Edgar Allan Poe (1809-1849) pasó a la historia -por desgracia para él, después de su prematura muerte a los 40 años- por recomponer la literatura gótica y romántica que se había visto antes de él y marcar a las generaciones futuras. El autor de El Cuervo o La verdad sobre el caso del señor Valdemar se anticipó al género de terror como lo conocemos ahora, hizo incursiones en la ciencia-ficción, y en su trabajo desesperado por ganar algo de dinero, tuvo una vida convulsa saltando de periódico en periódico como periodista.

Su vida quedó marcada desde niño con la muerte de sus padres cuando era un recién nacido. Fue adoptado por una familia acomodada de Virginia que le dio su primer apellido, pero con la que no congenió en ningún momento. Pasó por la universidad y el ejército, también sin ninguna estabilidad, tiempo que no obstante aprovechó para empaparse de cualquier libro que cayera en sus manos, y especialmente de materias de cosmología, la ciencia que trata de entender el origen y leyes generales del universo, y que en aquella época se veía como un lienzo en blanco sobre el que plasmar ideas.

De este contacto, y su enorme curiosidad por multitud de otras ramas del conocimiento, nacería la vertiente científica pero también pseudocientífica de Poe. El profesor de Historia de la Ciencia en la Universidad de Pennsylvania John Tresch ha dedicado buena parte de su trabajo a desenmarañar el controvertido legado científico de Poe en varios escritos. En él ha conseguido rastrear una relación de Poe con la ciencia que va de la admiración a la más pura negación. Una dualidad que solo podría darse en una mente que se recuerda tan atormentada como la del poeta de Boston, y que en última instancia no aclara si Poe fue una mente preclara también en materia científica, o simplemente un tipo dotado de una inteligencia lo suficientemente grande como para plantear respuestas, que aunque ambiguas, ponían en entredicho algunas de las hipótesis de la época.

¿Pudo adelantarse Poe a la teoría del Big Bang?

Los trabajos que más marcan la supuesta ligazón de Poe con el estudio del cosmos datan de la última parte de su vida, cuando la mayoría de sus biógrafos le achacan una vida desordenada tras la muerte de su mujer, su prima Virginia Clemm, por tuberculosis.

En 1848, en uno de sus últimos libros editados titulado Eureka, Poe se explaya a través de 150 páginas a caballo del ensayo en prosa y la poesía en una descripción de la historia de la astronomía y de su propia cosmología. En ella habla Newton, Kepler, Laplace y otros grandes hombres que hasta entonces habían fijado lo que sabíamos del Universo y sus leyes físicas. El poeta de Boston, con un lenguaje enrevesado y profundo, alude en buena parte del texto a la “intuición” de estos investigadores por encima de su método científico. De Kepler dice por ejemplo que “imaginó las leyes cósmicas con su alma”, en referencia a sus bases sobre el movimiento de los planetas, mientras que de Newton alude a su anécdota con la manzana, como dando mayor fuerza a la percepción del investigador que a la aplicación del conocimiento precedente para la elaboración de nuevas teorías. El hombre, en su posicionamiento romántico frente a la naturaleza, como no podría ser de otra forma con Poe, conseguía resolver sus acertijos de forma intrépida frente al trabajo sesudo del estudio.

La segunda parte de Eureka se lanzaba, con lenguaje poético, a plasmar la visión del cosmos de Poe. En ella, y es lo que más ha intrigado a sus biógrafos de esta vertiente, deja atisbar lo que algunos han entendido como una predicción de la teoría del Big-Bang 80 años antes de que Alexander Friedman y Georges Lemaître, especificaran sus primeros parámetros que después explorarían otros astrónomos y físicos. Poe escribe en concreto sobre una “partícula primordial” con la capacidad de dividirse, a la hora de hablar del origen del Universo:

“La asunción de la unidad absoluta en la Partícula primordial incluye la de la divisibilidad infinita. Concentrémonos en la Partícula entonces, para que no se agote por completo por la difusión al espacio. Desde la partícula, como centro, supongamos que se irradia esféricamente -en todas las direcciones- a distancias inconmensurables pero aún definidas en el espacio previamente vacío, un cierto número inexpresablemente grande pero limitado de átomos inimaginablemente pero no infinitamente diminutos”

Aunque cuesta desgranar lo que realmente quiere decir Poe en estas líneas, algunos han visto como decimos que su mente consiguió divisar la teoría hoy vigente del Big Bang. Sin embargo, tampoco debemos dejar que esto nos lleve a engaño. Poe nunca tuvo una formación específica, siendo su intuición fruto “del trabajo de un aficionado a la cosmología”, que es “esencialmente místico”, en palabras de John Horgan, director del Centro de Escritura Científica del Stevens Institute of Technology.

Entre la afición a las pseudociencias y las ramas puramente científicas

A la hora de valorar esta rama del pensamiento de Poe hay que tener en cuenta varias cosas. La primera, como hemos dicho, que sus mayores 'aportaciones' se produjeron en los momentos finales de su vida, cuando según sus biógrafos entró en una espiral de degradación y acabó muriendo por enfermedades y dolencias todavía hoy no aclaradas, pero que pudieron tener que ver con sus malos hábitos de vida pegados al alcohol y algunas drogas. La segunda, que el poeta fue, como muchos pensadores de la época un tipo que circulaba de forma ambivalente entre lo que hoy conocemos como ciencia reconocida y multitud de campos de estudio que hoy consideramos pseudociencias o pura superchería.

Al igual que se interesó por la astronomía o la biología, Poe por ejemplo se acercó también al mesmerismo (doctrina que apostaba por la presencia de una fuerza curativa entre seres vivos) o la fisiognómica, el estudio de los rasgos del rostro para determinar con ellos el carácter de un sujeto o, en los casos más extremos, si era un criminal, todas estas ramas hoy consideradas bulos propios de otra época.

Lo que sí está claro en cualquier caso es que Poe portaba una curiosidad que le hacía ir un paso más allá en muchos campos además de la literatura. Un ejemplo de ello en su cara científica fue una conferencia que dio en 1848, también meses antes de morir en la Society Library de Nueva York, en la que propuso una hipótesis para cerrar la conocida como paradoja de Olbers.

La paradoja de Olbers, heredara desde el siglo XVII, aludía a que, siendo que el universo era infinito pero estático (como se entendía entonces) debería dar como resultado un cielo completamente iluminado por la luz de las estrellas. Poe arguyó que si solo veíamos unas cuantas estrellas, quizá sería porque su luz no había llegado aún hasta la Tierra. Un acierto en el que queda la duda de si se puede achacar a su capacidad de razonamiento e imaginación, o a que verdaderamente contaba con una comprensión de la ciencia del cosmos dignar de tener en cuenta.

Quizá el mayor ejemplo de la dualidad con la que Poe veía la ciencia, es el poema que escribió en 1829, titulado “A la ciencia”, en el que deja entrever su admiración pero a la vez su incomodidad con un conocimiento que rompía las premisas sobrenaturales y pulsiones que plasmaba en sus escritos:

¡Ciencia! ¡verdadera hija del tiempo tú eres!
que alteras todas las cosas con tus escrutadores ojos.
¿Por qué devoras así el corazón del poeta,
buitre, cuyas alas son obtusas realidades?

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