Greta como un “ariete” que abre las puertas, pero que debe ir acompañado del resto del ejército para que sirva de algo. “Es un activador de la conversación, pero creo que ya ha jugado su papel”.

Su mejor legado, afirma, “sería que dejáramos de hablar de lo que hace y hubiera una conversación más allá, de cómo nos afecta el cambio de paisaje, de si estamos dispuestos a dejar el avión y el coche”. Todo eso, mientras apoyamos a las Gretas de nuestro alrededor.

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