Aquellos que sonríen con frecuencia son considerados más amigables y sociables; incluso a veces más atractivos. Hay mucha evidencia que demuestra lo importante que es el lenguaje corporal en las impresiones que causamos en los demás y seguramente estaremos de acuerdo en que una buena sonrisa sube unos cuantos puntos de carisma. Sin embargo, como todo, hasta en las sonrisas, el exceso se produce un efecto contrario. La falsa risa, que en realidad a veces actúa como pegamento social, tradicionalmente ha tendido a ser detectada por la frecuencia. Parece lógico pensar que si alguien vive las 24 horas sonriendo, de vez en cuando debe no estar haciéndolo en serio.

Pero también, para los más técnicos, está ahí la sonrisa de Duchenne; en honor a Guillaume Benjamin Amand Duchenne, un médico e investigador clínico francés del siglo XIX que se considera pionero en la neurología y en la fotografía médica.

Esta sonrisa fue el primer intento de categorizarlas. Duchenne, mientras realizaba investigaciones acerca de la fisiología de las expresiones faciales en el siglo XIX, describió este tipo como “una sonrisa en la que existe una contracción de los músculos cigomático mayor y menor cerca de la boca, los cuales elevan la comisura de los labios, y el músculo orbicular cerca de los ojos, cuya contracción eleva las mejillas y produce arrugas alrededor de los ojos”. Muchos investigadores han sugerido que la sonrisa de Duchenne indica una emoción espontánea y genuina ya que la mayor parte de las personas no pueden contraer a voluntad el músculo orbicular. Pero hay otras pequeñas contracciones más, y aún más difíciles de fingir.

El lenguaje corporal puede revelar tanta o más información que las palabras.

Sólo el 7% de la comunicación proviene de las palabras que usamos, el resto proviene de cómo lo decimos. Pues bien, han identificado diferentes patrones específicos de los músculos del rostro para diferenciar las sonrisas que reflejan verdadera felicidad de todas las demás. El análisis de los patrones de los más de 100 músculos, cambia con la expresión y es casi imposible de controlar, funcionando como un pequeño detector de mentiras para las sonrisas.

“Todas las sonrisas no son iguales”, según Paul Ekman, psicólogo y director del Laboratorio de Interacción Humana de la Facultad de Medicina de la Universidad de California, San Francisco. “Una sonrisa forzada por educación produce un patrón muscular diferente del que produce una sonrisa espontánea”.

De hecho, de los 19 tipos de sonrisas sólo 6 se ocurren cuando estamos pasando un buen momento. El resto se produce cuando sentimos dolor, vergüenza, incomodidad, horror o cuando estamos tristes.

La investigación puede ser de particular importancia para aquellos que, como los médicos o terapeutas, a veces tienen que depender de las señales sutiles para saber cuándo una persona está tratando de ocultar el dolor físico o angustia emocional. No es fácil sonreír y decir “estoy bien” y que suene convincente, pero hay quien lo logra, y si los demás le creen, no podrán ayudarle. Por supuesto, también es de interés para todos aquellos que quieran saber si una sonrisa, en general, puede ser mentira.

En sonrisas espontáneas, las mejillas se levantan sutilmente y los músculos de alrededor de los ojos se contraen, creando “patas de gallo”, como decía Duchenne, es lo que suele ocurrir. Sin embargo, ahora sabemos que no es exacto; bastante gente puede contraer una parte del ojo de forma voluntaria, y puede lograr las patas de gallo de todas formas. Lo que no puede hacer es, cuando la sonrisa es lo suficientemente grande, bajar la piel de alrededor de la ceja. Es lo que pasa en las sonrisas sinceras: la protuberancia que tenemos justo bajo la ceja se inclina un poco hacia el ojo tapándolo sutilmente —la altura difiere con la edad— y a voluntad no podemos bajar ese músculo.

En las sonrisas falsas, sin embargo, la cara muestra sentimientos de infelicidad ocultos detrás de la sonrisa: por ejemplo, un ligero surco entre las cejas. Los ojos no desarrollarán las patas de gallo siempre, aunque como decimos hay quien lo puede hacer, al menos cuando la sonrisa es lo suficientemente grande para forzarlas; pero, aún así, la caída de la piel alrededor de la ceja, como decíamos, no ocurre.

Además, según el estudio, es recomendable tomar en cuenta otros factores. Por ejemplo, si se produce de forma abrupta o permanece en el rostro demasiado tiempo u ocurre demasiado rápido después de la frase que supone acompañar. También hay que tener en cuenta que la sonrisa puede empezar de forma sincera y tornarse falsa por querer mantenerla más tiempo del que se siente para la otra persona —por educación o para ser convincente—. Y, por la misma razón, también hay que dudar cuando es demasiado simétrica. Puede sonar contrario a la intuición, pero las sonrisas reales no son tan simétricas: hacemos más bien “muecas” rápidas. Cuando hacemos una sonrisa falsa y queremos mostrar que es real, irónicamente la hacemos “demasiado perfecta”, lo cual delata la falta de espontaneidad.

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