Si no tienes de algo, se te presentan dos opciones: prescindir de ello u obtenerlo sea como sea. El fenómeno de Silicon Valley sólo podrá reproducirse una vez en la historia; el cúmulo de coincidencias que allí se dieron, en las que intervienen conceptos relevantes como el espacio, tiempo, el dinero y las circunstancias históricas han dotado a la región de sus peculiaridades actuales. Tanto lo mismo con lo que Israel y su Silicon Wadi que, por una cuestión de necesidad, ha sabido enfocar sus esfuerzos hacía una industria emprendedora de calado mundial. El resto sólo puede soñar con rozar estos límites muy de lejos.

En el caso de Rusia se ha optado por obtenerlo a toda costa. Hace ya casi 7 años que cerca de la capital del país, en una región conocida como Skolkovo, el presidente en funciones por aquel entonces, Dmitri Medvédev, firmaba la orden de que Rusia no podía quedarse atrás. Nacía de esta manera el Skolkovo Institute of Science and Technology, situado en la región con su mismo nombre. Casi una década después, el monumental espacio dedicado única y exclusivamente a la innovación y al emprendimiento al abrigo del Gobierno de Rusia sigue su desarrollo con casi el 40% de su superficie construida.

Compuesto por varios centros de exhibiciones y exposiciones, viviendas por y para los participantes, colegios, centros de desarrollo y, como joya de la corona, una universidad pública con el MIT como socio principal de la organización. La cual no concede más de diez plazas por clase, pero que no deja de ser de financiación estatal. Después de todo, estamos hablando de Rusia.

Centrados en energía, tecnologías de la información, comunicación, investigación biomédica y tecnología nuclear, sus más de 1,5 millones de metros cuadrados están dedicados a devolver el brillo que una vez tuvo Rusia en el pasado. Históricamente punteros en ciencias y tecnología, después de todo fueron pioneros en la carrera espacial –aunque fuese en un intento de superar a su enemigo acérrimo, Estados Unidos– sus últimos registros dejaban mucho que desear. Una falta de espíritu emprendedor de los jóvenes de la nación había dejado al país sin apenas patentes competitivas, ni compañías con capacidad de internacionalización. Comentaba Victor Vekselberg, presidente de la fundación Skolkovo en el marco del Startup Village 2017, que "hay que determinar las direcciones a las que se quiere llevar las empresas, pero no es fácil transformar los márgenes de la economía". Se sumaba a la propuesta uno de los socios de EY en Rusia, Mikhail Romanov, apuntando a una peculiaridad de la sociedad rusa: "El espíritu de negocio del país es muy conservador". Y todo el mundo sabe que cambiar costumbres arraigadas es lo más difícil.

Lo curioso de todo esto es que, en contra del historial ruso, la colaboración de empresas de todo tipo en el desarrollo se ha dado cita en Skolkovo. Las alemanas Siemens o Nokia, Ericsson, compañías de Israel y especialmente un grupo de compañías estadounidenses (Microsoft, Boeing, Intel, Cisco, Dow Chemical, EMC Corporation, IBM o Johnson & Johnson) cuentan con oficinas de desarrollo en dicho distrito.

Un problema de raíz

Sólo para entrar a Rusia como turista es necesario pedir el visado casi un mes antes de entrar en el país. Además, es necesario que alguna organización o empresa acredite tu entrada a través de una invitación con sello oficial. En otras palabras, pedir el visado para entrar en el país como simple visitante no es nada fácil. Si ya nos ponemos en la tesitura de tener que solicitar un permiso de trabajo, la cosa se puede poner muy complicada. Proteccionistas por naturaleza, dar entrada a mano de obra extranjera no ha sido nunca uno de los fuertes de Rusia.

De esta manera, el Gobierno decidió aplicar una política de inmigración completamente diferente a la que controla el resto de Rusia. Desde las instancias públicas se decidió que se concedían 30 días de prueba para acceder a la región de Skolkovo y, si se concedía el puesto de trabajo, se otorgaba el visado de trabajo durante tres años. Una forma un tanto peculiar de atraer el talento, pero que supone un paso adelante.

A esto se le suma una mora fiscal de unos 5 o 7 años, dependiendo del perfil de las compañías que allí se alojen, para intentar aumentar sus números de patentes y empresas tecnológicas.

Financiación a la antigua usanza

La duda del millón es la de cuánto ha costado toda esta inversión de proporciones épicas. El equipo de la fundación confirma que el 60% de los fondos vienen de compañías privadas, el resto tiene origen en los fondos públicos de los Presupuestos del Estado. Sólo en 2010, Rusia destinó 3.900 millones de dólares, que se vieron incrementados hasta los 22.000 millones de dólares en el año siguiente. Para 2013, las inversiones públicas han continuado con la aportación de 17.300 millones de dólares.

El problema, por tanto, viene de los fondos privados que requieren levantar millones de dólares en rondas de inversión. Motivo por el cual muchos de los proyectos se encuentran parados a la espera de fondos.

El problema de todo esto es la base del problema de la artificialidad. El proyecto megalómano sobre el que se está construyendo el emprendimiento puede generar un ecosistema artificial que no consiga cumplir con las expectativas de futuro del Gobierno ruso. La historia dice que, lo que se fuerza a base de cheques, no suele salir bien.

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