Dulce, pero implacable, la voz de Noelia Pena reflexiona desde el otro lado del teléfono en una armonía perfecta con el relato que ofrece en La vida de las estrellas, su último libro. Una novela valiente y sincera en la que tiende los trapos sucios de una sociedad enferma de sí misma sin caer en el derrotismo. Una mirada fresca y certera que, pese a invocar a las estrellas, nos conduce de lleno a poner los pies en la tierra.¿Cuándo empezaste a escribir? ¿Qué supone para ti la escritura?

Empecé cuando era pequeña, con 10 años, y al principio era más un juego que otra cosa. Me compré una libreta en la que fui poniendo mis versos y se la mostré a mi profesora de lengua, Marisa, que fue pidiéndome que escribiera más. Tuve la suerte de tener una lectora privilegiada, que era una profesora y que de alguna forma me hizo seguir escribiendo. Empecé escribiendo versos y más tarde escribí algún relato corto, pero nunca dejé de escribir, aunque no publiqué siempre. Cuando estaba en el instituto gané varios certámenes literarios que me animaron a seguir porque, de alguna manera, se reconocía que lo que hacía tenía sentido y tenía cierta calidad.

Lo que significa para mí escribir hoy en día quizás no tiene tanto que ver con el juego como inicialmente, sino más bien con la capacidad de imaginar. Tiene algo de autorreflexión, de ponerme delante de un espejo, y sobre todo de comprometerme con la realidad que me rodea. Yo creo que toda escritura es política y que, tanto en mi primer libro, El agua que falta (Caballo de Troya), como en La vida de las estrellas (La oveja roja) hay un compromiso. Esa es la manera en la que yo me relaciono con la escritura y con el mundo, a través de un compromiso que es claramente político.

La vida de las estrellas cuenta la historia de Isabel, una mujer que a través de los detalles de su vida nos conduce a temas tan trascendentales como el estigma de la enfermedad mental, las violencias estructurales o la rigidez de conceptos como normalidad y desviación. ¿Cómo se entrelazan estas tres cuestiones?

Isabel es una mujer que acumula una serie de violencias sobre su cuerpo, que tienen que ver con las violencias de su matrimonio, las que se ejercen en su trabajo y también en su propia historia familiar. Esas violencias hacen que su vida llegue a ser insoportable y también incompatible con seguir trabajando, por eso se coge una baja laboral que deriva primero en una depresión y más tarde en un problema mayor. He intentado que el libro trazase una línea que recorriera esa acumulación de violencias y el sentimiento de incapacidad de seguir soportando una realidad que se hace asfixiante, que llega a ser asfixiante para Isabel.
A través de una serie de metáforas, a lo largo del libro reivindicas la normalización de trastornos como la depresión o la ansiedad. ¿Por qué se ocultan o infravaloran este tipo de trastornos?

Hace poco escuché que la tercera droga más vendida actualmente son los ansiolíticos. Sin embargo, tenemos la conciencia de que nadie está enfermo, nadie tiene una depresión, nadie tiene ansiedad, y es muy curioso.

Creo que no sabemos mirar esta realidad porque no nos han enseñado a verla, no hay una educación, y tampoco los medios de comunicación tienen un papel demasiado activo. Recientemente se celebró el Día Mundial para la Prevención del Suicidio y se dieron cifras, algunos medios se hicieron más eco y otros menos, pero quizás cuando se trata la enfermedad no se aborda como algo que pueda suceder en nuestro día a día y no se habla de que podemos llegar a cruzar esa barrera de normalidad y no normalidad. Podemos enfermar con más facilidad de la que creemos. Tenemos la percepción de que es algo a lo que no vamos a llegar, pero la pérdida de un trabajo, de un ser querido o la propia precariedad laboral pueden llevarnos a tener problemas de ansiedad o una depresión.

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Es como si no quisiéramos enfrentarnos a la negatividad que comporta la enfermedad y que es una parte de la vida. Los medios de comunicación transmiten una falsa apariencia de felicidad que presentan como algo que debemos perseguir y nosotros compramos esa imagen y la imitamos. Pero tener una sonrisa en la cara a veces es incompatible con la parte más sombría de la vida, que puede ser la enfermedad.

La dicotomía normalidad-trastorno no tiene esos límites tan rígidos que nos intentan imponer.

Y además está construída socialmente. La concepción de normalidad que tenemos hoy en día difiere de la condición de normalidad de hace dos siglos. Por ejemplo, la Organización Mundial de la Salud dejó de considerar como enfermedad la histeria, que hasta hace poco se tenía como una enfermedad que afectaba únicamente a las mujeres. Por tanto, es algo social e histórico, la diferencia entre lo que es normal y no lo es la construimos entre todos.

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**Eso se refleja en varios momentos del libro, como cuando alguien le dice a la protagonista: “Te he visto salir de la clínica. Espero que estés mejor. Se te veía tan segura siempre en la facultad. Tan radiante. No imaginaba que tú también acabarías allí”. ¿Qué imagen tenemos de los enfermos mentales? ¿Por qué tenemos la impresión de que una persona que se ajusta a lo que llamamos normalidad no puede sufrir ningún trastorno?

En parte por las representaciones de eso que llamamos loco, que asociamos con personas peligrosas. Tenemos prejuicios con respecto a la enfermedad mental en general y con la imagen de una persona trastornada que podría encajar en la definición de loco, una palabra inexacta, que no sabemos muy bien qué significa, pero que nos conduce a la imagen de alguien peligroso.

Todavía tenemos prejuicios con una persona que va a al psiquiatra o al psicólogo y con lo que eso puede significar, cuando en realidad puede conllevar simplemente un problema de ansiedad. Todas las personas somos vulnerables y todas somos susceptibles de necesitar en un momento determinado acudir a un psicólogo o un psiquiatra. Sin embargo, nos cuesta aceptar nuestra propia vulnerabilidad, por eso de alguna manera nos tapamos los ojos y preferimos no ver esa parte de la vida.

Precisamente es eso de adaptarse a la normalidad lo que se busca en la sociedad y a lo que se resiste uno de los personajes principales cuando afirma que no quiere ganar, revelándose contra lo que se espera de él. ¿Es mejor ganar o perder?

Ojalá se pudiera salir de ese esquema, porque la vida no es un juego en el que se gana o se pierde exactamente. De todos modos, teniendo en cuenta lo que a veces comporta ganar, y cuáles son las exigencias para ello, casi es preferible perder. A veces perder nos puede dar tranquilidad y nos puede sacar de una carrera loca en la cual quizás no siempre es sano participar.

No ganar no es necesariamente perder, ¿no?**

Exacto. No siempre podemos llegar los primeros, pero eso no quiere decir que no podamos tener una vida digna, satisfactoria y más feliz que alguien que está siempre intentando ganar. Hoy en día es muy difícil ganar, el mundo actual es muy competitivo y tal vez muchos de los problemas de ansiedad surgen por el propio dinamismo de la competencia y la continua carrera en la que nos vemos si queremos ganar. A veces sufrimos demasiado para poder hacer ciertas cosas y nuestros cuerpos padecen ese sufrimiento y se rebelan mostrando síntomas de depresión o de ansiedad.

Otro de los temas troncales de la obra es la violencia y sus consecuencias, y mencionas la culpa como herramienta esencial para mantener las estructuras de poder que legitiman esa violencia. ¿Se puede vencer esa culpa?

Creo que vencer esa culpa de alguna manera sería deshacer el esquema social y cultural, y eso es difícil. Pero bueno, el primer paso es hacerse consciente de que funciona como un corsé que nos oprime, especialmente a las mujeres, y tal vez con esfuerzo podemos ir haciendo que pierda su poder y su influjo.

Creo que la educación tiene un papel muy importante, que es clave. Tenemos que tener en cuenta que, aunque no hayamos tenido una educación religiosa, se respira en nuestra sociedad esa culpa y no somos ajenos a ella. Es algo cultural, forma parte de la cultura cristiana, es algo con lo que vivimos y ante lo que tenemos que estar alerta. Hay que hacerse consciente y, una vez que uno se hace consciente, puede trabajar cómo combatirlo.

Violencia de género: lo que vemos y lo que no sabemos

Uno de los problemas de los que quizá menos se habla de todos los que mencionas a lo largo de la trama es precisamente el de la violación dentro de la pareja. ¿Cómo te enfrentaste al hecho de tener que reflejar una realidad tan brutal en la novela?

Lo enfrenté con mucha dificultad. Sabía que sería un momento álgido, quizás el más, de las violencias que se mostraban en el libro. Es la expresión más alta de la violencia dentro de ese matrimonio y yo quería que fuera sumamente explícito. Hay insinuaciones, un interés por que todo sea muy tenue, que las violencias sean como gotas de agua que van llenando una bañera hasta que nos cubre el agua y podemos llegar a ahogarnos. Sin embargo, ese es el momento es como la gota máxima de la violencia.

Como te digo, lo enfrenté con dificultad. Quería hacer explícito algo que es muy duro, que a mí personalmente me dolió escribir, pero a la vez sabía que tenía que ser diferente a todo lo anterior, por eso hay una diferencia en la manera de narrarlo, las frases están rotas y generan un ritmo que contrasta con lo que está sucediendo. Esto, unido a esa voz externa, que sería como la voz de una autoridad, que pone en cuestión lo que está sucediendo, porque, cuando tu marido te fuerza a tener una relación sexual en el ámbito del dormitorio, en el que no hay testigos, es tu palabra contra la de quien está ejerciendo esa violencia, que es una violencia desnuda y te hace sentir totalmente desprotegida, está narrado en un espacio breve.

Por un lado encontramos la violencia que se está ejerciendo físicamente sobre Isabel y por otro la violencia que se ejerce desde lo que podría ser lo que ella se imagina, pero que también podría ser una conversación con una autoridad policial que cuestiona que lo que sucedió realmente haya sucedido. Ese contraste funciona como yo quería en el sentido en que hace más clara la violencia que sufren las mujeres y la soledad y desprotección que sienten cuando son víctimas de violencia y a la vez se sienten desamparadas porque la autoridad no las respalda.

¿Desde qué lugares podemos luchar contra una normatividad que nos oprime?

Mi respuesta es apostar por el lazo social, que sería luchar contra la tendencia creciente a la soledad y al aislamiento, que es el principio de la incomunicación. En el caso concreto de la novela sería la incomunicación que siente Isabel que le hace perderse en una ciudad pero también perderse dentro de ella misma, de sus pensamientos y de su propia historia.

La soledad es un problema al que tampoco queremos mirar, pero nuestros mayores son víctimas de esta soledad, muchos de ellos viven solos y no tienen una red de apoyo, algo que también puede conducirles a perderse de alguna manera. A los enfermos los retiramos de la sociedad y a los mayores también. Hay personajes mayores en la novela que ponen ese contrapunto, que se relacionan con Isabel, que es alguien que está cruzando esa frontera entre la normalidad y lo que no es normal.

Pastillas contra la soledad: ¿bombazo publicitario o fármaco necesario?

Los ritmos de nuestras grandes ciudades son cada vez más frenéticos y la manera en la que tenemos de relacionarnos con nuestros vecinos cada vez es más impersonal. No sabemos quiénes son nuestros vecinos, no sabemos con quién convivimos en nuestra planta o en otros pisos. Entonces, yo apostaría por que volviera a haber barrios, por que volviera a haber un sentimiento de comunidad que creo que se está perdiendo.

Se pierde en esa individualidad que nos hace competir unos con otros.

Claro. Hay muchas experiencias que, aunque no están expresamente reflejadas en el libro también están presentes, como puede ser el duelo. Cuando las comunidades eran más pequeñas, el duelo se llevaba no de una forma individual, sino de una forma colectiva, y los vecinos acudían a la casa de la persona que había perdido un familiar, por ejemplo. Se compartía el proceso del duelo.

Sin embargo, hoy en día lo que se hace es privatizar todos los problemas y allá tú si se ha muerto tu hijo, si has perdido el trabajo o si se te ha roto la vida por cualquier circunstancia. No tienes la sensación de que puedes compartir ese problema con alguien, porque de alguna forma es compartir una tristeza y es entristecer a alguien que tiene que estar feliz.

Creo que lo ideal sería que volviésemos a recuperar ciertas cosas que tienen que ver con la comunidad, con la capacidad de hablar de nuestros afectos y con la pérdida de vergüenza ante el hecho de que todos somos vulnerables y en un momento determinado cualquiera de nosotros puede pasar por un trance que requiera una respuesta que va más allá de nosotros mismos. En el caso del libro se apuesta por una ayuda concreta.

La gratitud nos hace más felices (y más sanos)

En el libro esa ayuda viene de una persona cercana que intenta normalizar la situación y ofrece justo esa red de apoyo que comentas para darle un nuevo comienzo a la protagonista.

No quería hacer una novela que fuese un drama. Hay situaciones dramáticas, pero yo necesitaba que hubiese una luz al final del túnel. Yo creo que se puede salir de situaciones de relaciones tóxicas, creo que realmente hay que intentarlo y a veces para ello necesitas, precisamente, ayuda de otras personas.

En este caso hay una apuesta por la sororidad, por la ayuda de una amiga que vuelve a aparecer en la vida de Isabel. Es la apuesta concreta de la novela, alguien externo con quien poder confrontar el propio discurso y la propia realidad, minimizar el dramatismo. Isabel está marcada por el hecho de haber ingresado a un psiquiátrico, esta amiga minimiza ese hecho, lo relativiza, y a la vez le permite coger las fuerzas suficientes para tomar una decisión tan fuerte y tan relevante como es abandonar la relación tóxica que ha tenido y hacerlo con su hijo buscando un nuevo comienzo.

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