Elena Funes creció en Adra, una localidad costera almeriense situada en medio del conocido como “mar de plástico”. Como muchas otras personas de esta región, su familia se dedica a la agricultura, de ahí que esté más que acostumbrada a moverse entre invernaderos. Sabe lo importantes que son estas instalaciones para la economía almeriense, pero también lo contaminantes que pueden ser algunos de los materiales empleados en ellas. Por eso, desde su profesión de diseñadora de moda ha trabajado para dar una segunda vida a esos plásticos abandonados, que de otro modo acabarían liberándose al medio ambiente, ya sea a los terrenos de cultivo, los acuíferos o el cercano mar Mediterráneo.

Profesionalidad y tradición

“Desde niña, cuando iba a la explotación agrícola de mi familia, caminaba por las calles que hay entre invernaderos y veía los plásticos amontonados, esperando a ser recogidos para su posterior reciclado”, explica la diseñadora a Hipertextual. “También veía, en los días de fuerte viento, cómo muchos de ellos salían volados y quedaban atrapados en la vegetación o las estructuras de los invernaderos, sin poder hacer mucho al respecto. Además, a veces, cuando iba a la playa en los días de verano, no era extraño estar nadando en el agua y, de pronto, al dar una brazada para propulsarte, encontrarte un plástico enredado”.

Estas imágenes quedaron grabadas en su memoria hasta que, ya convertida en una mujer adulta, vio la forma de buscar una solución a este problema, aprovechando lo que aprendió durante su formación. “En diseño de moda aprendí las herramientas necesarias para transformar los tejidos en vestimenta, a través de técnicas de patronaje, modelado sobre maniquí o confección, propios del oficio que desempeño”.

Sin duda tenía las herramientas y también el material; aunque, lógicamente, había que procesarlo un poco. En este aspecto se debe diferenciar entre el que ya se ha utilizado o el que, en realidad, no ha llegado a formar parte de los invernaderos. En el primer grupo se encuentran aquellos trozos de plástico que han quedado en espera. “Después de colocarse el cerramiento del invernadero, y teniendo en cuenta que algunas de las parcelas no tienen una estructura geométrica regular, siempre suelen sobrar porciones que no se pueden utilizar y sólo servirían para pequeños parches”, aclara. “Estos restos no habrían sido perjudicados por el temporal o por las sustancias químicas empleadas en los cultivos. Por lo tanto, con limpiarlos ligeramente o sacudir un poco el polvo que hayan podido acumular mientras estaban almacenados sería suficiente”.

¿Es posible vivir sin plástico en nuestro día a día?

Diferente es el caso de los que sí han estado en uso y, por lo tanto, han podido estar en contacto, no solo con tierra y restos orgánicos, sino también con productos químicos empleados en el tratamiento de las cosechas. “En estos casos, para su higienización se hace necesario preparar una disolución en agua con jabón y lejía. Dependiendo del nivel de incrustación de impropios, este proceso se repite varias veces, hasta llegar a un punto en el que no se podrían limpiar más. No todos los plásticos, al finalizar el proceso, quedarían con el mismo color, siendo algunos más transparentes y otros más turbios”. Esto, como ella misma añade, no deja de ser una ventaja, ya que así se generarían piezas únicas, procedentes de diferentes plásticos, con una paleta de color propia y cada uno con su historia y su recorrido.

Del invernadero a la pasarela

Una vez seleccionados los materiales, el siguiente paso es comprobar cuál es la mejor forma de trabajarlos. “La opción más segura, teniendo en cuenta que para mí su naturaleza a la hora de la confección era desconocida, fue ir haciendo algunas pruebas en pequeñas porciones del material”, recuerda a joven. “Atendiendo a técnicas artesanales propias de la confección, los más gruesos se probaron bajo la máquina de coser, con bases de tejidos al uso. Había que espaciar bastante la puntada porque, si no, se agujereaba y se volvía frágil. Otros, como ya venían hechos en hilos, se probó a tejerlos con agujas, como se hace con la lana”.

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Pero a la hora de confeccionar prendas con materias primas tan poco convencionales, no solo es necesario pensar en el presente. También se deben valorar las posibilidades de las que dispondrá la persona que adquiera la prenda, para su mantenimiento futuro. “Al ser materiales realizados a base de polímeros de baja densidad, entendía que no iban a ser muy amigos de la plancha. Aunque realmente no se hiciese necesario, si yo tenía que valorar un futuro mantenimiento de las prendas, habría que justificar si podrían aceptar calor a bajas temperaturas, y así fue”. Por otro lado, este hallazgo mostraba que era posible obtener “tejidos” más densos que los que se tenían originalmente. “Precisamente debido a esta misma propiedad (su termoplasticidad), sometiéndolo a altas temperaturas era posible fundirlos entre sí, densificándolos, dándoles una forma más rígida, para llevarlo hacia piezas estructurales”, cuenta Funes. “Entonces, dependiendo de lo que era más favorable para esos materiales, se clasificaron en diferentes técnicas de confección, para poder sacarles su mejor rendimiento”.

Pequeños pasos contra el cambio climático

Este mismo mes, se hizo pública la firma por más de 11.000 científicos de un documento en el que se alertaba de los riesgos inminentes del cambio climático y se daba a conocer un paquete de seis medidas que podrían ayudar a prevenirlo. Buena parte de ellas son responsabilidad de gobiernos y grandes empresas. Sin embargo, es una lucha en la que todos podemos combatir, cada uno desde nuestro lugar y con las armas de las que disponemos. Concretamente, Elena Funes considera que desde el área de la moda y la industria textil hay mucho trabajo por hacer. “Siendo actualmente la segunda industria más contaminante, por detrás de los combustibles fósiles, no se trata solamente de que algunos diseñadores nos preocupemos de reincorporar materiales que ya existen y que suponen un agujero en la cadena del reciclaje, sino que va más allá”, expone. “Se trata del consumo. Para que una sociedad pueda prosperar, se hace necesaria la producción de bienes y, por ende, que exista crecimiento económico. No es que ahora, sin más, la industria se paralice. Habría que hallar un punto de equilibrio entre lo que se consume y lo que se produce”. Por lo tanto, en el caso de la moda, en el que a menudo se tiende a comprar casi sin necesidad, la diseñadora opina que es necesario concienciar a los consumidores de que, quizás, comprando menos, pero de mejor calidad, se llegue a algún tipo de sostenibilidad ambiental y económica.

Son muchas más las facetas que tiene esta problemática. Pero hay una cosa que es segura: el material que menos contamina es el que ya existe.

Un largo camino por recorrer

Elena Funes ha sabido cómo aunar a la percepción esta necesidad de reutilizar materiales contaminantes con la posibilidad de adquirir menos prendas, pero de mayor calidad. Ahora bien, ¿tiene cabida la “agricostura” más allá de las pasarelas?

“Por las premisas de la colección, siendo de Alta Costura, con diseños orientados a ser piezas especiales, exclusivas y personalizadas, están alejadas del uso diario. Quizá estén pensadas para ocasiones especiales, de uso esporádico”. De cualquier modo, esto no ha hecho más que empezar y así lo ha querido expresar la diseñadora. “La colección tiene un fuerte componente experimental y, por ello, unas piezas son más llevaderas que otras. Hay que tener en cuenta que se ha realizado de forma completamente artesanal, con los medios que había al alcance, típicos del oficio: una máquina de coser, una plancha, tijeras, agujas, hilos… Hay algunos aspectos que, con otro tipo de herramientas, podrían afinarse”.

Además, y a pesar de haber estudiado cómo responderían los materiales a procedimientos como el planchado, aún es necesario dejar “envejecer” las prendas, para saber qué les sucede con el uso prolongado. “Por la misma naturaleza del material, haría falta explorar algunas pruebas de mantenimiento o de rozamiento. Hay algunas piezas que están muy acabadas y se sabe que van a funcionar desde que se finalizan, pues el material es el que va dando pistas conforme se trabaja”.

Más de 11.000 científicos declaran una emergencia climática, a pesar de Trump

La colección, a día de hoy, aún no está cerrada, sino que se encuentra en proceso, tanto para el perfeccionamiento de los materiales seleccionados hasta el momento como para la selección de nuevas opciones. “El universo del agrotextil es grande”, argumenta Funes. “Los materiales que yo he incorporado son los que se usan en la explotación agrícola familiar, con los que yo me he topado. Sin embargo, sé que existen otros muchos que pueden dar lugar incluso a otro tipo de diseños. Habría que experimentar previamente con ellos y entender cómo funcionan, siguiendo una metodología similar a la que he utilizado con los otros diseños”.

Además, añade que existen otro tipo de residuos en el interior del invernadero, de origen orgánico. “Son muchos los restos que se producen, que normalmente se destinan para la fabricación de abono, pero podrían ser susceptibles de transformarse en biomateriales, tejidos de origen orgánico, que podrían aplicarse al diseño de moda. Para ello, es necesario contar con personas cuya formación es la adecuada para llevar a cabo este tipo de investigación. En la transversalidad de disciplinas podemos hallar grandes avances”.

Sin duda, esta colección, que se presentará oficialmente el próximo sábado, durante un desfile en el acto de cierre del congreso de divulgación científica “Desgranando Ciencia”, de Granada, va a dar mucho que hablar. Estaremos atentos.

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