Han sido unos días convulsos para Huawei. Desde el domingo 19, momento en el que se conocía la confirmación oficial sobre el veto de Estados Unidos a la compañía china, se han sucedido toda una lista de acontecimientos. La guerra comercial iniciada por el presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, venía de largo. 2018 fue, de hecho, el año del via crucis para la enseña china. El asunto terminaba de estallar cuando Google, acuciada por la imposición del Gobierno, anunciaba la retirada de su sistema operativo de todos los dispositivos Huawei. El principio de una nueva era, especialmente para uno de los mayores vendedores de móviles a nivel global y, en otra de sus áreas, el encargado de algunos de los despliegues de las futuras redes 5G.

De la desconfianza al veto total: así ha sido el calvario de Huawei frente al Gobierno de Estados Unidos

El futuro de la compañía china, y del resto de entidades del país especialmente de corte tecnológico, penden de un hilo completamente incierto. Mientras, otros sectores miran con cautela la sucesión de hechos a niveles gubernamentales. Uno de ellos aplica directamente al mundo de las inversiones; concretamente a las inversiones de corte tecnológico.

La evolución de China como país de corte tecnológico ha sido palpable. El mundo actual ha sido espectador del cambio del país asiático. Conocido popularmente como la región de las copias y la falta de innovación, China se caracteriza actualmente por precisamente todo lo contrario. El auge creciente de una clase media, con un aumento de los graduados superiores, han dado portazo a la era de pobreza característica del país. Este cambio, acompañado por una gran incentivación del Gobierno Chino –6.000 millones de euros el pasado año para la creación de innovación local–, crea el caldo de cultivo perfecto para el crecimiento de las nuevas empresas tecnológicas.

Apple bajó sus precios en China, pero tiene truco

Pese a todo, han sido largos los años en los que se podía encontrar el par Estadounidense en China. Alibaba como el compañero chino de Amazon, o Tencent haciendo las veces de Google. El universo de Facebook se colocaría dentro de WeChat, una de las creaciones de Tencent. Otros, como Apple, simplemente buscan hacerse un hueco en Asia, mientras el gigante Xiaomi crece cada día. Asímismo, desde hace algunos años, China ha financiado sus propios Silicon Valley locales, los cuales tienen la promesa de convertirse en el motor económico del país. No solo eso, los niveles de inversión en el sector en ciencia e ingeniería son similares a los de Estados Unidos, en la curta parte de tiempo.

La atracción de capital, una cuestión de estado

No es solo el crecimiento de la financiación interna en China; desde 2018, Estados Unidos no ha sido el único foco de atracción de los fondos de venture capital. Durante el segundo trimestre de 2018, China representó el 47% de la financiación mundial a empresas tecnológicas –por primera vez en la historia superando a Estados Unidos–.

En cualquier caso, el quid de esta historia radica precisamente en las inversiones chinas en Estados Unidos. Desde hace tiempo, el capital asiático ha visto la necesidad de moverse por diferentes sectores y países. Desde hace algo menos de un año, han sido los fondos chinos los encargados de las mayores rondas de financiación a entidades de corte biotecnológico en Estados Unidos, entre las que se incluyen las propias compañías chinas en su expansión –ahora más compleja– por Norteamérica. Con esto, algo más de 300 compañías recibieron inversión china.

Y no solo ellos, las pequeñas tecnológicas estadounidenses enfocadas a la defensa, han sido objeto de deseo para los cheques chinos. Ya en 2017, Neurala –compañía de robótica militar– acudió a China para levantar una ronda de financiación que soportase su línea de producción encargada por el ejército estadounidense. Tanto así con el negocio aeroespacial, donde Haiyin Capital invirtió una cantidad que no reveló en la californiana XCOR Aerospace. Remontándose a 2016, la entidad de móviles Kateeva logró 88 millones de un grupo privado de inversores chinos.

Y no solo estos, Uber o Lyft –los grandes imperios de la movilidad en Estados Unidos–, son solo algunas de las compañías que cuentan entre sus inversores con alguna entidad china.

Songquan Deng:Shutterstock

La afrenta y la huida

Que el capital chino ha puesto rumbo a los chollos de Silicon Valley es innegable. Pero lo que para los empresarios es toda una ventaja, no se ha visto con tan buenos ojos por parte del Gobierno de Trump. Lo que puede ser visto simplemente como dinero, tiene detrás un componente geopolítico muy importante.

Mientras las pequeñas compañías de California recogían sus fondos chinos, para Estados Unidos esto suponía la pérdida de poder sobre sus propias compañías; además de un aumento del poder del "enemigo" a la hora de controlar la mayor parte de la tecnología punta. De esta manera, los 3.000 millones de fondos chinos invertidos en Estados Unidos el año pasado han caído en picado con el nuevo año y la toma de decisiones comerciales contra el país asiático. Porque si hay algo claro en el mundo de los inversores y los emprendedores es que la tranquilidad política y normativa es vital.

Durante 2018, la aprobación de Ley de Modernización de la Revisión de Riesgo de la Inversión Extranjera ponía en jaque todas esas inversiones chinas. Desde el inicio de un nuevo texto, gran parte de las compañías en busca de nuevos fondos han huido del capital extranjero por el simple hecho de no tener que enfrentarse a las investigaciones por parte del gobierno. Sería una suerte de miedo y bloqueo por ambas partes.

Esto no quiere decir, sin embargo, que la escasez de fondos chinos suponga la muerte de lo que se conoce hoy como la meca del emprendimiento, pero sí quizá un enfriamiento del ritmo de las inversiones. Así como una posible migración de la misma a Europa donde, de momento, las relaciones con el país asiático permanecen estables.

Lo cierto es que la cuestión de Huawei, y la guerra comercial contra China, es solo una parte de la punta del iceberg en la relación entre ambos países. Los intrincados brazos de la globalización no hacen inmune a ninguna de las partes.

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