Hace mucho que dejó de ser rompedor decir que la ficción española es de alta calidad. Solo hay que fijarse en el éxito internacional de series como La casa de papel, Élite o Las chicas del cable para comprobarlo, aunque estos tres ejemplos tengan detrás el empuje imparable de Netflix. Cuando se trata de una serie para TVE hay quien todavía tiene reservas —pese a contar con títulos de la talla de El Ministerio del Tiempo—. *El pasado lunes, La 1 nos trajo otra apuesta fuerte, Malaka*.

La serie se apuntala en una Málaga en los márgenes, en esos barrios de los que nadie quiere hablar porque les resulta incómodo. Con esta ciudad como escenario, y casi como personaje protagonista, nos entregan un thriller policíaco basado en la desaparición de la hija de un importante empresario local. El caso reúne a dos policías con pasado turbulento: Blanca, dura, trabajadora y tenaz, interpretada por Maggie Civantos* (Vis a vis*); y Darío, un agente corrupto, hijo de las calles de su barrio al que da vida Salva Reina (Allí Abajo).

*Pero Malaka* no es un thriller al uso, y nos lo deja claro desde el primer momento. El capítulo piloto tarda en arrancar. Se recrea más en los espacios que en las acciones y nos lleva, cámara al hombro, a través de una Málaga difícil de mirar para muchos. Nos presenta las calles del barrio del mismo modo que a sus protagonistas: sin prisas, con detalle, focalizando la atención en los pequeños aspectos que conforman su personalidad y serán clave el resto de la serie. Por muy bella que resulte esta técnica estéticamente, no es una estrategia habitual para una serie del género, y mucho menos para su primer episodio**, que debería tener por único objetivo atrapar al espectador.

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A pesar de este arranque inusual, la serie no tuvo un mal comienzo. La noche de su estreno casi alcanzó los dos millones de telespectadores en el primer episodio, y decayó al millón y medio con el segundo, que emitieron justo después. Podemos echarle la culpa al horario de emisión —un problema común a casi todas las series en abierto de nuestro país—, pero también a este inicio de aventura que se aleja de lo mainstream. **Malaka no es ningún Mar de Cristal o el relevo natural de La Caza. Monteperdido, ya que su aspiración no es la de un thriller trepidante y no tiene complejos en demostrarlo. Se acerca más a un drama oscuro de los que podríamos encontrar en HBO, por ejemplo.

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La lenta cadencia en la narración hace que el piloto resulte un plato complicado de digerir. No solo porque corran el riesgo de aburrir a la audiencia, sino más bien porque la confunde. Es difícil saber, al principio, qué es lo que estamos viendo, quiénes son los protagonistas, dónde está la trama. Una vez superada esta reacción inicial, el segundo episodio nos da un poco más de cancha**. Presentados los personajes, nos adentramos al fin en la investigación policíaca y en la trama de narcotráfico, un punto esencial en Malaka.

El personaje de Salva Reina es un policía corrupto, una creación del propio ambiente que lo rodea. Dado a las drogas, se codea con la familia de narcotraficantes de Tota (Laura Baena Torres), con quien tiene un acuerdo de mutuo beneficio. La llegada de una nueva droga al barrio desatará la guerra entre bandas y pondrá en peligro la posición de Darío en el cuerpo de policía, sobre todo ante los ojos de la recién llegada. Aunque Blanca tampoco se libra, y tiene su propia dosis de pasado tormentoso. El trío principal lo completa Quino (Vicente Romero), un detective privado que se ve envuelto en el caso de la desaparición y que trae su buena cantidad de conflicto personal y profesional para aderezar la mezcla.

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Malaka cuenta con un reparto que no nos es ajeno. A los que ya hemos comentado se unen otras caras conocidas, como Susana Córdoba, Antonio Gil, Manuel Morón o Emilio Palacios. En conjunto, forman un grupo de personajes a los que no puedes catalogar como héroes o villanos, sino que viven en las zonas grises entre participar de actos reprobables y tener buen fondo o buena intención. Son, como la serie misma, personas reales, y eso es algo que se agradece, por contraposición a esa tendencia a la exageración y estereotipación que sufren muchas otras series del género negro. Poco de invención tienen las guerras entre las familias de la droga o los conflictos personales de los protagonistas, inmersos en relaciones a distancia y divorcios aparatosos.

El retrato descarnado de una Málaga en los márgenes

Al frente de la serie están Daniel Corpas y Samuel Pinazo que, junto a Javier Olivares (El Ministerio del Tiempo) como productor ejecutivo, han querido rendir homenaje a Málaga con una representación de lo mejor de su gente y sus costumbres, aunque también de sus sombras. La serie ha llamado la atención por el énfasis sobre los localismos en el lenguaje de los personajes, que están exportando al resto de España vocablos como “perita”, “mascón”, “jopo” o “ennortao”. También las expresiones de Darío, quizá uno de los más castizos del reparto, que se comunica con esas vueltas tan ricas de nuestro lenguaje que permiten que entendamos a la perfección el “ahora después”, por muy contradictorio que sean los términos que lo componen.

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**Por su forma, Malaka es una apuesta arriesgada para TVE*, pero tiene todos los ingredientes que la convertirían en un éxito si se transmitiera en streaming* en Netflix o HBO. Pese a contar con una premisa tan trillada como la desaparición de una joven en un entorno de drogas y corrupción, la serie tiene una perspectiva única y un escenario perfecto, solo hay que tener algo de paciencia con la presentación. No obstante, es pronto para hablar de resultados y habrá que esperar a que salgan nuevos episodios para dar el veredicto final.

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