Durante el Alto Imperio Romano, en el siglo I d. C., los humanos introdujeron en la península ibérica un pequeño mamífero carnívoro que hasta ahora solo vivía en el continente africano: el meloncillo o mangosta egipcia (Herpestes ichneumon). El animal, cuyas principales presas son los conejos, además de ratones, lagartijas y gusanos, pudo llegar a Europa en el pasado como animal de compañía o como control de plagas.

En la actualidad, el meloncillo se ha expandido por la zona suroccidental de la Península y es principalmente abundante en el Algarve, Sierra Morena, Coto de Doñana y serranías de Málaga y Cádiz. El abandono de las actividades agrícolas, la despoblación rural y el cambio climático han aumentado también su presencia en varias áreas de Portugal.

Sin embargo, en estas zonas, además de otras perturbaciones antropogénicas, ha surgido una nueva amenaza: el lince ibérico, un enemigo natural que había estado ausente durante mucho tiempo en este hábitat. La reintroducción del felino podría someter a la mangosta a altos niveles de estrés, ya que ambos depredadores compiten por la misma presa, el conejo. Pero ¿cómo comprobarlo?

En un estudio, publicado en la revista PLoS ONE, un grupo de científicos portugueses y alemanes han tratado de detectar los niveles de estrés de estos mamíferos a través del análisis de su pelo, un método cada vez más usado en animales. Los científicos dirigidos por el Instituto Leibniz para la Investigación del Zoo y la Vida Silvestre (IZW) demuestran así que la hormona del estrés, el cortisol, se deposita en el pelo de las mangostas salvajes.

El pelo como indicador del estrés

“Los métodos tradicionales de capturar animales y tomar muestras de sangre para medir el estrés en sí mismo causan un estrés considerable en los animales. También tienen la desventaja de que, de todos modos, solo obtenemos una ‘foto’ del cortisol en la sangre”, dice la profesora Katarina Jewgenow, jefa del departamento de Biología de la Reproducción en el centro alemán.

Los metabolitos de cortisol también se pueden detectar en las heces, que muestran los niveles de cortisol de las últimas 24 a 48 horas. Pero, en la actualidad, el único material que puede utilizarse para controlar estos niveles en los mamíferos a largo plazo es el cabello.

Como parte de su tesis doctoral, Alexandre Azevedo del IZW analizó 294 muestras de pelo de mangostas egipcias salvajes –de ambos sexos y todas las edades– en siete provincias de Portugal, donde estos carnívoros son capturados legalmente en el marco de actividades de manejo de vida silvestre. El pelaje de las mangostas se cortó primero en secciones, luego se limpió con alcohol, se pulverizó y se extrajo con metanol.

Los resultados mostraron que ciertos factores como la edad, el sexo y el tiempo de almacenamiento tuvieron un efecto sobre el cortisol capilar, pero no ocurrió lo mismo con la estación o el estado reproductivo de las hembras. La secreción de cortisol capilar fue mayor en los juveniles en etapa temprana, así como en los machos respecto a las hembras, y disminuyó con un tiempo mayor de almacenamiento.

Ahora los científicos podrán probar si el pelo es adecuado como biomarcador para comprobar el estrés generado por amenazas naturales o antropogénicas.

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