Este artículo contiene spoilers de Érase una vez… En Hollywood.

Érase una vez en Hollywood un asesinato. La noche del 9 de agosto de 1969, cuatro veinteañeros entraron en el número 10050 de Cielo Drive, en Beverly Hills, y asesinaron a sangre fría a sus cinco ocupantes, entre ellos, la actriz Sharon Tate, embarazada de ocho meses. Aquel crimen se convirtió en uno de los asesinatos más sonados de Estados Unidos por las implicaciones que fueron saliendo a la luz a partir de él. Los perpetradores eran miembros de la secta de Charles Manson, que empleaba alucinógenos, sexo y juegos mentales para controlar a varias docenas de jóvenes en la comuna del Rancho Spahn. Los hechos tuvieron un gran impacto en la población estadounidense y en la criminalización del movimiento hippie.

Pasaron cuatro meses hasta que los implicados en el asesinato múltiple fueron llevados ante la Justicia, incluido Charles Manson como artífice intelectual. Durante ese tiempo, cundió el pánico en el país, ya que nadie tenía demasiado claro qué había ocurrido. Incluso después del juicio, sigue habiendo incógnitas por resolver. Algunos de los investigadores del caso, como el periodista Tom O’Neill, llevan décadas buscando las piezas que faltan en los resquicios de la historia. En sus estudios se habla de implantación de pruebas y conspiraciones políticas, de investigaciones federales secretas con LSD para manipular a las personas y de desmantelamiento de la izquierda y el pacifismo. Sea como fuere, la matanza del 9 de agosto puso fin a los años sesenta y al espíritu de la libertad; significó el final de una era.

“Soy el Diablo y he venido a hacer el trabajo del Diablo”

Lo que sí está bastante claro es cómo sucedieron los hechos. El grupo de asesinos lo lideraba Charles Watson, conocido como Tex, que tenía 23 años. Junto a él, las jóvenes Susan “Sexy Sadie” Atkins, Patricia “Katie” Krenwinkel y Linda Kasabian, de 21 años cada una. Se vistieron de negro de los pies a la cabeza y condujeron hasta el 10050 de Cielo Drive estando ya en noche cerrada. Las armas escogidas fueron un revólver y varios cuchillos de caza.

Antes de llegar a la mansión, mataron a Steve Parent, un joven de dieciocho años que había ido a visitar al encargado de mantenimiento y se cruzó en su camino; la primera víctima de la noche. Kasabian se quedó en el coche como vigía. Después, cortaron la línea telefónica y se colaron en la casa del director Roman Polanski, que se encontraba en aquel momento en Londres preparando su siguiente película. Sí se encontraban allí su mujer, la actriz Sharon Tate, y tres amigos de la familia: el guionista en ciernes Wojciech Frykowski, su novia, la rica heredera Abigail Folger, y el exnovio de Tate, el estilista Jay Sebring.

A los dos primeros los asesinaron Watson y Krenwinkel a puñaladas, ensañándose con ambos. Según el relato oficial del fiscal del caso, Vincent Bugliosi, Tex Watson se anunció a sí mismo como el Diablo, y afirmó que había acudido a “hacer el trabajo del Diablo”. Con esta terrorífica premisa, los tres asaltantes se dirigieron a la habitación principal, en la que se encontraban Tate y Sebring. Desoyeron las súplicas de ambos, que les pedían piedad dado el avanzado embarazo de la actriz, y los ataron por el cuello. Después, asesinaron al estilista de un disparo y a ella con dieciséis fatídicas puñaladas en el estómago.

Antes de marcharse, los asesinos escribieron la palabra “pig” (“cerdo”) en la puerta principal con la sangre de sus víctimas. Bugliosi relata que los miembros de la Familia Manson habían sido aleccionados en una visión apocalíptica del mundo que los llevaba a confundir los conceptos más opuestos, haciéndoles creer que Dios era el Diablo o que la muerte era la vida. Así, se cuenta cómo Sadie Atkins se llenó los dedos de sangre de la actriz y se vanaglorió de “saborear la muerte y aun así dar vida”. Estás ideas venían del concepto ideado por Manson del Helter Skelter, que supuestamente vaticinaba el comienzo de una guerra racial. Las matanzas que llevaron a cabo pretendían acelerar su llegada.

Un día después de la matanza, Leno y Rosemary LaBianca fueron brutalmente asesinados en su domicilio por Watson, Krenwinkel y Leslie Van Houten. De nuevo, Linda Kasabian se quedaba en el coche como mera espectadora. De hecho, semanas después, fue ella quién frustró otro nuevo intento de asesinato y quién finalmente sirvió como testigo a la policía para detener los crímenes de Manson y sus seguidores. Actualmente todos los implicados cumplen cadena perpetua, excepto el propio Manson, que murió en 2017, a los 83 años.

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A ojos de Tarantino

Estos sucesos, sin embargo, no llegan a Érase una vez... En Hollywood. La novena película del director cuenta otra historia, la del cine decadente y las ilusiones frustradas al final de una carrera profesional. La cinta se centra en Rick Dalton (Leonardo DiCaprio) y Cliff Booth (Brad Pitt), dos cincuentones que intentan remontar su carrera en el Hollywood del spaghetti western. Los miembros de la familia Manson son personajes que aparecen de forma intermitente durante la película para crear tensión. Sin embargo, nunca llegan a masacrar el domicilio de Sharon Tate en esta versión.

La joven actriz, interpretada por Margot Robbie, se pasea por el filme bailando y acudiendo a fiestas con su marido. La intención de Tarantino fue la de mostrar una nueva versión de Sharon Tate, que no se centrara en el asesinato sino en la persona, en una versión idealizada y silenciosa de la persona: "pensé que sería conmovedor y agradable y también triste y melancólico pasar algo se tiempo con ella, solo existiendo (...) No a través de una historia, sino verla vivir, existir simplemente", declaró el director para Deadline. En cierto modo, la cinta le ha dado a Tate la oportunidad de seguir viviendo, aunque no de que el público la conozca mejor, ya que apenas tiene líneas durante la película.

La vemos acudir al cine a verse a sí misma, con la ilusión de quien acaba de comenzar un prometedora carrera. También la vemos abrirle la puerta a un desconocido que pregunta por los antiguos residentes de su mansión, el productor musical Terry Melcher y su mujer. El visitante resulta ser el propio Charles Manson (Damon Herriman), que en la vida real también acudió a la casa meses antes de la conocida matanza con intención de ver a Melcher. Sin embargo, los asesinatos nunca llegan. En su lugar, los cuatro enviados de Manson entran en la morada de Rick Dalton, contigua a la de Tate y Polanski. Allí, pronuncian las mismas inquietantes palabras, pero con un resultado muy diferente: los personajes de DiCaprio y Pitt terminan con la vida de los tres atacantes en un deleite de violencia que levanta el ánimo de la película, de otro modo lenta y deprimente.

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La familia Manson tiene su buena cantidad de protagonismo durante la película, a través de una de sus miembros más jóvenes. La inocencia de Pussycat (Victoria Pedretti) al ligar con Cliff Booth (Brad Pitt) la lleva a mostrarle su vivienda en el rancho Spahn. Allí, el antiguo doble de acción se encuentra con varias decenas de jóvenes cabreados -todos basados en miembros reales de la secta- y tiene un encontronazo con Lynette Fromme (Dakota Fanning). Esta joven existió realmente y, tal como cuenta la película, se acostaba con George Spahn para que no los echara del rancho por órdenes de Manson. Por suerte para Booth, el propio Manson no está en casa.

Esta curiosa versión de los hechos deja de lado el aspecto más macabro de los asesinatos, pero mantiene esa ruptura con el espíritu de los años sesenta que caracterizó la matanza. Esta vez, lo consigue a través de la decadente trayectoria profesional de los protagonistas, de la nostalgia por tiempos mejores y el contraste con la ilusión de la propia Sharon Tate que, en esta ocasión, no se ve truncada.

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