Saludas a la multitud junto a tu querida esposa. El aire golpea tus ojos y ves con dificultad, pero como siempre has dicho, no hay nada mejor como montar la caravana presidencial.

Tu mano se levanta en señal de saludo e impacta el primer disparo, eres rápidamente derrumbado al suelo de la caravana y escuchas los dos disparos siguientes. Las banderas ondean rápidamente mientras el vehículo acelera hacia el Hospital Memorial Parkland en Dallas, Texas.

Mientras continúa la confusión levantas tu cabeza y apartas a uno de los guardias de seguridad que tenías encima, el viento sigue hiriendo tus ojos pero los abres ampliamente para besar a tu esposa. El carro se detiene finalmente y la noticia sondea tus oídos «el presidente Kennedy ha sido herido».

Después de algunos gritos entras a la sala de emergencias, el jefe de seguridad sigue insistiendo en que la locación no es segura y pide un viaje instantáneo a Wahsington, te apartas violentamente del círculo de guardias que te rodea y pides conocer la situación del malherido. Son las 12:43, a menos de una hora después tu presidente yace muerto en la habitación de urgencias.

Caminar se hace más difícil y los temblores se esparcen, el paro cardíaco que sufriste hace ocho años tampoco ayuda. Después de veinte minutos ingresas en un carro de policía común, sin llamar mucho la atención, y alrededor del viaje otro hombre se encarga de ponerte el peso encima para permanecer debajo de la ventana.

Abordas el avión presidencial, la primera dama se rehúsa a despegar sin el ataúd de su esposo. Mientras este es abordado en la aeronave tomas el juramento «así que ayúdame Dios» y la primera dama con su vestido ensangrentado entrega la corona a tu esposa.

Según el libro El Detalle de Kennedy un acto accidental estuvo a punto de ocurrir la noche después del trágico evento, y de haber ocurrido América hubiera enfrentado uno de sus momentos más oscuros.

Escrito por Gerald Blaine, un agente de seguridad que permaneció en la casa del nuevo presidente para resguardar los males, un dato específico respecto a su casi asesinato de Lyndon B. Johnson nos hizo considerar una aterradora realidad que pudo haber desencadenado un golpe masivo contra la voluntad norteamericana.

Como si eso ya no estuviera hecho...

A altas horas de la noche del fatal día, Blaine custodiaba la residencia presidencial salvaguardándola de posibles amenazas, y escuchando unos pasos a la distancia levantó su ametralladora Thompson listo para disparar:

Había esperado que los pasos retrocedieran con el ruidoso sonido de la pistola activándose, pero seguían acercándose, el corazón de Blaine latía con fuerza, con el dedo apoyado en el gatillo, déjame ver tu cara, tú maldi@*".

Unas milésimas más tarde y el extraño invasor hubiera recibido el impacto de bala, mostrando la eficiencia del Servicio Secreto y teniendo dos sustos de muerte —literalmente— en un mismo día.

El agente hubiera recibido probablemente una medalla sólo si no hubiera ocurrido lo que escribe a continuación:

Al instante siguiente, había un hombre acompañando los pasos. El nuevo presidente de los Estados Unidos, Lyndon Baines Johnson, acababa de doblar la esquina, y Blaine tenía la pistola apuntando directamente al pecho del hombre. En la oscuridad de la noche, el rostro del señor Johnson se puso completamente blanco".

Un pequeño y usual ataque de urgencias llevó al nuevo presidente a tomar un pequeño paseo nocturno al baño más cercano, mientras hacía sus necesidades en aquel arbusto la figura ensombrecida apuntaba su rifle, y mientras volvía somnoliento a su habitación los dos hombres pasaron el susto más grande de sus vidas.

Quizás necesitaba un poco del tratamiento Johnson.

Una pequeña catástrofe que se evitó por casualidades del destino, pero que sin duda hubiera detonado millones de teorías conspirativas que si bien veían difícil de creer la muerte de un presidente, se les haría imposible, incluso al público en general, aceptar la muerte de dos presidentes en un mismo día. Todo a raíz de un pequeño accidente de visión.

Y si esto no hubiera sido suficiente para desencadenar un pánico generalizado, el siguiente sucesor al cargo era el congresista John William McCormack. Que constituía una versión mayor de Lyndon Johnson con la antigua maquinaría política que estaba a punto de extinguirse.

¿Cuáles hubieran sido las medidas de este ficticio presidente número 37 de los Estados Unidos? Básicamente impulsar la guerra de Vietnam —como haría el no ficticio y no fallecido sucesor— e incluir más de sus amigos conservadores del Sur. Aunque después de todo, Mcormack fue un anciano que siempre apoyó las políticas de LBJ.

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