Español, inglés, yoruba, chino, ruso, malayo… No importa el idioma. Si tecleas la palabra “ciencia” en el buscador de imágenes de Google es muy probable que —hayas usado una lengua u otra— se repitan siempre los mismos resultados, sin apenas variaciones: la célebre ecuación “E=mc2” formulada por Einstein, una representación del átomo, los símbolos de los números pi y fi, la silueta de un microscopio o un tubo de ensayo y la estructura en forma de doble hélice del ADN. Juntos conforman el imaginario universal de la ciencia, aderezado con otras imágenes icónicas, como la instantánea del Congreso Solvay de 1927 —que concentra a algunos de los mayores genios del siglo XX— o la famosa foto que le tomaron a Albert Einstein durante la celebración de su 72 aniversario y en la que se le ve sacando la lengua.

El retrato de los asistentes al Congreso Solvay en Bruselas es mérito de Benjamin Couprie. El del irreverente Einstein la firma el fotógrafo Arthur Sasse. El primero se captó en pleno duelo dialéctico entre Einstein y Bohr, que dejó uno de los comentarios más célebres de la historia de la ciencia —el “Dios no juega a los dados” que le espetó el padre de la teoría de la relatividad a su colega danés—. La segunda imagen la tomó Sasse en Princeton, en marzo de 1951, cuando el Nobel alemán abandonaba su fiesta de cumpleaños con Frank Aydelotte y su esposa Jeannette Osgood. Burlón y por momentos harto del peso de la fama, Einstein hizo caso omiso de los paparazzi que le rogaban una sonrisa. En vez de dedicarles una mueca cómplice, abrió la boca y sacó la lengua para asombro de periodistas y el matrimonio Aydelotte. El objetivo de Sasse fue el único en captar el instante.

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Nogas1974 (Wikimedia)

Pocas imágenes icónicas de la ciencia pueden presumir sin embargo de haber salido de los pinceles de una consumada pintora de desnudos femeninos que descifró mensajes nazis durante la Segunda Guerra Mundial y se encogió de hombros cuando su marido le contó excitado que había alcanzado un descubrimiento que le haría ganar el Nobel. Ese es patrimonio exclusivo del dibujo de la estructura del ADN, obra de la artista británica Odile Crick. En el apasionante relato del descubrimiento de la doble hélice el suyo es otro de los nombres que han sido olvidados, junto al de la científica Rosalind Franklin.

Aunque los papeles de Odile y Franklin fueron muy distintos comparten algo en común: sus aportaciones terminaron durante años en la cuneta de la historia. A la química londinense se le reconoce ya su contribución crucial para desentrañar el ADN. Sin la famosa “Foto 51” que logró junto a su doctorando, Raymond Gosling, como mínimo uno de los hitos científicos del siglo XX hubiese tardado algo más en alcanzarse. El reconocimiento a Odile Crick por su mérito al divulgar la estructura del ADN se demoró algo más. Al menos en España se ha empezado a reivindicar en los últimos años —sobre todo a raíz de su muerte, en 2007—. El 65 aniversario de la publicación del artículo de la doble hélice en Nature es buen momento para recordar quién era.

60 años sin Rosalind Franklin, la científica ignorada en la doble hélice del ADN

Un accidente con coles que acabó en boda

La autora de una de las imágenes más emblemáticas de la ciencia del siglo XX nació en King´s Lynn, Norfolk (Inglaterra), en agosto de 1920, hija de un joyero local y una francesa. Durante su juventud hizo gala del apellido de su progenitor —Speed (velocidad)— y se zambulló de lleno en su gran pasión: el arte. Cuando en 1938 los nazis ocuparon Austria Odile se encontraba en Viena estudiando, lo que le obligó a regresar a Reino Unido. Antes —y a pesar de que tenía apenas 18 años— ya había pasado por grandes capitales, como Londres y París.

De regreso en Inglaterra, Odile se incorporó a las filas del Women´s Royal Naval Service. Su dominio del alemán llevó a los mandos británicos a encomendarle la traducción de documentos capturados a los nazis y el descifrado de códigos. Caprichos del destino, en el mismo complejo del Almirantazgo en el que terminó trabajando —en Londres— tenía su despacho un físico de ojos gatunos, tupidas cejas, nariz afilada y un amplia sonrisa que investigaba minas magnéticas y acústica: Francis Harry Compton Crick. Ambos se conocieron en 1945, cuando el científico rozaba la treintena y la artista tenía 25 años.

Según relataba en julio de 2007 el periódico Los Angeles Times en un obituario sobre Odile, su primer encuentro parece sacado de una comedia romántica al más puro estilo Hugh Grant: Odile derramó por accidente una bolsa de coles de Bruselas cerca del escritorio de Francis Crick. Mientras la ayudaba a recogerlas, el físico —que por entonces estaba divorciándose de su primera esposa, Ruth Doreen Dodd, con quien había tenido un hijo en 1940— le pidió una cita. La relación fraguó y en 1949 la pareja pasaba por el altar para darse el “sí quiero”.

odile y francis crick

Mark S. Bretscher, Graeme Mitchison
(The Royal Society Publishing)

Cuatro años después de casarse, un día -a principios de 1953-, Francis llegó a casa hecho un tembloroso manojo de nervios. Tras mucho tiempo de dedicación y alguna experiencia frustrante, el físico había dado al fin junto a su compañero James Watson con la estructura del ADN. Como recordaría más tarde Crick, el anuncio no despertó el menor interés en su esposa. La frialdad de la artista era comprensible. No mucho antes Crick y Watson —que trabajaban en el Cavendish Laboratory de Cambridge— ya habían presentado un modelo sin grandes resultados.

“Siempre regresabas a casa y decías cosas así, así que naturalmente no pensé en nada”, espetaría tiempo después Odile a su esposo. En aquella ocasión se equivocó. El entusiasmo de Crick y Watson estaba justificado. La pareja de científicos de Cambridge había tenido acceso a la “Foto 51” obtenida por Rosalind Franklin y Raymond Gosling. La imagen era crucial porque reflejaba de forma nítida la estructura helicoidal del ADN. Con esa información decisiva y su propio trabajo, los de Cavendish desarrollaron su propuesta de doble hélice.

El modo en cómo llegaron a la “Foto 51” es uno de los capítulos más injustos de la ciencia del siglo XX. Watson pudo acceder a ella gracias a Maurice Wilkins, compañero de Franklin en el King´s College e investigador también de la estructura del ADN. El problema es que la química no era consciente —ni mucho menos había dado su permiso— para que Wilkins compartiese sus avances con otros científicos ajenos al laboratorio. Si el contenido de la “Foto 51” no se hubiera aireado es probable que la historia de la doble hélice hubiera sido otra.

El error de Pauling que precipitó el artículo sobre la doble hélice del ADN

El dibujo que definió la biología moderna

Entre finales de 1952 y 1953 Watson y Crick pisaron el acelerador de sus investigaciones. La pareja saboreaba las mieles del reconocimiento pero era consciente de que debía darse prisa. En diciembre del 52 habían tenido acceso al borrador de un artículo de Linus Pauling en el que el prestigioso químico planteaba un modelo de hélice triple. Su propuesta era errónea —Pauling no había tenido acceso a los últimos datos que sí conocían Watson y Crick—, pero si se añadía a los avances en el King´s College daba una idea clara de que desentrañar la estructura del ADN era casi una carrera a contrarreloj.

Crick y Watson decidieron publicar sus conclusiones. De la parte teórica podían encargarse ellos sin el menor problema, pero había un campo en el que necesitaban ayuda: ¿Cómo ilustrar su modelo? “Francis no era capaz de dibujar y yo tampoco y necesitábamos algo con mucha prisa”, recordaba Watson en 2007. Los investigadores decidieron echar mano del talento de Odile, la esposa de Crick. Le pidieron que trazara un boceto en blanco y negro basado en el análisis matemático de las imágenes obtenidas mediante la cristalografía de rayos X.

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Wikipedia

El dibujo de Odile se publicó con el artículo de Watson y Crick en el número de Nature del 25 de abril de 1953. El texto fue crucial y marcó un hito en la historia de la biología. El diseño de Odile fijó un nuevo referente en el imaginario colectivo. “El boceto tiene una importancia icónica más allá de su valor científico; llegó a simbolizar el descubrimiento de la base biológica de la vida y la evolución”, explicaba en 2007 el profesor Terrence Sejnowski, del Salk Institute, a New York Times. Sejnowski señala que el dibujo de Odile tiene grandes aciertos, pero no alcanza la precisión de los actuales.

“Los modelos que se ven ahora tienen todos los átomos”, abunda el investigador del Salk Institute, quien apunta que el diseño elaborado a contrarreloj por Odile en 1953 aportó “el punto de partida”, “la columna vertebral y el contorno desnudo” sobre el que se trabajaría después. “Puede ser el dibujo más famoso del siglo XX, en el sentido de que define la biología moderna”, abundaría Sejnowski en declaraciones al Washington Post tras la muerte de la artista.

Las ilustradoras que convirtieron la ciencia en arte

Una gran pintora... olvidada

En el artículo recogido por Nature en 1953 se reproduce el diseño de Odile con un breve pie de foto: “Esta figura es puramente diagramática. Las dos cintas simbolizan las cadenas fosfato-azúcar y las barras horizontales, las parejas de bases que unen la estructura. La línea vertical marca el eje de la fibra”. No hay mención alguna a su autora. En cuanto a Franklin, solo se la nombra de pasada —junto a Wilkins— por haber “estimulado” con su labor a Crick y Watson.

Crick, Watson y Wilkins recibieron el Premio Nobel de Fisiología o Medicina en 1962 por “sus descubrimientos acerca de la estructura molecular de los ácidos nucleicos”. Franklin falleció en 1958, con menos de 40 años, a causa de un cáncer de ovarios. Hacia finales de la década de 1970 Francis y Odile se mudaron a California después de que el afamado científico fuese escogido para la cátedra del Salk Institute. Su esposa siguió dedicándose a su gran pasión: pintar, en especial desnudos femeninos. El Nobel fallecería en 2004. Su esposa, justo tres años después, en julio de 2007, en su casa de La Jolla, en California, a orillas del Pacífico.

Con su diseño de la doble hélice Odile se sitúa en la estela de grandes ilustradoras que a lo largo de los siglos han demostrado el perfecto maridaje al que se prestan ciencia y arte. Antes que ella ya habían cogido los pinceles para plasmar sobre el papel los detalles de la naturaleza Sarah Lindley Crease, Sarah Ann Drake, Augusta Innes Withers, Sarah Price o Anne Lister, entre otras muchas creadoras. Al igual que hizo Odile, sus piezas muestran a menudo precisos detalles que se escapan al ojo humano e incluso a la fotografía.

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