Un superordenador es un conjunto de procesadores, conexiones y unidades de almacenamiento conectados entre sí de la manera más óptima posible para procesar información a velocidades imposibles para un ordenador doméstico. El supercomputador más potente en noviembre de 2018 procesaba más de 200.000 teraflops por segundo o 200.000.000 de gigaflops. Salvando las distancias, y según el procesador empleado, una computadora doméstica puede procesar entre 15 y 50 gigaflops.

Curiosamente, aunque las supercomputadoras nos llamen la atención al gran público por su gran capacidad de procesamiento de información, lo que las permite simular entornos muy complejos para cualquier campo técnico y científico, su esperanza de vida es relativamente pequeña. Un ejemplo cercano: el supercomputador Marenostrum, afincado en Barcelona, ha sido actualizado cuatro veces en 13 años. El motivo es que con cada nuevo supercomputador se cubren ciertas necesidades de investigación y experimentación pero no todas, y además surgen nuevas demandas que requieren una máquina o supercomputadora superior.

Si echamos un vistazo a la lista de superordenadores más potentes del mundo, la TOP500, veremos que dominan dos países, principalmente: Estados Unidos y China. Por el camino, algún superordenador japonés y europeo. El superordenador español más potente, Marenostrum, ocupaba la plaza 25 a nivel mundial a noviembre de 2018. Y a nivel europeo, el más potente era el supercomputador suizo Piz Daint, que ocupaba la quinta plaza a nivel mundial.

Una carrera de gigantes

Es interesante ver la lucha entre Estados Unidos y China por lograr el superordenador más potente. En cierto punto de esta batalla, Estados Unidos ha optado por prohibir a China la importación de tecnología norteamericana. Un ejemplo, la prohibición a Intel en 2015 de vender a China microprocesadores Xeon. Esto se ha traducido en que el gigante asiático haya desarrollado su propia tecnología de microprocesadores. Mientras que las supercomputadoras más potentes de Estados Unidos cuentan con procesadores IBM POWER9, Las chinas nada tienen que envidiarle con sus propios procesadores Sunway MPP.

Esta competencia entre dos gigantes y la particularidad de que la tercera potencia en supercomputación, Japón, también dispone de tecnología propia, ha hecho replantearse a la Unión Europea su estrategia, y es que prácticamente toda la tecnología que emplean las supercomputadoras europeas es norteamericana o japonesa. El elemento europeo queda únicamente en el ensamblaje de las piezas y su manipulación posterior.

El papel público

EuroHPC es un organismo europeo creado muy recientemente (noviembre de 2018, con el propósito de “desarrollar un ecosistema de supercomputación de clase mundial en Europa”. En concreto se llama Empresa Común Europea de Informática de Alto Rendimiento, y entre sus distintos objetivos, invertir 1.000 millones de euros en crear “dos superordenadores que se situarán entre los cinco mejores del mundo y, como mínimo, otros dos que en la actualidad estarían entre los veinticinco mejores del mundo” y, por otro lado, ”apoyar la creación de un ecosistema europeo de supercomputación que promueva el desarrollo de una industria de suministro de tecnología y dé lugar a que los recursos de supercomputación estén disponibles para un gran número de usuarios públicos y privados”. O en lenguaje llano, crear tecnología europea para construir supercomputadoras europeas.

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Este presupuesto es aportado a 50 y 50 entre la Unión Europea propiamente y los estados miembros de Europa que participan en el proyecto: Alemania, Austria, Bélgica, Bulgaria, Chequia, Croacia, Dinamarca, Eslovaquia, Eslovenia, España, Estonia, Finlandia, Francia, Grecia, Hungría, Irlanda, Italia, Letonia, Lituania, Luxemburgo, Noruega, los Países Bajos, Polonia, Portugal y Rumanía. Con el tiempo se han unido otros países, los más recientes, Suecia y Turquía.

El proyecto de EuroHPC se sustenta también en dos proyectos anteriores, PRACE y GEANT. El primero, PRACE, es el acrónimo de Asociación para la Computación Avanzada en Europa, reúne a 26 países e incluye las cinco supercomputadoras europeas más potentes y sus respectivas organizaciones: BSC por España, CINECA por Italia, ETH Zurich/CSCS por Suiza, GCS por Alemania y GENCI por Francia. Básicamente sirve para intercambiar experiencia e información entre proyectos europeos de supercomputación. Por su parte, el programa GEANT facilita la “colaboración en materia de ciberinfraestructuras y servicios de investigación y educación”.

Para entendernos, el alto esfuerzo económico que requiere el diseño, montaje y mantenimiento de una supercomputadora sólo está al alcance de consorcios mayormente públicos a nivel europeo, si bien empresas privadas aportan su grano de arena en forma de conocimiento y apoyo técnico. En cualquier caso, ambos ámbitos se benefician de la supercomputación, ya que la investigación empleando superordenadores se realiza tanto a nivel público como privado.

Sobre si Europa logrará su propio procesador de alto rendimiento, el tiempo lo dirá. La parte de inversión y actualización de las supercomputadoras actuales está más o menos madura, si bien la Unión Europea está todavía varios pasos por detrás de Estados Unidos y China. Por su parte, crear una tecnología propia dependerá de la inversión, de la colaboración entre centros de investigación, del apoyo que dé la gran empresa y, en definitiva, de los frutos que den estos próximos años.

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