El segundo nombre más famoso de la industria del porno ha denunciado los abusos que se cometen y ha aconsejado a las chicas jóvenes que no se dejen engañar. Mia Khalifa es la gran estrella de la pornografía, aunque solo trabajó en ella durante tres meses. Hace cuatro años que abandonó ese mundo y, aún así, sus vídeos siguen siendo de los más buscados en webs como PornHub. Así lo ha desvelado a The Washington Post para un reportaje sobre esta industria millonaria cuyas cifras reales siguen siendo una incógnita. El alcance del mercado de la pornografía es indudable, ¿pero dónde empezó todo? The Deuce nos da la respuesta.

Tras una primera temporada introductoria y una segunda en la que se empiezan a plantear los comienzos del negocio, llega la tercera y última temporada de la serie, en la que vemos a qué problemas se enfrentaron los precursores del porno a finales de los ochenta. La serie ha causado gran expectación a lo largo de estos años, y no es para menos. No solo por el controvertido tema que trata, sino también por cómo lo hace. The Deuce muestra sin tapujos lo que se cuece tras bambalinas cuando se rueda una escena de sexo. Los chanchullos entre productores y los abusos a los que se somete a los actores y actrices, aunque ellas se llevan la peor parte. Nos habla de sus rincones más oscuros, pero también de empoderamiento y de éxito. De cómo una mujer que trabajaba en la calle termina siendo una directora de cine para adultos con visión feminista. Aquí todo queda al descubierto.

Maggie Gyllenhaal y James Franco son los dos puntos fuertes de la serie, lo llevan siendo dos temporadas, y la expectación por la evolución del personaje de Gyllenhaal está más que justificada. Eileen se ganó un hueco en el corazón de los espectadores desde el primer momento, como la prostituta que se niega a estar bajo las órdenes —y los abusos— de un proxeneta. Ella nunca ha dejado de ser la dueña de sus propias acciones, pero ahora debe enfrentarse a un nuevo reto: su público. Los mayores consumidores de porno son hombres, y no parecen estar muy interesados en sus películas ni en su talento; lo que se busca es sexo sin argumento, sin excusas y sin una producción muy elaborada. Lo suyo, una suerte de pornografía indie feminista, no está orientado a este público y, por tanto, no vende. Y no hay nada más importante en el porno que vender.

El capitalismo tira fuerte de esta industria, que para la tercera temporada ya está bastante asentada y cuenta con convenciones y visionados para que las actrices y las empresas productoras se den a conocer. Ha surgido también una nueva amenaza: el porno casero. Las cintas amateur son cada vez más comunes y desequilibran el negocio. “Cuando apareció la televisión también pensamos que sería el fin del cine”, argumenta Eileen. Puede que, efectivamente, no fuera el final del cine de adultos más profesional, pero desde luego es un factor que cambió la manera de entender el porno. La rapidísima evolución del género no dejó tiempo para que nadie se acomodara y la serie lo refleja con bastante atino.

A pesar de ser una serie sobre sexo, no tiene la intención de ser atractiva. Es un relato tan crudo como la propia pornografía y no duda en mostrar todas sus caras negativas, con escenas tan espeluznantes como aquella en la que fuerzan a una actriz a aceptar que la penetren con una mazorca de maíz. Exigencias del guion. Contra estas conductas vemos a un grupo de mujeres manifestándose a gritos de “pornografía es violencia”. A finales de los setenta, cuando el mercado del sexo en vídeo comenzó a ganar terreno en Estados Unidos salieron las primeras feministas de segunda ola a combatirlo, pero también las primeras defensoras. Y es que el tema de la liberación sexual siempre ha sido una pieza de debate en el entorno feminista ¿Todo el porno es violencia? ¿Se puede hacer porno feminista? Estas preguntas se iniciaron aquí, como muestrra la serie, pero todavía no hay una respuesta generalizada para ellas.

El porno de la mano con el SIDA

Todo ello se entremezcla con el contexto social de la época en Estados Unidos, en el que la violencia callejera alcanzó importantes picos en algunos barrios, y la crisis del SIDA era cada vez más dramática. Por supuesto, a una industria cimentada sobre el sexo esta enfermedad no le puede pasar de largo. En la vida real, varios actores porno murieron como resultado de la falta de concienciación en torno al uso de anticonceptivos. La expansión de la enfermedad y el desconocimiento total que se tenía en los primeros años marcaron un ambiente de incertidumbre en los ochenta y noventa. La situación no se estabilizó hasta que no empezaron a implantarse medidas como pruebas mensuales obligatorias de detección de enfermedades de transmisión sexual.

La tercera temporada de The Deuce está a la altura de las anteriores y consigue terminar de desmitificar el porno tal y como lo percibimos. El panorama porno en los ochenta no fue un camino de rosas para productores y para actores, y The Deuce es una buena vía para introducirse en la historia de esta industria que está tan presente en nuestra vida y es al mismo tiempo una gran incógnita. Esta serie es la historia de cómo las revistas pasaron a los VHS y a las salas de cine X. Un relato de poder y abuso, de dinero y de éxito. De capitalismo en toda la extensión de su significado. Lo que seguramente nadie imaginó cuando todo este negocio empezó a cobrar forma es que acabaría teniendo el alcance que tiene hoy en día. Que Internet magnificaría su difusión al máximo y la sociedad haría el resto. Pocos se habrían imaginado que el porno sería la base de la educación sexual de los adolescentes.

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