Hay un dicho que personalmente me encanta: “Si quieres saber cómo es alguien, observa la forma en la que trata al camarero”. Es una buena frase porque tiene inserta una gran verdad: abusa quien puede, no quien quiere. Luego tal vez quiera y lo haga o no, pero siempre tiene que tener el poder de hacerlo primero. Además, nos deja la reflexión de que si lo hace en un caso, es factible pensar que en otros casos distintos también podría hacerlo. El dato queda ahí sobre lo que pasa cuando esa persona obtiene poder sobre otro. Lo extrapolas un poco y llegas a la conclusión: ¿y si tú fueras el camarero?

Los psicólogos definen generalmente el “poder” como la capacidad de ejercer control sobre los demás para conseguir algo de ellos. O bien, el estar en condiciones de hacer determinada cosa por no haber nada ni nadie que lo impida o pueda impedir. Sin embargo, la investigación actual explora si la ventaja del poder psicológicamente hablando no es tanto hacer o influir en algo o alguien, sino proteger al poseedor de la influencia y actos de los demás; incluso de la propia realidad. Podría parecer que es simplemente decir la misma cosa del revés, pero no es así.

Los experimentos demuestran que los poderosos generan más ideas creativas porque están menos influenciado por los ejemplos de otros, pero a cambio están más influenciados por su propio valor, y hay más probabilidades de que, por ausencia de contagio, sus opiniones sean contrarias a las de la mayoría y, aún así, no las cambien.

Rápida y fácilmente nos creemos lo que sale de nuestra propia boca, incluso cuando la razón original para expresarlo ya no es pertinente. La manifestación propia es la música más hermosa que nuestros propios oídos pueden escuchar, así, si seguimos diciéndonos que somos buenos, justos y sinceros, nos lo creeremos. Digan lo que digan los hechos. Esta puede ser la principal razón por la que personas que objetivamente cualquiera consideraría malas, no pierden el sueño debido a la culpa.

Pero, volvamos al poder. Hay una frase que Michelle Obama dijo a la multitud en una Convención Nacional: "Ser presidente no cambia quién eres, lo revela".

Los últimos experimentos podrían ilustrar que Michelle tiene razón y que el poder no siempre es psicológicamente liberador; puede crear un conflicto interno y, por lo tanto, dar lugar a un cambio de actitud, pero no es en últimas instancias como el dicho popular “el poder cambia a la gente” sugiere, sino más bien parece ser una ampliación de la personalidad que ya existía producida por el efecto que resulta de la ausencia de “frenos” o “fricciones” externas. El poder nos protege del exterior; incluso de aquellas cosas del exterior que nos protegían contra las malas cualidades que nosotros mismos ya poseíamos.

Cómo cambia el cerebro cuando el poder aumenta

Tres experimentos, de este estudio, investigaron la hipótesis de que el poder aumenta una orientación a la acción en el portador, incluso en contextos donde el poder sobre otros no se experimenta directamente. Concretamente hace que las personas sean más propensas a actuar según sus deseos y a expresar sus opiniones. Varía de persona a persona, sí, y tampoco será espectacularmente diferente a la forma en la que se comportaban antes, pero en general el que adquiere papel de líder expresa sus verdaderos sentimientos y actitudes más de lo que alguien en una posición de subordinado lo hace.

Son cosas sutiles, va poco a poco. Por ejemplo, en estos experimentos, los que se sentían poderosos dijeron que necesitarían menos tiempo e información para realizar algo —seguridad—. En un segundo, pasaron más tiempo tratando de resolver rompecabezas imposibles —resistencia al fracaso—. En un tercero, fueron más rápidos en interrumpir a alguien que no estaba de acuerdo con ellos sin escucharle. La sensación de ser poderoso aumenta el fenómeno de la automejora y la sensación de autenticidad de esas cualidades infladas.

La intoxicación de sentimientos de poder nos lleva a centrarnos más claramente en cualquier objetivo propio que tengamos en mente; como resultado, en gran medida, del hecho de que nos libera de la dependencia de otros, nos permite hacer caso omiso de sus preocupaciones, y rellenamos lo que queda con conseguir nuestros propios objetivos. Esto puede ser, por supuesto, a menudo egoísta e incluso guiar el liderazgo poco ético, pero siempre con la condición de que nuestros objetivos fueran malos desde el principio.

¿El poderoso siempre es malo?

Poder - maquiavelismo es una correlación fácil de confundir con causalidad. La realidad es que los rasgos de narcisismo y maquiavelismo, históricamente, se avivaron por el poder pero, generalmente, ya existía una personalidad así en la raíz del protagonista. Estoy de acuerdo en que no podemos analizar ahora a un líder maquiavélico o narcisista histórico para ver si era o no así antes de obtener dicha autoridad, pero podemos observar a los que tienen y no tienen esos rasgos ahora.

Por ejemplo, un estudio alemán comparó a 76 reos condenados por delitos de guante blanco con 150 managers y encontró que los criminales eran más narcisistas que los administradores, aunque estos últimos tengan más poder y se asocien en el imaginario colectivo con dicha cualidad.

Lo que sí está claro es que las posibles consecuencias de mala adaptación de los rasgos de la personalidad de la tríada oscura (es decir, el maquiavelismo, la psicopatía y el narcisismo) en contextos organizacionales, de gobierno y en general cualquier posición con el potencial para ejercer acciones sobre otros, tiene peores consecuencias que cuando el sujeto tiene una personalidad destructiva pero el poder no se posee en lo absoluto.

Este extracto explica cómo se analizaron 225 equipos. Se observó que un supervisor con una personalidad tendente al maquiavelismo se relaciona positivamente con la supervisión abusiva en equipos de trabajo, pero sólo cuando los supervisores perciben que su posición de poder es alta. Lo que quiere decir, en última instancia, una vez más, que el poder puede funcionar más bien como un amplificador, trayendo las consecuencias del comportamiento subconsciente, predisposiciones, emociones, inseguridades y creencias a escena, más siempre estuvieron ahí, esperando a que se ampliase nuestro “factor de tolerancia”, como lo conoce Dan Ariely: “Solo un poco, hasta el grado en el que podemos seguir sintiéndonos bien con nosotros mismos”.

Tampoco sería justo no analizar a personas que tienen autoridad y son perfectamente “buenas”, lo que da a entender que ese dicho de “el poder cambia a la gente” peca del fenómeno del sesgo de supervivencia: el error lógico de concentrarse en las personas o cosas que "sobrevivieron” a algún proceso, sin pararse a pensar en las que no lo hicieron debido a su falta de visibilidad, aún si pueden ser mayoría. Igual va y hay más gente que al obtener poder en absoluto cambió. La falta de datos conduce a una falsa sensación de eficacia. Y también es verdad que hay y ha habido una cantidad insultante de personas poderosas malas, narcisistas, ególatras, mentirosas, malvadas… inserte cualquier apelativo negativo que se le ocurra. Pero tenemos que, por justicia, pensar en el caso contrario para poder comparar, igual no son mayoría.

poder

El liderazgo ético surge de varios rasgos de personalidad positivos. En este estudio, 81 líderes de organizaciones holandesas fueron evaluados por sus subordinados separando su faceta personal de su papel de líder. Calificaron a los jefes con rasgos personales tales como la amabilidad, honestidad y humildad. Y respecto al estilo de liderazgo, con cualidades como la ética y el apoyo. Los que eran más amables como personas, siempre eran catalogados como los que más apoyo daban a sus empleados. Los que fueron catalogados como honestos y humildes también eran más éticos como resultado. Este otro estudio mixto examinó el papel de responsabilidad social entre CEOs. Cuanto más los directores ejecutivos expresaron una especie de obligación interna hacia ser responsables y hacer lo correcto, más se observaba que son morales y justos en la vida cotidiana. Cuanto más se observa individualidad personal, peor es el estilo de liderazgo; a mayor colectivismo mejor tendencia a aceptar opiniones contrarias. Por supuesto, esto se debe a que existe una relación implícita entre la personalidad de la propia persona y su estilo de liderazgo, no se puede separar el tiempo de ser gobernador, jefe, rey o presidente y el de ser persona. Lo quiera el sujeto o no, la personalidad se pone también el uniforme.

También parece que el deseo de poder puede afectar su uso: ¿Qué tanto quieres y, sobre todo, por qué razones? Los que simplemente encuentran placer dar órdenes y que funcione tienden a aplastar a aquellos más talentosos que ellos sólo por asegurar su propia posición. El poder en sí mismo es la meta y ese es el fallo; si se los quitas les arrancas todo lo que tienen. En cambio, los que desean el poder por reconocimiento de una labor, autorealización o cierto prestigio, no muestran ese egoísmo. De hecho, son capaces de retirarse en pro de una causa.

Por otra parte, el dominio individual, lo que los psicólogos llaman “orientación de dominancia social”, o la sensación de que algunos grupos deben dominar a los demás, también puede afectar el estilo de liderazgo. Por ejemplo, aquí, los grupos masculinos que normalmente tenían escaso poder y a los cuales se les aumentó con una posición superior para estudiar cómo se comportarían, empezaron a manifestar conductas de agresión sexual frente a la mujer atractiva de la organización.

Cuando el poder lo ejercen colectivos, su impacto es más dañino que cuando lo concentra un solo individuo por extraño que esto pueda parecer. La responsabilidad de los actos se diluye cuando no tiene una sola cara y la tolerancia hacia la deshonestidad o maldad aumenta con la excusa de que no se hace por uno, sino por muchos; transformando las decisiones en lo denominado “modelo simple de crimen racional”, consistente en sopesar los costes y beneficios de una acción en frío, sin pararse a pensar si es o no correcto.

Hay, por supuesto, otros múltiples factores personales y contextuales implicados en la mayor parte del comportamiento. Sin embargo, las correlaciones entre el carácter y el poder son claras y desmontan el dicho popular que encabeza el título de estas líneas. Los poseedores del poder pueden ser éticos y responsables; cuando son así, tienden a ser agradables, honestos, humildes y cooperativos en su vida normal también. Sus contrapartes son narcisistas, maquiavélicos y socialmente dominantes, sí; pero siempre fueron así. En resumen, cuando las personas obtienen poder, no esperes que se comporten de manera espectacularmente diferente a como se comportaban antes. No se hacen responsables del peso sobre sus hombros y se iluminan con el bien de la noche a la mañana, y la buena gente no se convierte en tirano de repente tampoco. ¿Cómo se comporta cuando nadie lo ve? Porque ese sí es un buen indicador de cómo actuará cuando todo el mundo lo haga.

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