Muchas de las personas que hoy centran buena parte de su trabajo en divulgar la realidad sobre las pseudoterapias han tenido un pasado en el que han creído en ellas. Especialmente, ciertos “remedios”, como la acupuntura, la homeopatía o las flores de Bach llevan mucho tiempo captando la atención de los consumidores ajenos a su falta de rigor científico, de ahí que incluso hayan llegado a creer que les estaban funcionando.

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Esto puede ser por muchos motivos. Por ejemplo, si después de cuatro días tomando medicinas para el catarro comprobamos que no se nos quitan los síntomas y el quinto nos pasamos a la homeopatía, es posible que en solo dos días más estemos totalmente curados, pero no por el cambio de tratamiento, sino porque este tipo de patologías suelen durar aproximadamente una semana, tanto con fármacos como sin ellos. También puede ocurrir que alguna vez hayamos recurrido a las flores de Bach para lidiar con la ansiedad, antes de una entrevista de trabajo o un examen importante. Los resultados a menudo son buenos, aunque esta vez la causa de su eficacia es otra, de la que todos hemos oído hablar: el efecto placebo. El problema es que, una vez que abrimos los ojos y aprendemos que lo que estamos tomando no tiene ninguna utilidad, el placebo puede dejar de funcionar. O no. ¿Y si fuese eficaz incluso si sabemos de lo que se trata? Esto puede parecer una tontería, pero es precisamente lo que demostró el pasado mes de septiembre un equipo de científicos de varios centros alemanes, en un estudio publicado en Scientific Reports. En él, un grupo de estudiantes universitarios probó a tomar placebo durante las dos semanas previas a un examen. Aun siendo conscientes de lo que era, los resultados fueron mejores que los que no habían tomado nada.

¿Qué es el efecto placebo?

El efecto placebo es el que lleva a que sintamos una mejoría ante la exposición a un factor que por sí mismo no tiene ningún efecto curativo sobre la afección o síntoma que se pretende tratar. No solo hace referencia a supuestos compuestos farmacológicos, sino también a terapias o cirugías concretas.

Tradicionalmente sus efectos se han asociado al desconocimiento del paciente sobre su realidad, de ahí que los estudios que lo incluyen por lo general utilicen una técnica conocida como doble ciego, que consiste en que ni el paciente que recibe el tratamiento ni el profesional que se lo administra sepan si se trata del placebo o de la sustancia realmente eficaz. De este modo, se elimina la posibilidad de que el administrador pueda desarrollar ciertos comportamientos inconscientes que indiquen a la otra persona lo que está tomando.

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No obstante, en base a los resultados de este equipo de científicos, podría ser innecesario ocultar la verdad, al menos en lo que al tratamiento de la ansiedad con placebo se refiere.

Huye, pelea o toma un placebo

La ansiedad es una respuesta evolutivamente positiva a situaciones que puedan suponer un riesgo para la vida de un individuo. Los músculos se tensan, para prepararnos para una posible lucha o huida, el ritmo cardiaco se acelera, para asegurar un buen suministro de sangre hacia las extremidades, y aumenta la sudoración, que ayuda a que nuestro cuerpo se refrigere. Todo ello es positivo si tenemos que evitar huir de un coche que podría atropellarnos, pero no si nos enfrentamos a algo tan común y simple como un examen.

Por eso, cuando la ansiedad aparece de forma exagerada o ante situaciones en las que es innecesaria, supone un problema, que normalmente es tratado mediante psicofármacos, terapia psicológica o una combinación de ambas. Son muchas las situaciones que conducen a ella, pero especialmente preocupa a los estudiantes. De hecho, se ha calculado que aproximadamente el 40% de ellos la sufren en algún momento de sus carreras.

En la mayoría de ocasiones esta ansiedad puntual no responde a ninguna patología más compleja, de ahí que se haya comprobado que en muchos casos sea suficiente con el efecto placebo. No obstante, de cara a los profesionales psiquiátricos esto supone un problema; pues, lógicamente, recetar placebo a un paciente puede llegar a ser poco ético.

Por eso, los autores del estudio de Scientific Reports decidieron llevar a cabo un estudio con el que comprobar si los conocidos como “placebos de etiqueta abierta” podrían ser eficaces en estas personas.

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Para ello, reclutaron a 58 universitarios, cuyo requisito principal era tener exámenes próximamente. Además, se eliminaron aquellos con otras patologías que pudieran influir en sus niveles de ansiedad.

Una vez seleccionados, se dividieron en dos grupos, uno que tomaría placebo de etiqueta abierta y otro al que no se le administraría nada. Los del primer grupo eran conscientes de lo que estaban tomando, pero sí que se les explicó que el placebo podría llegar a ser igualmente poderoso, ya que el cuerpo responde a él automáticamente, como el perro de Pavlov a la campanita.

Una recreación perfecta

Aunque la pastilla que tuvieron que tomar, compuesta por almidón de maíz, jarabe de glucosa, azúcar y trigo, no tenía ninguna utilidad real sobre la ansiedad, tuvieron que consumirla siguiendo unas pautas muy concretas, como si de un medicamento real se tratara. Se les advirtió que deberían tragarla, pero no chuparla ni masticarla y que solo podían tragar una por la mañana y otra por la noche.

El “tratamiento" duró dos semanas, durante las cuales tuvieron que realizar algunos test sobre ansiedad, calidad de vida y autogestión. Estas pruebas se repitieron también el día del examen, cuyos resultados finales fueron facilitados a los investigadores por parte de los profesores de los participantes. Cabe destacar que este estudio sí que incluía “un ciego”, ya que la persona que realizó la entrevista de los tests no sabía qué voluntarios habían tomado el placebo y cuáles no habían consumido nada.

Tras analizar los resultados, los investigadores comprobaron que el grupo placebo obtuvo mejores resultados de autogestión y una clara disminución de la ansiedad, además, de calificaciones mejores en sus exámenes. Estaba claro que el experimento había funcionado, ¿pero por qué?

Condicionamiento y cognición encarnada

Aunque no están claras las razones que llevan a que el mero hecho de tomar placebo, aun sabiendo que lo es, actúe positivamente sobre la ansiedad, los autores de este trabajo tienen dos teorías. Por un lado, creen que puede estar relacionado con el condicionamiento clásico. “Pavlov introdujo el condicionamiento clásico hace unos cien años, con sus famosos experimentos de salivación con el perro y la campana”, recuerda a Hipertextual el autor principal del estudio, Michael Schaefer. “Aquí se refiere a la idea de que nosotros (o nuestro cuerpo) aprendimos que las píldoras ayudan contra muchas enfermedades. En los estudios con placebo, las píldoras en sí (incluso si sabemos que no contiene nada) pueden funcionar como la campana y producir efectos beneficiosos”.

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Por otro lado, apuestan por la influencia de la teoría de la cognición encarnada. “Se trata de un enfoque más reciente”, explica el investigador. “Se refiere a la idea de que el cuerpo es la interfaz entre la mente y nuestro entorno, de modo que en este caso aprendió que tomar píldoras (incluso si sabemos que no hay nada dentro) es bueno contra los problemas. El enfoque es similar a la explicación del condicionamiento clásico, pero aquí no tenemos términos como estímulos condicionados o no condicionados, aprender aquí significa algo diferente”.

Mucho trabajo por delante

A pesar de lo esclarecedores que resultan los resultados del estudio, sus propios autores reconocen que cuenta con ciertas limitaciones, que deben pulirse en un futuro. Por ejemplo, el tamaño de la muestra, de solo 58 estudiantes, es muy bajo y se une a que el propio experimento tuvo una duración muy corta, de dos semanas, que impide conocer cuáles serían sus efectos a largo plazo. Además, haber explicado antes de tomar las mediciones que el placebo puede ser igualmente poderoso podría ser un factor de confusión. “La forma en que funcionan los placebos de etiqueta abierta aún no está clara”, cuenta Schaefer. “Aunque parece poco probable, no se puede excluir que la información sobre ellos pueda haber influido en la respuesta a los cuestionarios. Por lo tanto, los estudios futuros deben completar primero las mediciones de referencia y luego dividir a los participantes en grupos de placebo y control”.

Esos estudios futuros podrían no tardar en ser una realidad, pues estos científicos alemanes ya han comenzado a diseñar un nuevo trabajo, mucho más completo que el anterior. “Actualmente estamos planeando nuevos estudios que incluyan más participantes y también, por ejemplo, estudios de imágenes por resonancia magnética funcional, para desentrañar los correlatos neuronales subyacentes de este efecto placebo abierto”.

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Aún queda mucho por descubrir, pero de momento parece que, siguiendo unas pautas adecuadas, podríamos confiar en el poder de “engañar a nuestra mente” para que no nos la juegue antes de una prueba importante. No suena nada mal.

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