La decoración del cuerpo es, sin duda, uno de los elementos más estudiados por la antropología. Parece mentira, cosa de la historia moderna, pero el ser humano siempre ha querido diferenciarse del resto de alguna forma u otra. Ya fuese por manifestar su estado de ánimo, personalidad, organización o clase social, la estética siempre ha sido relevante. Y lo que es más importante, tan antigua como el propio ser humano. Podemos añadir mejores avances, más química o productos menos tóxicos, pero no hemos inventado nada. La moda, los cortes de pelo o los populares tatuajes han sido elementos esenciales en la evolución misma. A la lista se une también el esmalte de uñas; una historia que trasciende la moda de los últimos tiempos y se remonta a miles de años antes de Cristo.

Mitos y verdades sobre los tatuajes

Mujeres y hombres, a lo largo de la historia, siempre han sentido la necesidad de alimentar su vanidad. Las uñas no iban a ser menos. No está claro quiénes fueron los primeros en traer el esmalte de uñas al mundo: los historiadores se mueven entre Egipto y China unos 3.000 años a.C. Antes de ellos no se han encontrado pruebas fehacientes de que se decorasen las uñas de alguna manera u otra, pero tampoco se descarta tal posibilidad. En cualquier caso, las primeras versiones del actual pintauñas se fabricaba a base a pigmentos naturales. Algunos fabricados con henna y otros con otros productos naturales, los primeros en usar esta opción estética pertenecían a las mejores clases sociales, independientemente de que fuesen hombres o mujeres. Normalmente vinculados a la realeza esto se explicaba precisamente por los colores: en tonos anaranjados, rojizos o negros, estas opciones estaban limitadas por norma solo a las clases más altas. Nefertiti con sus uñas rubí o Cleopatra en rojo oscuro fueron de las primeras en rendirse a la moda nail.

Bajo el cuño de la dinastía Ming en China un enfoque más eficiente de la manicura. La permanencia y durabilidad eran objetivos para los esteticistas de la época. Añadieron derivados del la cera de abejas, huevo o gelatina para hacer que los tintes permaneciesen más tiempo "vivos". Más tarde, aproximadamente en el 600 a.C, llegaron los esmaltes fabricados con oro y plata, sinónimo de poder durante el Gobierno de la Dinastía Chou.

Como muchas otras costumbres acuñadas en el mundo egipcio, la de pintarse las uñas pronto pasó a la antigua Europa de la mano de Grecia y Roma. Indistintamente del sexo del que se estuviese hablando, el esmalte siguió siendo para estas dos culturas un sinónimo de estatus social.

Unos siglos de diferencia

La estética dejó de ser un hecho esencial durante los complicados años de la Edad Media. Una clara imposición religiosa y política que, muy probablemente, dejaron a la estética como última necesidad explican las razones de por qué no se han encontrado demasiadas evidencias del uso de esmaltes. Los historiadores se ponen de acuerdo en el hecho de que la gran cantidad de enfermedades que se sucedieron esos años fueron determinantes. Sin pigmentos y lo más cortas posibles para mantener el máximo de higiene posible y evitar la peste.

Hubo que esperar al siglo XX para retornar a la cultura de la moda una costumbre ya por entonces milenaria. Se abandonaron los pigmentos naturales y se optó por la pintura para coches. Literalmente. Basados en la misma fórmula que se empleaba para los vehículos, en una versión menos consistente, en 1920 se crearon los primeros esmaltes sintéticos. Rojo, rosa o coral fueron los colores elegidos. Pero el mayor cambio no llegó con su fabricación, sino con su objetivo. En el siglo XX ya no había un enfoque masculino del esmalte y, ni mucho menos, una referencia al estatus social. Su publicación en revistas femeninas supuso la concepción del esmalte de uñas como otro mecanismo de democratización de la belleza.

El boom llegó al mundo de los esmaltes cuando las grandes estrellas femeninas de Hollywood siempre lucían uñas esmaltadas. Más largas, más cortas, puntiagudas o redondeadas, colores más discretos o los fluor de los años 80 pero la realidad es que desde las primeras décadas del siglo XX la moda de las uñas no ha dejado de evolucionar.

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