En los terrenos del supermercado Asda, en Queslett (Birmingham), muy cerca de la carretera que transcurre entre Aldridge y Queslett Road, se alzan desde 1999 nueve grandes rocas areniscas. El monumento —diseñado por el escultor británico Steve Field— empezó a levantarse un año antes y visto a lo lejos parece compuesto por nueve lápidas diseminadas, nueve dientes de roca descascarillada que brotan como si el suelo fuese la encía de un anciano mellado. Al acercarse, se aprecian las tallas labradas con detalle: rostros, nombres, astros, utensilios de laboratorio. El conjunto se levantó en honor a los nueve "lunáticos" más célebres y admirados de Birmingham, puede incluso que de todo Reino Unido. Los vecinos se refieren a la escultura como Moonstones, las "piedras lunares".

El monumento se erigió en recuerdo de la Sociedad Lunar de Birmingham. Y a pesar de lo que pueda sugerir su nombre, la entidad —desaparecida a principios del siglo XIX— no tenía como objetivo estudiar el satélite y los astros, o al menos ese no era su único ni principal cometido. Lo de "lunar" le viene de que los miembros de la institución solían reunirse los lunes más próximos a la luna llena por un motivo práctico: muchos de ellos acudían desde lejos a las reuniones, que se prolongaban hasta bien entrada la tarde. Para regresar a sus casas preferían noches claras, cuando resultaba más seguro viajar. Ese gusto por el plenilunio les valió el mote de "lunáticos".

Aunque la Sociedad Lunar de Birmingham ha quedado relegada a una nota a pie de página de la historia y no goza del reconocimiento internacional de otras instituciones científicas, desempeñó un papel importante en el siglo XVIII y principios del XIX. "Es una de las tertulias más importantes de la historia de la ciencia y la técnica", apuntaba el periodista, escritor y académico escocés Peter Ritchie-Calder en un artículo publicado en agosto de 1982 por la revista Investigación y Ciencia: "Este grupo provinciano de fabricantes, inventores y científicos, que fijaban sus reuniones por la luna llena, transformó el saber y la técnica británicas de las postrimerías del XVIII".

La sociedad arrancó en 1765 de la mano de tres grandes nombres de la ciencia y el desarrollo tecnológico del XVIII: el matemático y filósofo natural William Small, Matthew Boulton, pieza clave en el desarrollo de la primera máquina de vapor de Watt; y Erasmus Darwin, naturalista y abuelo del autor de _El Origen de las especies_. Con el paso del tiempo la institución creció hasta incorporar nombres como Josiah Wedgwood, Samuel Galton, William Murdock, James Watt, Joseph Priestley, James Keir y William Withering. Junto a Boulton y Darwin suman los nueve nombres inmortalizados en las rocas de Moonstones.

Aunque a lo largo de los años la sociedad creció e incluso mantuvo contactos —a menudo por correspondencia— con primeros espadas como el francés Antoine Lavoisier o el polifacético Benjamin Franklin, en las reuniones que celebraban en Birmingham no solían pasar de los diez asistentes. A pesar del carácter científico de la sociedad, sus sesiones se parecen muy poco a las de la Royal Society o la Academia Francesa. Una de las principales peculiaridades de los "lunáticos" era el ambiente distendido de sus citas. Solían arrancar a la hora de la comida, sobre las dos de la tarde, y se prolongaban hasta las ocho. El lugar de encuentro tampoco podía ser más informal: quedaban en las casas de sus miembros, como la de Boulton o Darwin.

"A fin de no inhibir la informalidad de las discusiones, no se tomaba ninguna nota de las mismas; no había orden del día, ni actas, ni resoluciones, ni programas de acción", apuntó Ritchie-Calder, quien recuerda que Boulton fracasó cuando en 1776 intentó formalizar las reuniones de la sociedad. Si hoy podemos saber de qué hablaban durante esas tertulias que se prolongaban horas y horas tras el té es gracias a las cartas que se intercambiaban y los diarios de Mary Anne Schimmelpenninck, la hija de Samuel Galton, anfitrión de los "lunáticos".

"Una sociedad de hombres de letras y una sociedad literaria pueden ser muy diferentes. En el primer caso, los hombres ofrecen los resultados de sus serias investigaciones y detallan sus elaborados pensamientos. En el segundo, las primeras indicaciones de descubrimientos, observaciones en curso y contraste mutuo de ideas son de la mayor utilidad. Los conocimientos de cada miembro de una sociedad tal se difunden con el tiempo entre todos los demás, y un cierto 'esprit de corps', no contaminado por los celos, combina en algún grado los talentos de los miembros, trascendiendo los puntos de vista individuales", dejó escrito el autor e inventor inglés Richard Lovell Edgeworth, miembro de la institución y que hoy nos sirve de guía para comprender mejor cómo era el ambiente que se respiraba en las sesiones "lunáticas" de Birmingham.

Ritchie-Calder apunta que el papel de los miembros de la sociedad de Birmingham fue "decisivo" en la Revolución Industrial. Cuando los "lunáticos" intensificaron sus reuniones los engranajes del cambio ya estaban en marcha —Arkwright había patentado en 1769 el mecanismo hidráulico con el que transformaría la industria textil—, pero a su mesa se sentaron a intercambiar ideas nombres como Watt, Boulton o el industrial John Wilkinson. "Los subsiguientes éxitos en ingeniería de la firma Boulton & Watt no habrían sido posibles sin las contribuciones de Wilkinson", apostilla el periodista.

Con libertad, confianza, pero también pasión, los miembros de la Sociedad Lunar de Birmingham se enzarzaban en acaloradas discusiones sobre ingeniería, física y química. Uno de los temas que trataron fue, por ejemplo, la teoría del flogisto a la que Lavoisier se encargaría de dar el golpe de gracia. Sobre la mesa se ponían también cuestiones relacionadas con la música, la literatura, la religión y por supuesto la efervescente política de finales del siglo XVIII, que vio cómo el pueblo parisiense tomaba la Bastilla y las Trece Colonias emprendían una revolución al otro lado del Océano Atlántico. Los "lunáticos" no fueron ajenos a esa atmósfera inflamada. Priestley, un firme defensor de las ideas revolucionarias, vio cómo una turba enfurecida tomaba su casa y arrasaba su trabajo.

"La Sociedad Lunar dio nueva vida a la ciencia británica, que desde el gran desarrollo científico que tuvo lugar a mediados del siglo XVIII, con Newton y sus contemporáneos, había ido declinando. […] La Royal Society necesitaba una transfusión de sangre roja (para compensar la sangre azul) e ideas estimulantes, todo lo cual llegó con la Revolución Industrial y con los "lunáticos", que ayudaron a realizarla. La Royal Society renació cuando hombres como Boulton, Watt, Priestley, Wedgwood y Franklin se sumaron a ella procedentes de la Sociedad Lunar", explica Peter Ritchie-Calder en su artículo de 1982, publicado poco después de su muerte y antes de que Steve Field proyectase las nueve piezas conmemorativas que componen Moonstones.

A pesar de esa importancia y del papel que llegó a desempeñar, la Sociedad Lunar de Birmingham entró en declive durante las primeras décadas del XIX. En 1813 estaba ya desarticulada. Su desaparición se explica principalmente por el paso del tiempo. La edad y la muerte fue restando "lunáticos" a una institución que nació —y siempre fue— como un club de colegas con una pasión común: el conocimiento, la libertad y el progreso.

A principios de la década de 1990 un grupo encabezado por la historiadora Rachel Waterhouse decidió rescatar el espíritu de la entidad. "Al igual que su ilustre predecesor del siglo XVIII, la Sociedad ofrece un animado foro para que sus miembros influyan en el cambio a través de ideas estimulantes, ampliando el debate y catalizando la acción", se presenta la institución en su web: "La Sociedad se relaciona con oradores de renombre nacional e internacional que incluyen científicos, ingenieros, banqueros, líderes empresariales, políticos y políticos, políticos, líderes de autoridades locales, universidades y medios locales a través de su programa de eventos".

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