Autor: Alberto Iglesias
La basura electrónica va camino de convertirse en uno de los grandes desafíos medioambientales del siglo XXI. No en vano, se estima que cada año se producen cientos de millones de toneladas de residuos que antaño fueron smartphones, ordenadores, televisores, tablets y un sinfín de aparatos más que ya no tienen cabida en nuestras vidas ante el incesante devenir de la tecnología.
En ese sentido, según un reciente estudio de Countering Waste Electrical and Electronic Equipment Illegal Trade (CWIT, dependiente de la ONU), España cada año genera un millón de toneladas de basura tecnológica de la que alrededor del 60% acaba en paradero desconocido.
Y lo peor es que la cantidad de residuos electrónicos que producimos crece a un ritmo del 20% anual.
Si nos atenemos a un ejemplo concreto, el de los smartphones, en nuestro país se estima que existen alrededor de 70 millones de terminales, de los que 20 se retiran de circulación cada año por su propia obsolescencia o cualquier fallo técnico o físico.
De ellos, asegura Orange, un 25% acaba de vuelta en el mercado tras su reacondicionamiento, mientras que otro 10% es reciclado apropiadamente. Un último 5% acaba como tesoro del Diógenes que todos llevamos dentro. Del restante 60% nunca más se tiene noticia, como anticipábamos.
Reutilización y reacondicionamiento
La primera opción a la hora de deshacernos de un dispositivo electrónico es su reutilización por parte de terceros a través de los propios servicios de recompra de los operadores de telecomunicaciones y fabricantes, empresas especializadas en esta labor o las siempre útiles casas de empeño y de compraventa de segunda mano.
Para muestra, un botón: según un estudio de Back Market, el reciclaje de móviles en España evita la emisión de 60.000 toneladas de CO2 a la atmósfera y supone un ahorro de 24 millones de litros de agua cada año.
No está nada mal si tenemos en cuenta la pequeña porción del parque de teléfonos que acaba en esta vía.
También es muy frecuente la reventa de segunda mano de ordenadores personales, tablets y otros dispositivos electrónicos de gran valor, como televisores o equipos de música.
Resulta, por el contrario, más complicado fomentar el reacondicionamiento de objetos de poca entidad, con un margen de precios mucho más ajustados respecto al producto nuevo, como puedan ser impresoras y otra clase de consumibles.
ONGs para su uso social
Una pata derivada de esta reutilización y recondicionamiento de objetos electrónicos es la que tiene un objetivo social al final del camino, no el beneficio económico del anterior dueño. De hecho, cada vez surgen más ONGs (y también empresas con ánimo de lucro) dedicadas a recoger teléfonos todavía operativos pero algo pasados de moda o con desperfectos visuales para, previa revisión y formateado, ser enviados a países en vías de desarrollo.
Allí pueden ser comercializados a un precio asequible entre la población más necesitada, democratizando el acceso a las nuevas tecnologías en esas sociedad y favoreciendo, por tanto, servicios tan elementales como la atención médica remota o la banca en zonas rurales.
Reciclaje al uso
Esta es la segunda alternativa para reciclar los dispositivos electrónicos usados (y la más estricta, terminológicamente hablando).
Al respecto, en nuestro país existe una norma (el Real Decreto 110/2015) que obliga a los fabricantes de cualquier teléfono, ordenador, televisor, etc, a ocuparse de la recogida y reciclaje apropiado del mismo una vez que no deseemos utilizarlo más.
Se trata de una función que se presupone integrada dentro del ciclo de vida del propio dispositivo, pese a que los actores de la industria apenas hagan hincapié en la existencia de esta posibilidad.
Más todavía: este servicio de recogida y reciclaje no lo pagan los fabricantes, sino que lo abonamos los propios consumidores en el momento mismo de la compra, con un coste de entre 5 y 30 euros de media.
En tanto que rara vez las empresas se ocupan de gestionar el final de los residuos electrónicos, este sobrecoste al final redunda en un beneficio encubierto para las marcas, sin ningún control efectivo por parte de la Administración Pública al respecto.
Para hacer uso de este servicio, tan solo debemos ponernos en contacto con los puntos de atención al consumidor de cada fabricante, ya sea a través de su servicio telefónico, página web o del distribuidor autorizado de la marca (por ejemplo, las grandes superficies y establecimientos comerciales).
El peligro de las baterías
En el reciclaje de un teléfono móvil hay que tener en cuenta que se reciclan muchísimos elementos distintos (desde metales comunes y plásticos de la carcasa hasta distintos metales preciosos como el coltán, el oro o el cobre) en elementos eléctricos del aparato.
La mayoría de ellos son fácilmente procesables en las plantas de reciclaje y hasta el 97% pueden ser devueltos a la vida en otra forma.
Sin embargo, existe un 3% de los materiales de un teléfono móvil (cifra similar a la que encontraríamos en un ordenador portátil) que no puede ser reciclado, tan solo tratado de manera adecuada. Son los componentes tóxicos de las baterías, incluyendo distintos ácidos y el propio litio que las conforman.
Además, de acuerdo a un estudio de la Universidad de Surrey, un teléfono al uso incluye elementos tan contaminantes y nocivos como el arsénico, antimonio, berilio, plomo, níquel y zinc, o metales pesados como el plomo, cadmio o el mercurio.
¿Aún necesitas razones para reciclar convenientemente tus dispositivos electrónicos?
Tóners y mucho más
Hemos de añadir un aspecto clave a la ecuación y es que, cuando hablamos de dispositivos electrónicos, el abanico es muy amplio. Mucho más de lo que pudiéramos pensar.
Y es que, desde agosto de 2018 los cartuchos de tinta y tóner usados pasan a considerarse como residuos electrónicos, como el dispositivo en sí, pasando a tener que ser gestionados de la misma forma en relación a su reciclaje.
Y lo mismo sucede con enchufes, sensores, relés, interruptores de emergencia, las iluminaciones domésticas o los aparatos de generación, transformación, acumulación y medición de energía.
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