Quizá la mejor muestra de que Santa Claus, Papá Noel, o el Viejito Pascuero es actualmente un producto propio del consumismo sea ver cómo en países del hemisferio sur, donde es pleno verano con más de 30 grados de temperatura, en cada centro comercial hay por Navidad un tipo ataviado con una barba postiza y un atuendo rojo y blanco que tiene que estar muriéndose de calor.

Sin embargo, las raíces más profundas de la actual tradición beben directamente de algunos ritos paganos donde ya se celebraba el solsticio de invierno como una época de gratitud y regalos hacia los demás. A fin de cuentas, es un tiempo donde la mayoría de las labores de la cosecha ya estaban hechas y las personas de la época tenían algo más de tiempo para pasarlo bien con sus familias.

A lo largo del mundo y de toda la historia se reconocen tradiciones similares a la actual que fluctúan entre finales de diciembre y comienzos de año en las que se entregaban regalos. Eso sí -y mantengamos a los niños alejados de todo esto- la figura actual de Santa Claus no fue más que una creación, o mejor dicho recuperación, de celebraciones antiguas para que los mayores no nos emborracháramos. Entre esas tradiciones paganas de hace siglos, y el abuelo rechoncho montado en un trineo tirado por renos hay sin embargo una gran evolución. La historia de cómo pasamos de venerar a San Nicolás de Bari a esperar los regalos de Papá Noel.

De San Nicolás a Santa Claus

Como es conocido, el origen primigenio de Santa Claus se encuentra en San Nicolás de Bari, un obispo del siglo IV de la ciudad de Mira, en lo que hoy es Turquía. Su vida y obra han dado para muchas leyendas. Sabemos, por una reconstrucción en 3D de su rostro realizada a partir de sus restos por Caroline Wilkinson, antropóloga facial en la Universidad de Manchester, que murió con la nariz rota, quizá fruto de alguna pelea o por la persecución que en esa época el Imperio Romano realizaba sobre los primeros cristianos. También sabemos que mandó derruir el templo de Artemisa en Miraen su afán por erradicar los ritos paganos y que fruto la represión que existía a su vez sobre el cristianismo pasó algunos años en la cárcel, donde se cuenta que le prendieron fuego a su barba.

Y ahí quizá acaben todas las certezas, porque después su historia, como la de muchos otros paleocristianos, se envuelve en leyendas. Lo que sí nos cuentan estos mitos es que San Nicolás tenía especial predilección por la juventud, y que ese es el principal punto de unión que lo hace el precursor del moderno Santa Claus.

Según cuenta el historiador Gerry Bowler en su libro Santa Claus: A Biography, durante la Edad Media circularon especialmente dos leyendas que tenían al santo como cuidador de los niños. La primera trata sobre la vida de un comerciante que no tenía dinero para pagar el futuro de sus hijas, lo que le hacía temer que acabaran ejerciendo la prostitución para sobrevivir. Ante esto, San Nicolás acabó colándose en la casa del comerciante para dejar algo de oro, que a la larga alejó a sus hijas de las calles.

La segunda se asemeja más a una historia de terror. Durante una estancia en una posada San Nicolás se percató de que habían descuartizado a dos niños, metiendo sus cadáveres en barriles. El santo los reconstruyó y los devolvió a la vida, obrando uno de sus más conocidos milagros que lo acabarían santificando.

Los regalos se daban originalmente el 6 de diciembre

Fruto de esta herencia de ayudante de los niños, en muchos países se comenzó a adoptar la tradición de hacer un regalo a los más pequeños la noche antes de su festividad, el 6 de diciembre, en la que San Nicolás también advertía a los niños de que debían portarse bien. Esto es algo que se mantiene aún con fervor en Holanda y Bélgica -de donde procedería el término moderno de Santa Claus, derivado del término Sinterklaas- donde se sigue aguardando la llegada de San Nicolás.

Pero, ¿Cómo se pasó de entregar regalos del 6 al 25 de diciembre? La respuesta está en la reforma protestante del siglo XV cuando después de las tesis de Lutero se prohibió la devoción a los santos, y con ello también a San Nicolás. Allí, el libro de Bowler recoge que en muchas zonas de Europa central se trasladó esta entrega de regalos al día de Navidad, dando protagonismo como portador al Niño Jesús, quien era acompañado también de otros personajes no tan gratos como Ru-klaus, una especie de Papá Noel antiguo con ropa oscura que controlaba a los niños.

En cierto modo, se trataba de desdoblar el papel que tenía San Nicolás al premiar a los niños buenos pero también advertir a los malos en personajes distintos ya que el Niño Jesús, lógicamente, no funcionaba en el papel más amenazante. Variedades más macabras de este “acompañante malvado” como el Krampus, una especie de demonio con cuerpo de cabra, también se retomaron en este época como herencia de ritos pre-cristianos.

La llegada de San Claus a América... y al resto del mundo

Con la entrega de regalos ya marcada en el día de Navidad en algunas zonas de Europa, toca avanzar hacia los primigenios Estados Unidos para encontrar el germen del Santa Claus moderno. Durante el comienzo del siglo XIX en Estados Unidos la Navidad era poco más que un día festivo que los trabajadores de las entonces incipientes ciudades aprovechaban para salir de fiesta y, en resumidas cuentas, ponerse borrachos. “Se celebraba como una especie de fiesta común llena de alcohol y jolgorio”, relata Bowler.

Es entonces cuando varias entidades religiosas comenzaron a promocionar de nuevo el mito de Sinterklaas, el Santa Claus holandés que muchos holandeses habían llevado hasta Nueva Ámsterdan, la actual Manhattan. El objetivo: que se volviera a dar regalos a los niños el día de Navidad, y así convertir lo que era una fiesta de jolgorio y desenfreno en una fecha marcadamente familiar.

Los comerciantes, como en la actualidad, abrazaron la celebración por lo que suponía para sus ventas, y ahí comenzó a pulirse la actual visión de Santa Claus, que en contra del mito no tuvo nada que ver en sus colores una campaña de Coca-Cola, aunque sí ayudaría a expandirla por todo el mundo y afianzar su imagen actual.

A ello contribuyeron varios poemas y cuentos infantiles que adaptaron la tradición holandesa a los Estados Unidos. El libro de Washington Irving de 1809 Knickerbocker’s History of New Yorkretrataba por primera vez a un San Nicolás que sobrevolaba las casas en una especie de vagón tirado por un único reno. Posteriormente, en 1821, un poema anónimo titulado The Children’s Friend asociaba ya directamente a este personaje a la Navidad, y en un intento por adaptar al inglés la voz Sinterklaas lo llamaba “Santeclaus”. Solo un año después, otro cuento infantil esta vez escrito por Clement Clarke Moore y llamado originalmente A Visit From St. Nicholas -aunque ahora quizá suene más como The Night Before Christmas- acabó de expandir la tradición. Fruto de estos tres relatos publicados en tan poco tiempo, San Nicolás ya acabó llamándose Santa Claus, y se colaba en las casas por las chimeneas para dejar regalos mientras recorría el mundo en un trineo tirado por renos.

A esta ligazón en tan poco tiempo de cuentos y relatos Bowler la describe como un fenómeno “viral” de la época. Su forma final, con su traje rojo como lo conocemos ahora, fue fruto de una representación de lcaricaturista Thomas Nast ya cerca del siglo XX. Nast, el mismo que dibujó el burro y el elefante para los partidos Demócrata y Republicano, lo pintaba como un abuelo rechoncho que recibía a multitud de niños. Igual que estas fechas en cualquier centro comercial. La campaña de Coca-Cola en los años 30, adoptándolo como imagen, y la expansión de bases norteamericanas tras la Segunda Guerra Mundial por todo el mundo, harían que Santa Claus se hiciera definitivamente universal, suplantando en parte las tradiciones originales que le hicieron nacer.

La respuesta comunista a Santa Claus

En la actualidad, existe mucha gente a la que el personaje de Santa Claus o Papá Noel no le parece adecuado, en gran parte por verlo como parte de una campaña a favor del consumismo que también ha suplantado sus tradiciones locales. A la antigua URSS, tampoco le gustó.

En la década de 1930, y temiendo que Santa Claus sentara bandera en su territorio, Stalin hizo todo lo posible por recuperar la figura de Ded Moroz, o el Abuelo Frío. Este personaje, un anciano de origen eslavo que también repartía regalos -y que puede ser otra de las fuentes del Santa Claus actual- se representó entonces en azul y se intentó que ganara la batalla a Santa Claus.

Este intento por mantener las tradiciones propias sigue vigente en parte de Europa Central, donde en Austria por ejemplo se sigue valorando la figura del Kris Kringle-el Niño Jesús que mencionábamos antes-, pero también en España, donde más allá de los Reyes Magos, también existen tradiciones locales como el Olentzero en País Vasco y Navarra o el Tió de Nadal en Cataluña y partes de Aragón.

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