Pocas cosas dan más rabia después de unas vacaciones que perder todas las fotos del periodo en cuestión. Afortunadamente, aún quedan buenas personas en el mundo, por lo que puede que alguien encuentre la cámara o el USB en el que se encuentran y trate de encontrar a su propietario, para devolverle las imágenes tomadas durante sus días de asueto.

Por este motivo es muy frecuente ver en redes sociales anuncios de personas que han encontrado fotografías ajenas y buscan a sus dueños para devolvérselas. Uno de estos mensajes ha sido publicado recientemente por investigadores del Instituto Nacional de Investigación del Agua y la Atmósfera (NIWA) de Nueva Zelanda, en su cuenta de Twitter. En la entrada en cuestión adjuntan un vídeo en el que se puede ver la parte delantera de un kayak azul, junto al que nadan una hembra de león marino y su cría. Hasta aquí todo podría parecer normal, si no fuera porque el USB en el que se encontraban tanto este vídeo como varias fotos apareció en las heces de foca congeladas que estos científicos conservaban desde hacía un año. Se trata de una anécdota divertida, pero lleva inevitablemente a pensar en la cantidad de residuos que terminan en el estómago de las especies marinas. Esta vez ha sido un accidente, pero otros muchos objetos acaban siendo ingeridos por la irresponsabilidad humana, con un final mucho menos feliz y simpático que este.

Vacaciones con final inesperado

En noviembre de 2017 científicos de la NIWA y voluntarios de LeopardSeals.org recolectaron heces de foca leopardo en varios enclaves de Nueva Zelanda. Más de un año después, al descongelar una muestra, procedente de la playa Oreti de Invercargill, encontraron una memoria USB, en la que había guardados un vídeo y varias fotos de unas vacaciones en la isla neozelandesa Porpoise Bay. Al comprobar que se encontraba en buen estado, lo dejaron descongelar durante unas semanas y, voilá, el dispositivo aún funcionaba.

De momento los propietarios de las fotografías no han aparecido, aunque el tuit publicado por el instituto de investigación está causando sensación en la red. Pero también es un claro ejemplo de lo sencillo que resulta que los animales marinos coman lo que no deben y lo peligroso que puede llegar a ser.

Basura en el estómago

Nadie tira al mar las fotos de sus vacaciones, por muy mal que salga en ellas. Está claro que en este caso se trató de una caída accidental al agua, quizás desde el mismo kayak que sale en el vídeo. Pero no siempre es así.

Recientemente, un estudio publicado en la revista Trends in Ecology and Evolution sacaba a la luz el problema que supone la presencia de microplásticos en el mar para especies filtradoras, como la ballena barbuda o el tiburón peregrino. Estos animales se alimentan tragando de cientos a miles de metros cúbicos de agua al día, con el fin de filtrar el plancton que se encuentra en ella. Como consecuencia, absorben cualquier sustancia sumergidaa, incluidos los microplásticos, procedentes tanto de la degradación de fragmentos grandes de este material como de las pequeñas esferas de algunos productos de higiene.

Al ser de pequeño tamaño no causan problemas de atragantamientos, como las bolsas, pero no dejan de ser peligrosos, ya que bloquean la capacidad del animal para absorber nutrientes y generan efectos secundarios que pueden poner su vida en peligro. De hecho, la magnitud del problema es tal que podría llevar a varias especies a la extinción, según los autores de esta investigación. Y no es el único estudio reciente que apunta al peligro de los microplásticos para la fauna oceánica. Otro trabajo, publicado recientemente en Scientific Reports, analiza las autopsias realizadas a cincuenta animales varados, especialmente delfines, focas grises, ballenas y cachalotes. Todos ellos tenían microplásticos en su interior.

Un océano de plástico creciente y letal

Pero no solo los microplásticos pueden llevar a la muerte a miles de animales marinos. Se calcula que más de 8 millones de toneladas de plásticos y microplásticos acaban cada año en el mar, lo que supone entre el 2% y el 5% de la producción mundial.

Tampoco las ballenas y los tiburones son las únicas especies afectadas por este problema. Más de millón y medio de animales están en peligro. Un claro ejemplo de ello es el de las focas protagonistas de esta historia. La foca leopardo es uno de los principales depredadores del pingüino emperador, pero en general come todo lo que quepa en su boca, desde calamares hasta peces y huevos, pasando por todo tipo de carroña y, por supuesto, por residuos vertidos al mar. En este caso terminaron en sus heces, pero en otras ocasiones es posible que causen atragantamientos o intoxicaciones.

Sal de mesa: el camino de vuelta de los microplásticos a nuestros hogares

Las tortugas también se encuentran entre las mayores víctimas de la contaminación por plásticos, junto a las aves marinas y todo tipo de peces. Ni siquiera los propios seres humanos nos libramos. Numerosos estudios analizan los niveles de microplásticos que llegan hasta nuestras mesas en el sistema digestivo de algunos animales de consumo humano, como el pescado o el marisco. Pero llama especialmente la atención el caso de la sal, como se puede observar en un estudio reciente, en el que el 92% de las marcas analizadas contenían estos compuestos contaminantes, en mayor o menor cantidad.

Por lo tanto, esta vez ha habido final feliz, aún más si aparece el dueño del USB extraviado. Pero no es lo más habitual. A menudo la ingesta accidental de objetos humanos vertidos al mar termina siendo muy peligrosa para los animales que los confunden con comida. Y en su caso las consecuencias son mucho más preocupantes que la pérdida de los documentos gráficos de unas vacaciones.

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