Hay muchas formas de estrechar lazos con una persona, ya sea a nivel de pareja o simplemente afectivo. Pasar tiempo juntos, compartir secretos o ayudarse el uno al otro pueden ser métodos habituales y obvios. En cambio, existen otras técnicas que en un principio pueden parecer mucho menos evidentes, a pesar de resultar incluso mejores a la hora de obtener resultados.

Es el caso de bailar. Bueno, en realidad la cosa va de moverse juntos, ¿pero acaso hay una mejor forma de hacerlo que con música de fondo? Esto es algo que se ha estudiado en numerosas ocasiones, aunque uno de los experimentos más relevantes al respecto fue el llevado a cabo en 2014 por investigadores de la Universidad McMaster. En él, participaron las dos investigadoras principales, junto a 68 bebés de 14 meses, que demostraron que eso de estrechar los lazos con las personas con las que bailamos lo traemos ya “de serie”, desde que nacemos.

Ayuda a quien bailó contigo

Para la realización del estudio, sus dos investigadoras principales, Laura Cirelli y Kate Einarson, se colocaron una frente a la otra, con uno de los bebés en brazos. Mientras se escuchaba música de fondo, una debía mecer al pequeño a la vez que movía su propio cuerpo, mientras que la otra también lo bamboleaba, pero a un ritmo diferente al que se contoneaba ella.

Finalizado este primer paso, se sentaron junto a los niños, mientras coloreaban un dibujo con un rotulador, que poco después tenían que soltar, fingiendo una caída accidental. Este es un experimento muy habitual para medir el altruismo de los bebés, al tener en cuenta si tratan de coger el objeto caído o no.

Observaron que un 30% de los que se habían movido con un ritmo diferente al de la experimentadora ayudaban a esta a coger el rotulador, pero que la cifra ascendía hasta un 50% si se habían bamboleado a la vez.

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No es la primera vez que se apunta al instinto de los niños muy pequeños por bailar. De hecho, en 2010 otro equipo de científicos, esta vez de la Universidad de York, llevó a cabo un estudio en el que 120 bebés, en brazos de sus padres, tenían que escuchar varias canciones, con ritmos diferentes. Sus progenitores tenían unos auriculares que les impedían escuchar la música, con el objetivo de que no transmitieran a los pequeños el deseo de bailar. Sin embargo, esto no era necesario, pues la mayoría de ellos comenzó a moverse instintivamente. En el experimento intervinieron también algunos bailarines de ballet, que se encargaron de confirmar que, efectivamente, los movimientos estaban siendo realmente proporcionados a la música que sonaba en cada momento.

No solo se hace bailando

A pesar de los resultados de este trabajo anterior, hasta la llegada de Cirelli y Einarson no se había comprobado que esta tendencia a bailar, además, ayudaba a los niños a establecer lazos afectivos con otras personas.

No obstante, no es algo que se aplique solo a niños, pues también puede observarse en los adultos. Es lo que se observa en otro estudio, publicado en 2015, en el que investigadores de la Universidad de Oxford mostraron que durante una clase grupal de danza la sincronía entre los bailarines ayudaba a reforzar sus vínculos sociales, además de subir su umbral del dolor, por la liberación de endorfinas.

Esto es aplicable también a deportistas en otras disciplinas. Por ejemplo, también en 2015 otro grupo de científicos de la misma universidad llegó a conclusiones similares con un equipo de remeros y otro de jugadores de rugby, en dos experimentos diferentes. Si bien en el primero no encontraron claras diferencias entre la presencia y la ausencia de sincronía, en el segundo sí que observaron que los deportistas que entrenaban juntos y con movimientos sincrónicos tuvieron una clara mejora en su rendimiento anaeróbico, además de reforzar el vínculo social entre los miembros del equipo.

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Por lo tanto, no importa si se te da bien o mal, si quieres establecer lazos afectivos con una persona, o mejorar los que ya tienes con otra, baila con ella.

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