el hombre de las mil caras

Vanity Fair

La tarea de trasladar a la gran pantalla la historia de hombres esquivos que existieron o existen en la realidad e hicieron del engaño un modo de vida siempre conlleva ciertas dificultades. Sobre todo porque una de ellas es que resulta complicado diferenciar lo verdadero de lo falso en lo que se cuenta acerca de los mismos, o de lo que ellos relatan si tienen oportunidad. Y es lo que ocurre con el protagonista del filme El hombre de las mil caras, dirigido por Alberto Rodríguez en 2016, ganador de dos Premios Goya y que se estrenó en Movistar+ el pasado 15 de abril, plataforma que acaba de lanzar una promoción de fibra óptica durante la mañana de 12 meses a la mitad de precio, con los que poder devorar los mejores contenidos en alta resolución, incluso en streaming. El astuto, problemático y escurridizo agente de los servicios secretos españoles Francisco Paesa.

Este señor, nacido en abril de 1936 y de cuyo nombre ni siquiera podemos estar seguros, había sido banquero antes que espía e hizo negocios con Francisco Macías, dictador de Guinea Ecuatorial hasta su derrocamiento en 1979, y este le acusó de tener las manos muy largas en el manejo de su capital, que tal vez usó luego para adquirir el Commerce Bank suizo. Con la sombra de **fraudes, estafas, falsificación y chanchullos en paraísos fiscales, fue detenido en Bélgica por la Interpol en octubre de 1976, y cuando abandonó la cárcel, se dedicó al tráfico de armas, proveyendo al terrorífico régimen iraní del ayatolá Ruhollah Jomeini.

Pero, en noviembre de 1986, vendió a ETA dos misiles SAM-7 con localizadores ocultos, de modo que la Policía española pudo chivarle a la francesa que en la cooperativa Sokoa de Hendaya encontraría un enorme zulo de la banda terrorista, en el que además fueron detenidos seis de sus miembros. Y esta jugada se debe a que los contactos internacionales de Paesa le habían facilitado que los servicios secretos españoles recurriesen a él para diversas misiones desde años atrás. Sin embargo, en noviembre de 1988, el juez Baltasar Garzón dictó en la Audiencia Nacional un auto para detenerle por colaboración con banda armada, obstrucción a la justicia por coacción a una testigo de los GAL y uso de identidad falsa**. Pero no hubo manera de dar con él ni de tocar sus cuentas en Suiza.

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Es más: la Interpol anunció en 1990 que habían nombrado a Paesa nada menos que embajador de Santo Tomé y Príncipe ante la ONU, por lo que su condición de diplomático le garantizaba inmunidad. Y todo lo anterior se cuenta entre otras hazañas que se le atribuyen. Por ejemplo, la que se narra en El hombre de las mil caras, los detalles de sus tratos con un famoso ex director de la Guardia Civil, Luis Roldán, por cuyo caso se acusó al espía de malversación y cohecho, causa que acabó siendo archivada como las anteriores. “Me dijeron que Pelopincho [Roldán en el entorno del Gobierno de la época] había hecho una estupidez y que a ver si yo podía ayudarlo. Y eso hice”, asegura Paesa.

Pero no archivaron la causa antes de que el espía decidiese jugar una carta digna de un guion cinematográfico en 1998; y poco después de esto, registró una empresa en las Islas Vírgenes Británicas, y fundó otras en el sector inmobiliario y de las comunicaciones de Marruecos. En 2004, le localizaron en Luxemburgo con pasaporte argentino y se supone que estuvo implicado en un intento para derrocar a Teodoro Obiang, dictador de Guinea Ecuatorial que a su vez se había librado de Macías, y en los tejemanejes de criminales rusos. Interviú le encontró en 2005 y le entrevistó a regañadientes en París. Y fue detenido a finales de 2011 en el aeropuerto de la localidad sierraleonesa costera de Lungi por tráfico de drogas, pero le soltaron a los tres días.

En abril de 2016, apareció en los Papeles de Panamá, y concedió otra entrevista en París a Vanity Fair el septiembre siguiente por el estreno de El hombre de las mil caras. Dado el atolladero al que conduce inevitablemente tratar de saber lo que de veras ocurrió en los tratos de Paesa y Roldán, se puede decir que la película está simplemente inspirada en esa historia, que se basa parcialmente en Paesa, el espía de las mil caras, libro del periodista Manuel Cerdán, y que se han ficcionado aquellos elementos desconocidos de la misma. La idea del filme, en cualquier caso, llegó a Rodríguez después de la considerasen otros directores, como Enrique Urbizu (La caja 507, No habrá paz para los malvados), y estuvo en marcha antes de que rodara La isla mínima (2014), triunfadora en los Goya.

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“No estoy seguro de que estemos haciendo un thriller de espías, me parece más bien que nos está saliendo una película de tramposos”, apuntaba Rodríguez durante la producción. Le hubiese gustado relatar toda la vida de Paesa en el filme, pero los cinco millones de presupuesto no daban para tanto, sobre todo teniendo en cuenta la cantidad de escenarios internacionales que se requerirían. Y eso que el rodaje se realizó finalmente en lugares como Madrid, Ginebra, París y Singapur, con el equipo habitual del director: su coguionista Rafael Cobos, José Moyano a cargo del montaje, Álex Catalán, de la fotografía, o Pepe Domínguez, de la dirección artística.

Eduard Fernández fue el elegido para encarnar a Paesa, mientras que Carlos Santos se puso en la piel de Roldán, para lo que debió ganar unos cuantos kilos, afeitarse parte de la cabeza y sufrir sesiones de maquillaje para envejecerle al menos una década. Ni él ni Rodríguez quisieron conocer personalmente al ex director de la Guardia Civil “para no sentirse mediatizados”. En cuanto al personaje al que interpreta José Coronado, el narrador y compañero Jesús Camoes, no existe en verdad, si bien es un trasunto del ex piloto Jesús Guimerá, mano derecha de Paesa en el tráfico de armas, en las maniobras encubiertas contra ETA e incluso en el embrollo con Roldán.

Y no está de más mencionar que El hombre de las mil caras, disponible en Movistar+ para verla bajo demanda cuando se quiera en cualquier dispositivo —televisión, smartphone, tablet, etcétera— desde el 15 de abril, es la segunda adaptación de un libro de Cerdán en la que participa Coronado, pues la primera fue Lobo (Miguel Courtois, 2004). O que Marta Etura se transforma en Nieves Fernández Puerto, casada con Roldán, Luis Callejo, en el ex ministro Juan Alberto Belloch, Emilio Gutiérrez Caba, en el emisario gubernamental Osorno, o Craig Stevenson, en el traficante de armas Georges Starckman; presencias que, junto con el interés que avivan las propias andanzas del artero Francisco Paesa, hacen que valga la pena ver esta película.

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