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Fuente: stanislave | Shutterstock

La desconfianza hacia las vacunas ha crecido en los últimos años, a pesar de ser una de las estrategias más importantes para proteger la salud pública. Este recelo podría explicar la disminución del porcentaje de personas inmunizadas frente a enfermedades infecciosas, una tasa conocida como cobertura vacunal. Un estudio, publicado hoy en la revista JAMA Pediatrics, asegura que los niños diagnosticados con autismo y sus hermanos pequeños están menos vacunados que los pequeños de su misma edad que no padecen este trastorno.

El trabajo ha realizado un análisis retrospectivo para comparar la cobertura vacunal de casi 4.000 niños autistas, nacidos entre 1995 y 2010 en Estados Unidos, y de más de 592.000 pequeños de la misma edad que no tenían el trastorno del espectro autista (TEA). Para las vacunas recomendadas en el país norteamericano entre los cuatro y los seis años, los jóvenes con autismo "estaban significativamente menos inmunizados" que los niños sin autismo. Por otro lado, los científicos también estudiaron la tasa de vacunación de los hermanos pequeños, que era menor en el caso de los familiares de pequeños con el trastorno del espectro autista.

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Según la investigación, en la que han participado científicos de los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC, en inglés) de Estados Unidos, de la empresa Kaiser Permanente y del Centro de Epidemiología Clínica y Salud Pública de Marshfield, "los padres que han tenido un niño con trastorno del espectro autista tendían a rechazar al menos una vacuna recomendada para el hermano más pequeño y limitar el número de vacunas administradas durante el primer año de vida del pariente del pequeño con autismo". Esta menor inmunización, sin embargo, no se observó en las vacunas recomendadas para la franja de edad comprendida entre los once y los doce años.

"Hemos visto que después de que los niños recibieran el diagnóstico de autismo, las tasas de vacunación eran significativamente más bajas en comparación con personas de la misma edad que no presentaban el trastorno del espectro autista", explica Ousseny Zerbo, del Departamento de investigación de la empresa Kaiser Permanente. "Hubo grandes disparidades en las tasas de vacunación entre los niños con y sin trastornos del espectro autista, así como entre sus hermanos, en todos los grupos de edad y después de ajustar factores de confusión importantes", añade Nicola Klein, directora del Centro de Estudios sobre Vacunas de Kaiser Permanente.

«De alguna manera, las vacunas han sido víctimas de su propio éxito»

El bulo de que las vacunas causan autismo

Los autores, que han recibido financiación de compañías farmacéuticas para otros trabajos —como declaran en el apartado de conflictos de interés del artículo—, alertan de que esta práctica incrementa las posibilidades de que [los niños autistas] contraigan una enfermedad prevenible con las vacunas. Su estudio en JAMA Pediatrics da a conocer resultados parecidos a los obtenidos por otro trabajo publicado en 2014 en la revista Autism, donde también se alertaba de las menores tasas de inmunización de los niños con TEA en Canadá. A pesar de que los científicos no identifican los factores que podrían contribuir a esta reducida cobertura vacunal, sí sugieren que "el rechazo de los padres hacia las vacunas" podría explicar en parte sus resultados.

"Numerosos estudios científicos han descartado la relación entre la vacunación infantil y la incidencia de los trastornos del espectro autista. No obstante, este nuevo trabajo sugiere que muchos niños con autismo y sus hermanos más jóvenes no están correctamente inmunizados", comenta Frank DeStefano, de los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC, en inglés) de Estados Unidos y coautor del artículo publicado en JAMA Pediatrics. En el caso de Europa, donde de momento no hay estudios específicos en los pacientes con TEA, el recelo frente a las campañas de inmunización es una de las causas de la mayor incidencia de patologías como el sarampión. El número de casos se ha cuadriplicado en el viejo continente en los últimos meses, aunque en España los brotes de esta enfermedad no hayan tenido relación con los movimientos antivacunas.

Parte de la desconfianza procede en realidad de un bulo que relaciona vacunas y autismo. El mito surgió a raíz de un estudio fraudulento publicado por Andrew Wakefield en la revista The Lancet, que manipuló sus resultados con el fin de asociar la vacuna triple vírica (sarampión, paperas y rubeola) con el incremento de casos de autismo. El facultativo, que luego fue apartado de la profesión médica en Reino Unido y cuyo estudio fue retirado, tenía fuertes intereses económicos, ya que iba a asesorar a la compañía que demandaría después a las empresas productoras de dicha vacuna, como demostró una investigación realizada por el periodista científico Brian Deer.

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Pan American Health Organization (Flickr)

Los resultados del artículo de Wakefield, sin embargo, continúan siendo difundidos a pesar de ser falsos, como sucedió hace unos meses con el presentador Javier Cárdenas. Sus declaraciones fueron posteriormente criticadas por organizaciones de médicos y de pacientes. Según explica a Hipertextual Cristina Gutiérrez, técnica de investigación de la Confederación Autismo España, la relación entre las vacunas y el trastorno del espectro del autismo es "una falsa creencia". Un posicionamiento, compartido con la Asociación Española de Profesionales del Autismo (AETAPI), donde la entidad señalaba que "no existe evidencia que relacione la vacunación y el desarrollo de los TEA".

Gutiérrez puntualiza que no hay por el momento estudios que analicen el nivel de inmunización de los pacientes con autismo en España, aunque nuestro país no se sitúa entre las regiones donde más triunfan los antivacunas. Francia, donde se obliga a administrar algunas vacunas infantiles, es el país que más desconfía de la inmunización, con un 41% de las personas que recelan de su seguridad. No obstante, aunque pueden causar efectos secundarios como ocurre con los medicamentos, la vacunación nos permite protegernos frente al ataque de virus o bacterias y evitar las enfermedades infecciosas, representando "un hito fundamental" en la historia de la medicina, según la Asociación Española de Pediatría.

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