La película Men in Black: International del director F. Gary Gray, llega a la pantalla grande para despejar una incógnita: ¿Logrará este reboot sin expectativas revitalizar una franquicia que dejó de interesar al público?

A juzgar por la gran mayoría de las críticas tempranas no sólo no lo logra, sino que demuestra que la presencia de actores de moda y toda una nueva batería de efectos especiales, no es garantía para lograr el éxito de una propuesta exhausta, que triunfó anteriormente gracias a una serie de factores que ya no están allí. Al final, el film del 2019 no es otra cosa que una mezcla de clichés con ciencia ficción, sin demasiado tino o ingenio.

¿Pero alguna vez la franquicia fue algo más que eso? Es una pregunta complicada. En 1997, Will Smith era una de las estrellas preferidas por la cultura pop. Disfrutaba de una incipiente carrera musical (su álbum de estudio, Rock the House había obtenido un discreto reconocimiento) y además, acababa de cerrar con broche de oro seis años de éxito televisivo con el final de la serie El principe de Bel-Air.

Por su lado Tommy Lee Jones, era un brillante secundario con una sólida carrera, en la que destacaba su interpretación de Clay Shaw / Clay Bertrand en JFK (1981) de Oliver Stone. La combinación entre ambos actores no podía ser más improbable pero el director Barry Sonnenfeld, encontró un precario equilibrio entre ambos que sorprendió a crítica y público. Men in Black resultó un éxito de verano y además, la posible sustituta para la comedia entre cómplices excéntricos basada en la química de los actores, al estilo de la ya clásica Cazafantasmas (1984) de Ivan Reitman.

Razones no faltaban para suponerlo: la adaptación del cómic de Lowell Cunningham (Malibu Comics) era una colección de rarezas de estilo ligero, que celebraba lo mejor de la historieta a la vez que agregaba la espectacularidad del cine palomitero. La historia de la agencia secreta que se dedica a proteger a la tierra de cualquier amenaza alienígena, usó la ciencia ficción para combinar la cultura popular y las teorías conspiratorias. Una mezcla que el guionista Ed Salomon balanceó con sabiduría y sin demasiadas pretensiones: Men in Black no venía para cambiar el cine, pero sí a cosechar una buena ración de risas. Lo logró.

La película usó sus modestos recursos para convertirse en un blockbuster a toda regla: la combinación de un argumento inteligente, buenos efectos especiales a cargo de Rick Baker y un dúo de protagonistas que manejó la camaradería con el pulso de las mejores comedias de situación, catapultó la cinta para convertirse en una las más taquilleras del año.

Allí donde Will Smith era el epítome del descaro juvenil, la irreverencia y el humor urbano, Tomy Lee Jones era duro, hosco e irónico, lo que convirtió la interacción entre ambos en un éxito en pantalla. Men in Black triunfó gracias a la forma en que los actores encontraron un punto medio para funcionar sin competir entre sí. Al final, todo se trató de hacer reír al público: Las conversaciones y juegos de palabras entre ambos son casi lo mejor del film y al final, lo sorprendente de este desfile de rarezas aderezado con una extraña atmósfera casi onírica, es lo sencillo que todo parece en manos de los dos actores principales.

La secuela se hizo esperar y quizás, eso jugó en contra de una franquicia frágil que necesitaba un impulso inmediato. Cuando la película se estrenó en el 2002 —repitiendo director y añadiendo al elenco a la entonces popular actriz Lara Flynn Boyle y a la celebridad de MTV Johnny Knoxville—, el resultado fue disparejo y no demasiado satisfactorio. Todos los elementos de la historia original estaban allí, pero habían perdido brillo.

No importaba que todo fuera más grande, absurdo y surrealista, Men in Black II resultó un resbalón taquillero que congeló cualquier intento de completar lo que suponía, sería una trilogía. Con todo, casi una década después, se estrenó la tercera parte, en un intento no demasiado disimulado de despertar el interés de toda una nueva generación de fanáticos. No lo logró del todo, a pesar de la discreta química entre Josh Brolin (encarnado una versión más joven de Jones) y Will Smith.

Para cuando se anunció Men in Black: International, la intención de intentar un reboot sutil, fue lo bastante obvia para no engañar al público. Se trataba de una historia de reinicio que intentaría explotar la química obvia entre Chris Hemsworth y Tessa Thompson —tan notoria en Thor: Ragnarok de Taika Waititi— y llevar la franquicia de una vez por todas, a un nuevo nivel. No obstante, la película comete los mismos errores que sus predecesoras: el de asumir que el antiguo Universo de Sonnenfeld es lo suficientemente firme, para sostener múltiples historias. Podría hacerlo, si el resto de la franquicia hubiese ampliado sus horizontes o profundizado en su singular premisa. En cambio, Men in Black: International se limita a mover las piezas del mismo tablero de compañeros que intentan soportarse entre sí, al mismo tiempo que salvan el mundo casi por accidente.

La historia del agente M (Tessa Thompson) y el agente H (con un Hemsworth que por fin tiene la libertad de sacar partido a su vena cómica y no lo hace), no tiene la suficiente consistencia para atravesar un argumento supuestamente complicado, que la película no explica lo suficiente. Volvemos de nuevo a los viejos cuarteles generales de la agencia, en donde otra vez, se nos explica lo necesario para entender lo que ocurrirá. Pero no hay sorpresas, en medio de las criaturas que pasean de un lado a otro con aire desenfadado o los juegos de palabras sobre extraterrestres entre nosotros.

Todo parece muy gastado y poco convincente. Incluso, no hay demasiado de qué reír, más allá del comportamiento provocador de H y los intentos de M por contenerle. Al final, se echa de menos la extraña contención de Tommy Lee Jones y el desparpajo de Will Smith, en medio de situaciones descabelladas e hilvanadas para resultar sino creíbles, al menos de un raro interés.

Sonnenfeld usó lo surreal para sostener un humor irreverente. Las mejores escenas de su duología estaban llenas de mucosidades, insectos que caían de la manga de un alienígena en medio de platos de comida y extraterrestres con un considerable vicio por el cigarrillo, lo que la convertía en una comedia de ciencia ficción a toda regla. En cambio, en Men in Black: International las risas escasean, la historia carece de gracia y al final, salvar al mundo termina siendo un asunto tedioso sin el mayor interés. Quizás, su mayor flaqueza.

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