Seguro que más de un amante de las ostras habrá escuchado alguna vez eso de que solo se deben tomar en los meses que contengan la r en sus nombres. Esto, lógicamente solo es aplicable a países en los que se hablen idiomas como el español o el inglés. En otros simplemente deberían quedarse con algo más simple: en los meses más calurosos (de mayo a agosto) del hemisferio norte, mejor prescindir del consumo de este manjar.

Según los registros conocidos, esta regla mnemotécnica apareció escrita por primera vez en 1599, en un libro de cocina escrito por el inglés Henry Buttes. Sin embargo, algunos historiadores apuntan a que procede de un dicho latino. Esto indicaría que es una frase mucho más antigua, cosa que cuadra con el estudio publicado recientemente en PLOS One, por científicos del Museo de Florida, pues en él establecen que esta rutina de recolección de moluscos se llevaba a cabo hace ya 4.000 años. Eso sí que es un refrán con solera.

¿Por qué solo los meses con r?

La regla de consumir ostras nada más que en los meses con la letra r tiene una explicación, si nos remontamos a la época en la que solo se consumían salvajes.

Para empezar, se debe a que en la antigüedad no había buenos métodos para refrigerar las mercancías cuando se transportaban de un lugar a otro, de ahí que en los días más calurosos los productos perecederos, entre los que se encontraba el marisco, pudieran llegar en mal estado y provocar intoxicaciones. Además, a día de hoy se sabe que algunas algas productoras de toxinas proliferan mucho más en el agua del mar durante esta época, por lo que pasan al organismo de los animales que se alimentan a través de filtración, como las ostras. Finalmente, incluso si no hay posibilidad de intoxicación, su sabor tampoco es óptimo, puesto que en esa época tiene lugar el desove y, al dedicar toda su energía a la reproducción, su carne puede ser más delgada y lechosa.

Hoy en día todo esto no es un problema grave, pues las piscifactorías mantienen condiciones adecuadas para que el producto esté en buenas condiciones durante todo el año. No obstante, era una buena regla a tener en cuenta en el pasado. Hace muchos, muchos años.

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Es la conclusión a la que llegaron estos científicos, al analizar un anillo de conchas de 4.300 años de antigüedad, ubicado en las costas de la isla St. Catherines , en Georgia. Se conoce así a los montones en los que en la antigüedad se depositaban los restos de estos moluscos. Con el fin de saber la estacionalidad con la que se desechaban las conchas y, por lo tanto, se consumían las ostras, los autores del estudio contaron con la inestimable ayuda de un pequeño caracol (Boonea impressa), conocido por parasitar a estos invertebrados.

Se sabe que cuando encuentran los restos de la ostra se adhieren a la concha y quedan allí durante el resto de su vida, sorbiendo los restos blandos de su interior. Al tener un ciclo de vida de doce meses justos, el tamaño del caracol en el momento de su muerte puede servir para saber en qué momento se desechó el huésped y, así, cuándo fue consumido. Para ello, además, fue necesario compararlo con caracoles de la misma especie en la actualidad.

Los resultados mostraron que, efectivamente, las ostras se cosechaban y consumían durante los meses más fríos del año. Básicamente, los que en el hemisferio norte llevan r.

Descifran el genoma de la ostra

Aparte de indicar que ya en la antigüedad evitaban las intoxicaciones, estos resultados podrían indicar que en la antigüedad quisieron optar por una cosecha sostenible, pues dejaban esos meses para que las ostras se reprodujeran y aprovechaban mientras tanto otros recursos más seguros y accesibles. De ser así, tendríamos mucho que aprender de nuestros antepasados, tanto en lo referente a este marisco, cuya población ha disminuido preocupantemente en los últimos años, como a otros alimentos. Como en tantos otros temas, mirar al pasado puede ser una de las mejores estrategias para resolver los problemas del futuro.

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