El informe del caso involucró a un hombre alemán de 39 años que acudió a la sala de emergencias del Hospital Universitario de Colonia, con náuseas, vómitos, dolor de cabeza, malestar general y un estado de lucidez mental que se deterioraba lenta, pero de manera consistente.

Niveles sorprendentemente altos

Dos días antes de su llegada a la sala de emergencia, el hombre, cuyo nombre será reservado, había sido visto por un médico debido a pérdida de peso, vómitos y los dolores de cabeza que habían estado empeorando durante los últimos meses.

Previamente, el paciente había sido diagnosticado con diabetes y tenía antecedentes de cálculos biliares. También estaba tomando varios medicamentos recetados de forma intermitente. En su precaria condición, el hombre perdió el conocimiento en el hospital, lo que requirió atención de emergencia, incluyendo la inserción de un tubo respiratorio.

Los análisis de sangre revelaron que el paciente tenía niveles extremadamente altos de triglicéridos, un tipo de grasa que es normal en la sangre. Los niveles triglicéridos se consideran normales cuando se encuentran por debajo de 150 miligramos por decilitro, y si llegan a ubicarse por encima de 500 mg / dL se consideran muy altos.

El paciente en cuestión tenía una extravagante lectura de 14.000 mg / dL. Los niveles de triglicéridos eran tan altos que su sangre había perdido su distintivo color rojo, tomado una inusual apariencia “lechosa”. El hombre fue diagnosticado con hipertrigliceridemia, una condición en la cual una persona tiene niveles altos de triglicéridos.

Pruebas adicionales revelaron que el hombre tenía cetoacidosis diabética, una complicación peligrosa de la enfermedad donde el cuerpo descompone la grasa, lo que lleva a una acumulación de ácidos en la sangre.

Cuando los médicos del Departamento de Cuidados Intensivos intentaron realizar plasmaféresis, una técnica de filtrado que elimina el exceso de grasa en la sangre, la máquina se obstruyó por la hiperviscosidad extrema de la sangre del paciente. Un segundo intento también resultó fallido.

Último recurso

Ante la imposibilidad de realizar la plasmaféresis, los galenos optaron por una opción mucho más antigua y ahora desacreditada: la flebotomía.

Ya como un último recurso para reducir los niveles de grasa sanguínea del paciente, los médicos procedieron a extraer manualmente un litro de la sangre del hombre y lo reemplazaron con glóbulos rojos y plasma (la porción líquida de sangre) de un donante.

La arcaica técnica dio buenos resultados. En un par de días, los niveles de triglicéridos se había normalizado lo suficiente como para permitir que la sangre pasara a través de la máquina de filtrado y realizar el procedimiento convencional.

A los cinco días fue retirado el tubo respiratorio y el paciente ya no presentaba síntomas neurológicos residuales.

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