Ángela tenía dos años cuando comenzó su “relación” con los amigos imaginarios. Más de tres décadas después, no recuerda sus nombres ni muchos detalles, solo que solía jugar con ellos y a veces también se peleaban. Sus padres le seguían la corriente, conscientes de que era una etapa que pasaría pronto. Y, efectivamente, terminó poco después de cumplir los cinco años.

Como ella, millones de niños de todo el mundo experimentan este fenómeno, que por lo general se desarrolla con normalidad, sin tener nada que ver con ningún tipo de problema psicológico de los pequeños. Sin embargo, el imaginario popular, el cine y la literatura en ciertas ocasiones han dado una imagen distorsionada de lo que esto supone, que puede preocupar a los padres que ven cómo sus hijos pasan por esta etapa. Ante estos temores, los psicólogos envían mensajes de tranquilidad, recordando que es algo totalmente normal, que sucede frecuentemente a niños con unas características concretas e incluso puede llegar a ser beneficioso para ellos. Uno de los profesionales que se ha pronunciado en este aspecto ha sido el psicólogo y divulgador científico Álvaro Trujillo, quien habló sobre el tema en 2017, en un vídeo de su canal de Youtube, PsicoVlog. Ahora, en Hipertextual nos hemos puesto en contacto con él para conocer más sobre estos amigos que se alojan en la mente de los niños cuando más los necesitan.

Pixar

Un fenómeno normal

Los amigos imaginarios, también conocidos como invisibles, constituyen un fenómeno normal que suele comenzar cuando el niño tiene entre dos y tres años y finalizar entre los siete y los ocho, aunque algunos casos pueden empezar o acabar antes o después.

Cualquier niño puede tenerlos, aunque existen una serie de factores que suelen estar muy presentes en ellos. Por ejemplo, es frecuente que ocurra en pequeños que viven rodeados de adultos, con poca presencia de niños. Esta es la razón por la que muchas veces se da en hijos únicos, como Ángela, que por aquella época todavía no tenía hermanos. También puede darse en niños con carencias afectivas, pues tienden a rellenar estos huecos con la presencia de amigos que no existen. Además, se da un caso similar si cuentan en su vida con algún tipo de dificultad, carencia o trauma o para enmascarar algún tipo de conducta no aceptada. De cualquier modo, cada niño es diferente y no todos desarrollan este comportamiento para suplir alguna de estas situaciones. “Según mis estudios y artículos de referencia, no hace falta que existan conductas de rechazo o problemas de índole social para que surja un amigo imaginario”, explica Trujillo. “Recordemos que éstos pueden surgir tanto para servir de objeto de protección como para tener una finalidad lúdica solamente”.

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Además, el psicólogo añade que el niño sabe perfectamente que es un amigo imaginario, aunque actúe como si fuese real. “Los niños de 4 años son capaces de diferenciar lo real de lo imaginario, por lo que la aparición de esta entidad (lo llamo así por calificarlo de alguna manera) cumple con una función instrumental y simbólica para ellos”.

Los beneficios del amigo invisible

Lejos de ser algo negativo, muchos expertos coinciden en que tener un amigo imaginario puede ser muy enriquecedor para los niños, e incluso para los padres. Esto último se debe a que puede ser una gran ocasión para que los progenitores puedan acceder al mundo emocional de sus hijos, ya que estos amigos son una representación de su imaginación, en la que también se imprimen otros factores, como sus deseos o preocupaciones.

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Es precisamente por este motivo por lo que los niños que tienen amigos invisibles mejoran sus capacidades de comunicación e incluso se vuelven más creativos. Además, se fomenta la empatía, ya que tienen más fácil comprender la realidad desde la perspectiva de otra persona. Finalmente, en los momentos en los que el niño se siente solo, la “compañía” de estos amigos tiene una función protectora, que también aporta mejoras en su autoestima.

¿Cómo puedo saber si mi hijo tiene un amigo imaginario?

Esta es una pregunta fácil de contestar, pues los niños no suelen ocultar a sus amigos invisibles. “En realidad no es que haya unas señales externas concluyentes que indiquen que el niño tiene un amigo imaginario sin que lo mencione”, aclara el divulgador científico. “El propio infante reconoce la presencia de dicho amigo imaginario delante de otras personas. Y las primeras de esas personas, obviamente, serán sus propios padres”.

A veces pueden estar representados en juguetes, aunque no siempre que el niño verbalice sus juegos con ellos significa que tenga un amigo imaginario. “Mucho niños juegan verbalizando sus acciones a través de personajes fantásticos representados a través de sus juguetes, como pueden ser figuras de acción, muñecas o vehículos. Pero ello no es suficiente como para dilucidar que haya un amigo imaginario, pues este tiene importancia para el niño, que actúa como si interaccionara con él. Además, puede tener nombre e incluso una personalidad marcada”. Para que quede más claro, Trujillo pone un ejemplo. “Ese osito de peluche con el que duerme, que tiene su propio nombre y que además es necesario para que pueda dormir, porque le protege de los monstruos que viven en su armario, es un ejemplo perfecto de amigo imaginario representado en un juguete, pues cumple una función lúdica, además de tener una función protectora ante miedos infantiles”.

Una vez que esto ocurre, queda saber cómo se debe actuar. El primer paso, como hicieron los padres de Ángela, es actuar con normalidad, tolerancia y respeto, sin recriminar ni fomentar la existencia de estos amigos. Sin embargo, no se debe permitir que el niño los utilice para eximir responsabilidades en caso de hacer algo malo. Ahora bien, ¿puede ser traumático para el infante que se le intente hacer ver que su amigo no existe? “Confrontar directamente al niño diciendo que ese amigo no existe, en mi opinión, no creo que lo traume (él es consciente de que no es real, por lo que estarías remarcándole algo obvio). La resistencia por su parte vendría por la importancia que este amigo tiene para él y eso sí puede generar conflictos, porque estaríamos hablando de dos realidades paralelas que no se comprenden: los padres intentando hacer que el niño toque con los pies en el suelo y, por otro lado, el niño expresando su mundo interior a través de un juego externo”.

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Por otro lado, los expertos coinciden en que también se puede hacer un seguimiento del comportamiento del niño, con el fin de detectar señales anómalas. Un ejemplo de esto sería que el pequeño prefiera estar con sus amigos invisibles, antes que con otros niños de su edad. Además, si el juego genera ansiedad en el infante también puede ser señal de que algo no va bien.

En cuanto a la duración, aunque de media estos amigos imaginarios desaparezcan por sí solos entre los siete y los ocho años, en principio no hay por qué alarmarse si la situación se alarga más en el tiempo. “¿Hasta cuándo se considera normal? Es un tema peliagudo”, responde el psicólogo a las preguntas de este medio. “Se suele establecer desde los 3 a los 7 u 8 años porque, en la mayoría de los casos, los niños a estas edades olvidan a su amigo imaginario sustituyéndolo por sus interacciones reales. Sin embargo, hay casos en los que el amigo imaginario perdura hasta la adolescencia, o incluso la adultez, y las circunstancias en las que se mantiene son casi las mismas por las que surge dicho amigo imaginario en la infancia: porque satisface una necesidad de interacción propia, o por cubrir algunas inseguridades”.

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En estos casos, según Trujillo, sería necesario prestar atención a si existen otros aspectos de la persona indicadores de algún problema psicológico: “Si realmente tiene problemas o no, si su forma de interactuar con los demás entra dentro de lo normal o no, si existen tensiones o complejos no superados, etc.”

En definitiva, la existencia de amigos invisibles es un proceso natural, que se da en muchos niños, normalmente sin ningún tipo de problema asociado. ¿Quién sabe? Puede que algunos de nosotros también lo tuviéramos, pero haya quedado encerrado en nuestra memoria, como el elefante de Inside Out. Por eso, si nuestro hijo o cualquier otro niño cercano lo tiene, debemos respetarlo y acompañarle en esta etapa; que, al fin y al cabo, no es más que una más de todas las que le quedan por vivir.

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